Por: Marcos Harvey Romero Rojas…
La intensa actividad sísmica percibida recientemente en nuestro Estado Mérida, nos lleva forzosamente a una reflexión colectiva sobre las causas y los efectos de este tipo de fenómenos naturales sobre nuestra población. En una visión compleja de esa reflexión resultaría muy interesante, para quienes nos deleitamos del saber popular, conocer de viva voz de nuestros abuelos y nuestros padres, como al transcurrir del tiempo ellos han sido testigos presenciales de eventos sísmicos de relativa importancia y como nos afectaron en nuestra cotidianidad.
No nos atrevemos a afirmar que la tormenta sísmica ocurrida en nuestro estado, haya sido la que más daño le haya generado desde aquel 28 de abril de 1894, cuando a las 10:15 de la noche, el “Gran Sismo de los Andes” azotó el estado, y sus localidades de Jaji, Tovar, La Mora, Estanques, Pueblo Nuevo, Chiguara, Lagunillas, San Juan, San José, La Mesa, El Moral, Ejido, La Punta y Tabay, los cuales resultaron severamente dañados; pero si hay factores que nos permiten establecer que los daños generados el 07 de Noviembre de 2015, no es más que la conjunción de diversos elementos que han condicionado a nuestro Estado para resultar afectados ante eventos sísmicos de magnitud igual o superior a la vivida.
Realizar inventarios vinculados a los posibles daños que pudiera ocasionar la actividad sísmica, sería usurpar las responsabilidades de los organismos del Estado a quienes compete la materia, pero pudiéramos ofrecer algunas orientaciones más universales de cómo pudiéramos identificar “riesgos” asociados a la actividad sísmica. Para ello me inclino a citar la tesis planteada en el libro Educación y Desastres (A. Campos, Colombia), donde para entender el riesgo, se hace necesario interpretarlo como una “relación dialéctica, donde confluye un agente disruptor que causa el daño a un elemento expuesto”; es decir para concebir una situación de riesgo debe existir la confrontación o encuentro de un agente que genera el daño (amenaza) y un elemento que resulta dañado (vulnerable), cuya consecuencia inmediata vendría a ser la emergencia o cambio que requieren una intervención para su control.
Ahora bien, brevemente somos del pensar de que caracterizar la amenaza de una situación de riesgo requiere necesariamente una descripción precisa de “Agentes Condicionantes” que conllevan a preparar toda una cadena de reacciones que se mantienen en un estado latente, hasta que se presentan “Detonantes” que activan esa cadena de reacciones con capacidad intrínseca de generar el daño.
¿Pero qué es lo que podría resultar dañado en caso de activarse una amenaza?: Todos los elementos considerados vulnerables ante una amenaza adquieren su condición de vulnerabilidad básicamente por tres razones a saber: 1.- Es más frágil o débil que el poder dañoso de la amenaza; 2.- Existe poca preparación o conocimiento para hacerle frente a la amenaza y 3.- Ubicación inadecuada que lo hace expuesto a resultar dañado. Solo si se describen tanto la amenaza como los elementos expuestos a esa amenaza, pudiéramos considerar que se habla de “Evaluación de Riesgos”, de lo contrario solo caracterizamos amenazas o determinamos la vulnerabilidad. Toma así su carácter validador, aquella expresión de que “no existe amenaza sin elementos vulnerables, y no habrán elementos vulnerables sin que exista aquello que los amenace”.
Como ejemplo de esta corta orientación universal, pudiéramos tomar lo ocurrido con los deslizamientos que se presentan en la Carretera Rafael Caldera producto de la actividad sísmica concentrada en esa zona de nuestro estado Mérida. Si realizamos un ejercicio mental de la carretera antes de que ocurrieran los sismos del pasado 07 de Noviembre, podemos decir que existía el Riesgo de Deslizamientos sobre la vialidad, en caso de eventos sísmicos si analizamos como algunos “condicionantes” el hecho de existir una topografía caracterizada por fuertes pendientes, rocas meteorizadas, inexistencia de capa vegetal que expone el suelo a un proceso de erosión; y como “detonante” tendríamos a la actividad sísmica de magnitud considerable, y evidentemente el “elemento vulnerable” vendría a estar constituido por la vialidad y quienes por allí transitamos. Se activó la amenaza y causo el daño o deslizamiento, el resultado es que el riesgo ya se materializó.
Identificar los riesgos es la única manera de conseguir estrategias para su prevención o mitigación; si es imposible evitar que suceda el daño entonces debemos prepararnos para convivir con ese riesgo y saber cómo actuar antes, durante y después de que ocurra el evento que transforme ese riesgo (probable) en un daño cierto. Es por ello, que para saber con certeza si ESTAMOS EN RIESGO se hace necesario tomar conciencia de nuestra realidad local, generar resiliencia y promover la inserción en nuestra cotidianidad de todo aquello que nos permita fomentar la cultura de reducción del riesgo de desastre.
Abogado Esp. Docente Planificación y Gerencia de Sistemas de Emergencias UPTMKR
marcoshromero@gmail.com. @marcoshromero