Desde que inició la crisis económica, millones de venezolanos migraron en busca de una mejor calidad de vida y con la esperanza de sostener a sus familiares que permanecieron en el país. Esa decisión transformó los ingresos externos, en los últimos años las remesas se convirtieron en una fuente vital de recursos para el país.

El fenómeno migratorio venezolano ha escalado de manera acelerada y a diario es noticia. Se trata de una población que no solo ha enfrentado el desarraigo, sino también la xenofobia y la discriminación en los países receptores. Aun así, el compromiso de quienes partieron se mantiene firme.

En un contexto marcado por la inflación y la inestabilidad, la diáspora sigue siendo un salvavidas para miles de hogares. “Salí de Venezuela en 2018 y, cuatro meses después de llegar a Chile, empecé a enviar dinero a mi país”, relató Marie Alvarado, residente en Santiago, en conversación con El Nacional.

Las cifras reflejan esa realidad cotidiana. La encuestadora Meganálisis señaló en su cuenta de X que “poco más de la tercera parte de los hogares reciben remesas de familiares y amigos”.

Más allá del alivio económico, las remesas generan también un efecto social complejo: dependencia. La falta de continuidad y garantía en los envíos puede causar ansiedad y dificultar la planificación de los hogares.

“Lamentablemente, existen muchos venezolanos que se han acostumbrado a vivir de las remesas y piensan que los que estamos afuera la estamos pasando bien”, comentó Ángel Méndez, refugiado en Colombia desde hace un año. 

“A veces me reclaman como si fuera una mensualidad. Eso ha hecho que algunos se victimicen; siento que esa ayuda se ha convertido en algo perjudicial, porque ni siquiera buscan trabajo, solo se quejan de necesitar dinero”.

La diáspora venezolana ha demostrado ser un pilar fundamental para la estabilidad de numerosas familias a través del envío constante de remesas. Sin embargo, esa ayuda vital también ha creado una creciente dependencia que podría resultar dañina si no se acompaña de transformaciones internas en el país. La migración ha dejado huellas profundas en lo económico, lo social y lo familiar. A pesar de ello, el esfuerzo de quienes están fuera y la resiliencia de quienes permanecen dentro muestran que, pese a la distancia, la esperanza de un futuro mejor en Venezuela sigue viva.

Rosangel Mendoza- El Nacional

04-10-2025