Por: Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo
No es mayor problema el que una sociedad esté dividida en dos partes que piensan y actúan distinto. La mayor parte de los países responden políticamente en forma binaria: conservadores-liberales, republicanos-demócratas, populares-socialdemócratas; como todos se sienten parte de un todo común, conviven, se toman en cuenta para las grandes decisiones. Esa actitud ayuda al progreso, al respeto y a la pluralidad como valor.
Cuando las partes se repelen, más aún, pretenden ignorar la existencia del otro, amparados en tener más seguidores que el otro y, además, tener el poder en la mano, surgen y se agravan los conflictos sociales. Aparece como problema la polarización, concepto tomado de la física que se define como la modificación mediante reflexión o refracción que impide reflejarse. Es decir, al no querer ver al otro, sencillamente, no existe.
Excluido es aquel que es silenciado, no tenido en cuenta en las grandes decisiones económicas, políticas o de otro tipo, a pesar de ser afectado por las mismas. Es el prescindible, aquel que puede incluso llegar a morir sin que nadie los añore; son un estorbo para los sistemas vigentes, en definitiva, son los nadies. El tema no es marginal ya que forma parte de la reflexión de importantes pensadores sociales de la actualidad.
Las declaraciones, más aún, los hechos, de altos funcionarios públicos que pretenden imponer uniformidad ideológica en los empleados del Estado, es una aberración. Habría que preguntarse si ellos estuvieran en la otra orilla, ¿aceptarían ser marginados de cualquier cargo por no pensar igual que sus jefes?
El llamado incesante al diálogo y la concertación es el único camino para la paz. La dialéctica del odio y la exclusión es la vía a la anarquía y la violencia. Por ahí vamos al despeñadero. No dilapidemos el hermoso valor de la fraternidad y el servicio sin mirar a quien. Nunca es tarde para la reconciliación y el perdón, para la verdad y la trasparencia.