Por: Fernando Luis Egaña
Durante casi tres lustros, el país ha estado bailando la fantasía bolivarista. Para muchos una danza macabra y para otros una de esperanza, así sea más ficticia que otra cosa. En algún momento de tan largo tiempo, la gruesa mayoría de los venezolanos se dejó cautivar por la festiva ilusión. Pero ya suenan los acordes de ese joropo que avisa el final de la fiesta.
Y lo que queda es muy difícil de describir con precisión, porque se trata de un país que ha sido desbaratado en medio de la mayor bonanza petrolera de los anales. Un crimen histórico de marca más que mayor, insuperable. De allí que la viabilidad de la satrapía esté seriamente comprometida por al menos tres realidades.
La primera es Nicolás Maduro. El sucesor no parece tener con qué enfrentar el ruinoso legado de su predecesor. Enjaulado por los mitos de la propaganda y por los delirios de la demagogia, Maduro luce cada vez más estólido y agotado frente a ese maremagno que es el poder fragmentado o cartelizado de la supuesta revolución.
La segunda es la debacle económica. Cómo será su magnitud que el barril de petróleo venezolano se cotiza en 100 dólares y nos hundimos en la recesión, entre otros motivos, porque no hay dólares. El déficit fiscal es gigante, el tamaño de la deuda es sideral, la devaluación real es exponencial, la caída productiva es brutal, el desabastecimiento y la escasez pican y se extienden, y nada de eso se arreglará con sólo esconder a Giordani.
La tercera es la ingobernabilidad socio-política que se deriva de lo anterior, pero que también tiene asidero en la ilegitimidad electoral, en la creciente debacle de los servicios públicos –agua, luz, transporte–, en la estrechez agobiante del día a día personal y familiar, y en esa explosión de violencia criminal que ya se está transmutando en el imperio soberano del hampa.
Y el joropo del baile también llega porque la música avasallante de la propaganda oficial se ha venido muy pero muy a menos, desde que la hegemonía se quedara sin su hegemón. Y es que el propio Chávez era el motor de esa ficción bolivarista tan habilidosa para persuadir o engatusar a tantos…
Ahora bien, el joropo anuncia el fin de la fiesta, pero ese final puede prolongarse en una especie de agonía nacional de pronóstico más que reservado. Porque un asunto es que el régimen imperante termine de perder su viabilidad, y otro que se abra paso a una etapa de reconstrucción venezolana. Lo primero no implica, necesariamente, la proximidad de lo segundo.
El joropo del baile está sonando. La farsa de estos años se desmorona ante la mega crisis. Pero la debilidad intrínseca del poder establecido debe tener como contrapartida la fortaleza de una alternativa democrática, sólida y constitucional, para que en efecto sea posible empezar a reconstruir a esta devastada nación.
flegana@gmail.com