En este numeral emerge esta pregunta: ¿Dios cuenta con un propio yo? Él es consciente de ser quien ES; cierto, con ello define un “yo original”, inmutable, no un “Super-Yo” tal cual señala Freud (Mondin, 2002, p. 233).
El Yo de Dios, su suidad más profunda (Zubiri), es inmutable y no ha sufrido ninguna transformación. Ésta no es idónea a “la originalidad” del Dios en el cual Jesús enseñó a confiar. De tal modo reconocería el hombre un Yo divino débil e impotente de frente a la fuerza de la naturaleza y de la tecnología.
El hombre preocupado y ocupado en comprender tal originalidad enriquece su inteligencia. Cristo le anima a desplegar un pensamiento no vulgar ni mucho menos destructivo.
En el Padre de Cristo el hombre sostiene su autonomía.
¿Cómo no reconocer, por ejemplo, que el amor al prójimo prueba la libertad humana? Si el mandamiento principal de la ley —así lo concreta Jesús (Mateo 22, 35-39)— cayera en una red de indiferencia generalizada la vida personal y social del ser humano iría hacia una monotonía agotadora y peligrosa, y ésta concluiría en una perspectiva demasiado unilateral.
El Padre de Cristo, como Él, posee sentimientos incomparables a como los posee y efectúa el hombre; de este modo, a éste lo define no cual simple elemento de la naturaleza, o alguien estricta y exclusivamente limitado a su expresividad biológica y psíquica. En consecuencia, el sentir de todo hombre sin excepción corrobora un comportamiento que contesta en directo esta visión de S. Freud, «el hombre no es nada más ni nada mejor que el animal» (Mondin, 2002, p. 285, nota 4: Freud,1976, p. 660).
Esto es exagerado, aun habiendo actitudes que lo justifiquen.
Y es exagerado porque el hombre inevitablemente, desde lo más insignificante a lo más claro, prefiere lo mejor, que lo incentiva a distinguir en su “ser relativamente absoluto”, no con el instinto del animal, sino con su inteligencia —lo mejor a nivel de lo creado— un “yo absolutamente absoluto”: el de Dios (Zubiri). El Dios de Jesús es alguien que, en lugar de mostrar una soberbia barrera imponente entre él y su criatura, al contrario, desde su ser original apoya la realización de la plenitud “del ser del hombre”.
Llegar a ser “sí mismo” es uno de los principales objetivos del viviente humano. Cristo, el ejemplo más cercano a dicha tarea, lo apoya, y el esfuerzo de inteligir tal apoyo, de sentirlo, de hecho, afirma Zubiri «sentir es en el hombre inteligir» (IRE), éste no lo desenvuelve como un dinamismo psíquico totalmente inconsciente.
Dios define un Sí Mismo (Mondin, 2002, 239-240) tan original que, inconfundible con el dinamismo del psiquismo humano, en el empeño clarificador de, en, desde y por ÉL, armoniza originariamente lo humano con lo divino.
Referencias:
Freud, S. (1976). Una difficoltà della psicoanalisi. En C. Musatti (Ed. y Trad.), Opere (Vol. 8, pp. 657-664). Torino: Boringhieri.
Mondin, B. (2002). Storia della antropologia filosofica. Di Kant fino ai giorni nostri (Vol. 2). Bologna: Edizione Studio Domenicano.
Zubiri, X. (1998). Inteligencia sentiente: Inteligencia y realidad. (5a ed.). Madrid: Alianza Editorial.
09-10-25
Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.
Horaraf1976@gmail.com




