Con fundamento: ¿Protagonismo? ¿Cuál protagonismo?

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

“Protagónico”, fue una palabra muy en boga durante los primeros años del presente periodo político en Venezuela. Se prometía una democracia protagónica como implicando la contraposición a otra democracia, en la cual el pueblo había participado aunque pasivamente, como espectador que compra su boleto en el acto de votación para luego acomodarse a disfrutar o sufrir lo que se escenificaba en el gobierno. En la propuesta netamente demagógica y populista que los venezolanos secundaron en 1998, el supuesto protagonismo tenía un carácter particular: se asumía para depositarlo, cual cheque en blanco, íntegramente en las manos y las ejecutorias de un líder carismático y autoritario, quien se presentaba a sí mismo como paradigma y encarnación condensada del pueblo.

Por un tiempo, muchos venezolanos se sintieron reflejados en el campechano discurso y la actitud, a menudo chabacana, del nuevo presidente. Los gritos de la fanaticada beisbolera, la cursilería kitsch, los chistes de burdo doble sentido, el sexismo descarado, la mítica viveza criolla, en fin, el catálogo de las inferiores características de cierta conducta venezolana, fueron exhibidos en cada aparición pública del caudillo. Tal estrategia había sido parcialmente explotada por aquel “Jaime es como tú”, en otra victoriosa campaña electoral. Parcialmente, porque además este nuevo gobernante expresaba todo el resentimiento, la agresividad, y la desorganización yacente en la ya desmoralizada nación de fines de los ’80.

Ha sido una desviación, un auténtico secuestro, del protagonismo, reducido a creernos reflejados en la gesticulación y verborrea de un mandamás que a muchos parecía simpatizar, una falsificación más entre las muchas que fueron montadas para echar adelante el “proyecto” de dominación, sin que el país captase su verdadera esencia. La falsedad continúa en los intentos melodramáticos de un presidente dando lerdos pasos de salsa en una tarima, mientras ordena represión sin precedentes y el país atraviesa su peor crisis. A estas alturas la mayoría vive la dolorosa certeza de haber caído en una trampa, en la que se protagoniza una tragedia.

El protagonismo, lo protagónico, están, pues, entre los muchos términos pervertidos, deformados por la verborrea populista, que vale la pena rescatar.

Somos llamados a ser protagonistas. No en el sentido político ideológico que la mentalidad común ha entendido hasta ahora, sino en el sentido cristiano de conversión (personal) y servicio (social). Es necesario que quienes estamos en desacuerdo con el rumbo ruinoso que lleva Venezuela abandonemos la coartada de estar sometidos a un pésimo gobierno para levantar nuestras fuerzas y capacidades y protagonizar. No podemos dejar de notar que, por sobre todos los obstáculos, encontramos floreciendo un nuevo y exitoso concepto del emprendimiento, tanto a escala nacional como local. Del mismo modo surgen líderes partidistas que parecen ya entender el trabajo político en nuevos términos. Se ven ejemplarmente en muchos ámbitos, no es, entonces, imposible. Que el contexto sea tan adverso sólo parece ponerles a prueba y sacar a flote recursos inéditos, habilidades que no conocíamos.

Para ser verdaderamente protagónicos necesitamos de esa conversión personal. Frente al extendido protagonismo de masas, que arrasa y funde al individuo desdibujando sus deberes y derechos, hay que trabajar duro, en primer lugar por y para el fortalecimiento de la persona, con su dignidad, su fuerza templada, y con conciencia de sus responsabilidades, frente al tsunami ideológico y mediático que ayuda a hacer más pesadas las dificultades económicas de cada quien. Sólo centrados en esto podríamos vivir y luchar libremente en toda circunstancia, como necesitamos, sea cual sea la situación. Allí debemos ser todos educadores mutuos en el más alto sentido.

Protagonistas debemos ser también para la vida de tantos necesitados cuyo número se incrementa con los disparates de política económica oficial. Protagónica debe ser la solidaridad de los venezolanos, ingeniándonos para compartir nuestras necesidades y preocupaciones y encontrándonos para ayudarnos, no para repartir angustia y desesperanza, ni para reforzarnos posiciones ideológicas los unos a los otros. Cacarear los males que ya conocemos ha sido, reconozcámoslo, una fatal distracción a la hora de buscar vías que aminoren los efectos de la crisis entre nosotros.

Convenzámonos de que, en un cambio de época con tantas dificultades, como el que vivimos, emerger como luminarias (aunque sean pequeñas) que atraen al encuentro, el entendimiento, y el trabajo en colaboración, es el mayor aporte. Tenemos que abrazar valientemente la realidad, los hechos tales como son. Esto significa no combatirla, sino comprender que es nuestra materia prima y que hay que trabajar en ella. De los hechos actuales debemos construir nuevas situaciones. Es el protagonismo de la esperanza y la organización.

Estas formas de protagonismo, descubrámoslo de una vez, de una vez, son lo que el régimen ha logrado impedir con políticas asistencialistas y de control social. Estas formas de protagonismo han de ser nuestra más potente herramienta de ataque. Verdadera democracia protagónica veremos el día en que, con más proactividad y menos reactividad, adoptemos, difundamos y exijamos, entre nuestros conciudadanos y dirigentes, esas actitudes.

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