Con fundamento: 232 AÑOS DE UNI-VERSIDAD, siempre de todos para todos

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

Va el título con ese intercalado guión en “Universidad”, porque reflexionar sobre este tipo de institución vale la pena y el guión ayuda. Es la diversidad lo que caracteriza al mundo y el hombre ha aprendido a asumirla, no solamente tolerándola, sino valorándola y llegando –siguiendo a Jesús Nazareno- a amarla no sin reticencias. La libertad humana ante la continua necesidad de decidir, y la variedad de circunstancias naturales que nos desafían, generan inmensa variedad de respuestas. Culturas, sistemas, técnicas, creencias, todo nos diferencia en esta Babel terráquea que puede resultarnos desconcertante e inmanejable. Dos instituciones privilegiadas nos ha dado la historia para orientarnos de manera razonable en este aparente caos: primero la política, el arte de hacer convivir las diferencias, y después la universidad, casa donde las diferencias confluyen y se organizan en búsqueda de un ideal esplendoroso: LA VERDAD. Por ello recibió el nombre genérico de uni-versidad, pues es recipiente único, transparente y abierto donde las diferencias se “vierten”, se conocen y se comprenden, interactúan y se armonizan en la estupenda estructura que llamamos conocimiento.

Así mirada, la universidad viene a ser una entidad de la mayor importancia material (por su indudable aporte a la tecnología así como la dinámica económica que la mueve) pero, sobre todo, moral y espiritual, en la vida de un pueblo. El caso de la universidad que vive con el pueblo, y en el pueblo, de Mérida, es ejemplar.

Leyendo textos como los bellamente escritos por Carlos Chalbaud, Jesús Rondón Nucete y Baltazar Porras Cardozo, debemos concluir en que la empresa de Monseñor Juan Ramos de Lora al fundar la casa de Estudios originaria fue poco menos que sobrehumana. Nos toca imaginar la meseta poco accesible, custodiada entre intimidantes serranías, hace doscientos treinta y dos años, para sopesar la inverosímil travesía del ya anciano fraile con su biblioteca y sus aparatos; hay que recordarnos a cada aniversario las dificultades burocráticas de la época para legitimar un proyecto como el suyo. Pasados los siglos, en este nuevo aniversario podemos contemplar el grandioso árbol germinado, ramificado hasta cubrir estados vecinos, fructífero, generoso para albergar en su follaje tantas criaturas y proteger con su sombra tantas otras, resultado de la tenacidad con que rectores ilustres, visionarios y de insuperable entereza, prosiguieron la obra hasta llegar a lo que es hoy la Universidad de Los Andes con su influencia en la vida merideña, entrelazada -como la Iglesia que le dio origen- con la esencia misma de la ciudad sede.

No es por protocolar deber que escribo lo anterior.  Lo hago porque este aniversario vuelve a encontrar a la ULA en circunstancias de gran dureza. Las fuerzas que se confabulan en su contra, intentando torpemente esconder todo el poderío del gobierno tras la acción de sus hordas de motorizados y de sus universitarios entre comillas, quinta columna que la politiquería oficialista ha infiltrado en gremios y grupos estudiantiles, parecen prevalecer. Hay quienes cercan a la universidad desde adentro. Y no es ya el Batallón de Cazadores de la intervención que se sufrió en los setenta, no es la GNB ni la policía quien invade y viola el recinto: son civiles armados, organizados y astutamente comandados para hacerlo. Los pretextos esgrimidos son las falacias con que además se intenta perjudicar el valor moral que la universidad mantiene en Mérida. A esto se suma el cerco financiero que restringe su funcionamiento (ni qué decir su crecimiento), mientras se la obliga a admitir ingentes cantidades de bachilleres sin importar vocación o méritos, arbitrariamente asignados por el gobierno en una muestra más de desprecio por la autonomía universitaria. La obra prodigiosa, con esa memorable y esforzada historia, pareciera sucumbir bajo tanta hostilidad.

Pero no hay que perder esperanzas, no es la primera vez que la universidad se ve tan asediada ni será la última, no perdamos la fe en que rebasaremos los obstáculos para seguir la obra; repetimos las palabras de Mateo (16,18): “las puertas de la muerte no prevalecerán contra ella”.

Ante estas circunstancias se agiganta el llamado que, desde la concentración llevada a cabo en el rectorado con participación de los más variados representantes del pueblo emeritense, a excepción evidente de la gobernación del estado y el consejo legislativo, hacemos a la ciudad, al estado Mérida y a todos quienes respetuosamente amamos la universidad o nos beneficiamos de trabajar o estudiar en ella. Llamado a cerrar filas en acción constante; un movimiento que defienda la universidad en todo terreno bien sea contrarrestando las campañas de desinformación y desprestigio, haciéndonos presentes donde el nuevo paramilitarismo oficialista amenace esas instalaciones, que siempre han estado abiertas para todos, colaborando en recolección de firmas y otras manifestaciones que cuantifiquen el apoyo popular a la universidad.

Porque también en este sentido el nombre de la universidad, “uniendo-vertientes”, ha de hacerse valer. Desde el campesino que acude semanalmente a traer sus productos al mercado, el líder político y su agrupación, el recolector de Aseo Urbano, el pequeño comerciante, el funcionario, la “doñita”, el sacerdote o el pastor, los gremios profesionales, la ama de casa o el empresario, y hasta el militar cuyos hijos estudian o estudiaron acá, respalden el Alma Mater, ¡la Universitas Emeritensis!

Quién sabe, posiblemente un movimiento así hasta resulte en el tipo de magnánima unión de los diversos que necesitamos para salir efectivamente de esta hegemonía que nos ahoga. Sería un regalo de histórica significación que universidad y comunidad se harían mutuamente en este aniversario. Es cuestión de iniciativa.