Por: Bernardo Moncada Cárdenas…
Entre las sinonimias que ponen de manifiesto nuestra falta de precisión y prolijidad al escribir, algunas revisten perjuicio tan grave como inconsciente. Un ejemplo es la confusión entre “ejecución” y “ajusticiamiento” que vemos a menudo en algunos medios. Ejecutar a una persona es acabar con su vida de manera violenta, y el término es independiente de que medie o no una sentencia legal; el ajusticiamiento, en cambio, implica en sí una condena a muerte basada en algún tipo de justicia legítima. Indicar que una persona ha sido ajusticiada, cuando se ha tratado de un simple y vil asesinato, distrae del fondo moral del hecho. Otro ejemplo que llama la atención es equiparar “radicalismo” con “extremismo”, falsos sinónimos especialmente confundidos en estos tiempos de terror, cuando determinadas creencias religiosas son invocadas en justificación de atentados masivos demencialmente crueles.
El radicalismo ha sido desacreditado por los planteamientos relativistas que hoy son reivindicados en el mundo de la filosofía. Basándose en el escepticismo moderno y posmoderno, la negación de lo verdadero, y la moda del “pensamiento débil”, la radicalización es acusada de fanatismo integrista. Ello no es extraño, pues un mundo como el que se nos presenta, aplanado, de dos dimensiones, excluye las direcciones hacia la profundización y la trascendencia.
Lo radical –como el término lo indica- es lo relativo a las raíces, a ahondar y buscar bases, a afirmar con contundencia. Ser radical, en ese sentido, no es bien visto en un mundo bidimensional y virtual, cuando se ha pregonado el fin de las ideologías para que, en el descuido resultante, lo ideológico florezca y se difunda sin prevenciones, imponiéndose cubierto con múltiples disfraces. La nueva izquierda, aparentemente convencida de la incapacidad de sus predecesores para resolver los grandes problemas sociales que prometieron zanjar, crea continuamente nuevas utopías extremistas para que la sostengan: los llamados nuevos derechos, lo políticamente correcto, la ideología de género, por ejemplo, se presentan como valores supremos a defender mientras la injusticia, el hambre, y las enfermedades continúan azotando la mayor parte del globo. Los defensores de estos “ideales” se autodenominan activistas, y se plantan ante los demás cual jueces designados por la historia.
Este activismo puede alcanzar niveles de agresividad inconcebibles, cuando un aspecto de la realidad, divorciado del complejo tejido que la forma, es erguido como único factor de importancia, junto al cual todos los demás se consideran despreciables. Estamos entonces ante el fenómeno que a veces se confunde con radicalismo, siendo en cambio extremismo o fanatismo. Radicalismo debe ser afirmativo, constantemente busca su esencia fundamental para afianzar y defender su identidad; extremismo es siempre negativo, definiéndose por distinción y rechazo. El radical, el verdadero radical, afirma y defiende; el verdadero extremista rechaza y reprime hasta creerse con el derecho de eliminar a quien, no viendo las cosas en igual perspectiva que la suya, resulta históricamente insignificante o de hecho dañino. El activista puede pasar a ser terrorista, actuar psicopáticamente contra el otro. Cristo fue y es radical, dicen que Judas fue un extremista.
El extremismo siempre existió, pero usualmente se había mostrado en grupúsculos clandestinos, precariamente mantenidos. Los tiempos, sin embargo, han ido dando paso a la institucionalización del extremismo violento. Un extremismo financiado fuertemente por proyectos políticos (y proyectos religiosos que esconden trasfondos político-ideológicos), aparece difusamente incorporado a estrategias oficiales. En el caso de grupos extremistas islámicos hemos visto llegar la tendencia al paroxismo homicida-suicida, produciéndose hechos que contemplamos horrorizados a distancia. Sin embargo, se puede decir sin alarmismos que Venezuela sufre dentro de sus fronteras de la oficialización del extremismo violento, financiado con dineros públicos, y justificado bajo pretextos ideológicos. Se teme, incluso, que elementos del terrorismo de Medio Oriente colaboren con el proyecto político hegemónico que pretende enseñorearse de Venezuela.
Frente al extremismo excluyente, vengativo y violento, cualquiera sea su bandera, me declaro radical: radicalmente demócrata, abierto e incluyente, afirmo mi raíz cultural y religiosa y voy a lo profundo, donde está el corazón de la radical paz. En estos días de ominosa violencia, llamo a mis coterráneos a profesar y defender este radicalismo con firmeza.