Fe, alegría, esperanza y paz

II domingo de Navidad

Ante todos los pueblos, Jesús enarbola esta bandera: la de la fe, la alegría, la esperanza y la paz.

Por la fe, Jesús es el Verbo que también está en el mundo, al cual continuamente acudimos con el fin de leerlo, comprenderlo y demostrarlo, pues la sabiduría con que lo comunica es conmensurable, cabe perfectamente en las dimensiones del corazón humano y, a la vez, inconmensurable, pues su sabiduría divina permanece invariable ante las cuestiones que nos planteamos en el fragor de los retos: ¿de qué manera la alentamos en nuestras personas? ¿Qué consejo tomamos de ella de acuerdo con cada tipo o clase de problemas que afrontamos? ¿Qué nos obsequia para ofrecerlo al otro?

La alegría de la fe se sustenta apoyada en la certeza del Verbo que también está en el mundo; en él, Palabra sagrada, meditamos los medios por los cuales efectuamos tal alegría, oración, liturgia, mandamientos, sacramentos, Iglesia, etc.; así hallamos más energía con el objeto de encontrarlos y mantenerlos en las pequeñas o grandes tareas de la cotidianidad; además el empeño en dicha jornada nos hace degustar esto: toda verdad salida del Verbo, cavilada y practicada, ha de ser consecuente consigo misma y, sin preferencias, con nuestras vidas.

Por la fe, por la alegría, reflejo de vida de todo hombre que viene a este mundo, intuimos que la esperanza es una virtud instruida inmediata e imperecederamente de Jesucristo, y por esto existe siempre en hombres y mujeres y ninguno de ellos puede decir “perecerá mañana”. Con ella soslayamos andar alucinados sin rumbo ni tambo en una seca confusión, pues su hacedor, Dios, nadie logra sustituirle por los estados de los objetos que momentáneamente le contentan.

Por la paz, profundizamos en el conocimiento de su contenido y el de la guerra; la paz dice relación con el bien, la guerra, salvo escasísimas excepciones, no; y, sin embargo, conocerlas irradia la alegría de quien las conclusiones sobre una y otra están relacionadas estrecha y rigurosamente al bien de la humanidad. Al hombre de la ciencia del bien de la paz, una ciencia incluyente, le sería inconsecuente afirmar: nada se predica de la guerra. No hay guerra de la guerra si el hombre mismo no la causa, pues hay generación de la misma por el placer que le causa a algunos sea económico, político, incluso religioso, o, destructivo.

La paz, estudiada y generada en el tiempo por la inteligencia humana, radica en la oportunidad que tiene siempre Dios, para que en el tiempo conveniente sus planes sean seriamente reconocidos e integrados en los nuestros; de este modo confesamos que “nacemos de ÉL” (Jn 1, 13).

Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.

horaraf1976@gmail.com

05-01-25