Por: Ramón Sosa Pérez…
En honor a la verdad, debió ser nugatoria o capciosa al menos, la reacción del Generalísimo Miranda ante la súbita aparición de los oficiales que en la madrugada del 31 de julio de 1812 irrumpieron en su alcoba para arrestarlo. Cuando su secretario Carlos Soublette levantó la lámpara y vio los rostros, el de Simón Bolívar brotó con retadora actitud.
Minutos atrás fueron subalternos suyos y ahora trastocados en captores, estaban allí para cumplir un mandato alevoso contra el protomártir Francisco de Miranda, cuya prisión suponía ciertamente, el desagravio del mantuanaje criollo caraqueño que no le eximió su ascendente canario, por encima de cualquier otra consideración política.
Advertir en sus apresadores a aquellos en quienes descansaba la esperanza de la patria nueva, debió encender las alarmas en su corazón noble y a renglón seguido recoge una de sus frases más lapidarias: “bochinche, bochinche, esta gente no sabe hacer sino bochinche”, justamente referida a la respuesta de la hora crucial que vivía Venezuela.
La Capitulación forzada evitaba un derramamiento innecesario de sangre en tanto Miranda reorientaba su norte y al traer recursos del exterior, la lucha se sensibilizaría desde afuera y su cálculo político sería integral. Sus connacionales no lo entendieron así y era claro que así ocurriera. El viejo girondino tenía más rodaje y, por ende, mayor madurez.
Ese tan controversial Francisco de Miranda, cuyos orígenes francos del Valle de Orotava en Tenerife, jamás ocultó, se hizo el más universal de los venezolanos en su tiempo, a la luz de irrebatibles acciones militares, rubricadas en el Sitio de Melilla (Marruecos), la invasión en Argel (África), la guerra independentista en EEUU y la Revolución Francesa.
Fueron los suyos quienes soslayaron la experiencia que pudo ser de mayor ventaja para la América porque el Generalísimo Francisco de Miranda, con dilatado recorrido por el mundo, guiaba un proyecto emancipador de mayor complejidad, desde la vastedad geopolítica que lo sustentaba. Años luego lo entendieron otros y le colocaron apellido ajeno.
Hemos discutido estos temas con amigos desde la contigüidad de pláticas que fortalecen las indagaciones. Uno de ellos, José Esteban Mantilla, merideño de la calle Vargas, hizo carrera de Abogado y Maestría en Derecho Agrario en la ULA y Doctorado de la Universidad Santa María con Federico Brito Figueroa sobre la Ley de Tierras en Venezuela.
José Esteban supo coligar a tiempo sus inquietudes y dar rienda suelta a su gusto por el arte hasta que el teatro lo atrapó para siempre. Se topó de bocas a mano con la oportunidad de estudiar arte dramático y no lo pensó 2 veces por lo que hoy, cuando hablamos del tema surgen vivencias y experiencias a granel. La evocación es generosa.
José Mantilla es locutor hecho en Mérida con rutina caraqueña y ganado escalafón en el teatro que compartió junto a la generación de oro formada en el exterior con legado en esta ciudad: César Rengifo y Eduardo Besembel venían de México, Eduardo Dagnino, Oswaldo Vigas, Montenegro y Carlos Contramaestre llegaban de Francia.
Otro grupo traía experiencia de Santiago de Los Baños en Cuba, con docencia de Gabriel García Márquez de Colombia, Fernando Birri de Argentina y Julio García, de Cuba. La financiación partía de los canales de tv en Venezuela y de instituciones como la ULA, con el Rector Rincón Gutiérrez que intuyó la parte medular de la formación actoral.
La usanza en escuelas latinoamericanas de actuación y Academias nacionales, le valieron a Mantilla irrumpir en las salas capitalinas y en la pantalla de RCTV. En esa Mérida que escuchaba a Monique Duval al piano o a Maurice Hasson, haciendo vibrar su estupendo violín, tenían que sacudir al mundo cultural serrano.
Como Francisco de Miranda es un personaje de gran complejidad para entender su tiempo, muchos se han dedicado a estudiarlo con prolijidad. Los merideños tienen espacio propio en esa larga madeja de vecindad histórica: Tulio Febres Cordero, José Nucete Sardi, Carlos Chalbaud Zerpa, Mariano Picón Salas y Caracciolo Parra.
Recientemente y basado en estos textos, Mantilla añade su visión y concepto en años de estudio y cercanía desde el monólogo Operación Miranda, dialogando con “el hijo de la panadera”, como titula su libro la Dra. Inés Quintero o “el primer criollo de dimensión histórica universal”, en juicio del ensayista Mariano Picón Salas.
La lectura dramatizada Operación Miranda tiene factura netamente merideña en un texto original del Maestro José Esteban Mantilla. Bien vale la pena verla, discutirla y aplaudir la impecable actuación porque Don Sebastián Francisco de Miranda merece esta puesta en escena, sin duda.
05-10-2025