García de Quevedo

Cardenal Baltazar Porras

La crónica menor

Por: Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo

Conocemos poco de algunas figuras de ayer y de hoy que han tenido vinculación con nuestra tierra. José Heriberto García de Quevedo, es uno de ellos. Su periplo vital ayuda a comprender mejor las contradicciones de quienes vivieron a caballo entre la colonia y la república, y optaron por permanecer fieles al antiguo régimen.

Coriano de nacimiento, hijo de criollos con fuerte raigambre, étnica y espiritual con la Península, se educó y ejerció la mayor parte de su existencia fuera de nuestras fronteras, y fue contrario al proceso político independentista. Además, se distinguió como poeta del romanticismo, codo a codo con hombres como Zorrilla, catalogado como uno de los mejores exponentes hispanos de dicha escuela. Su amor, idílico y sublime con Isabel II, acabó en romance que lo llevó a encontrar la muerte en una calle de París en 1871.

Un párrafo del curioso y agudo prólogo del apreciado Dr. Guillermo Morón, me movió a leer de un tirón la obra del cronista de Coro, Carlos Alarico Gómez, “el amor sublime de Isabel II. Un poeta venezolano en la Casa Real Española”. Afirma el Dr. Morón citando a Camilo José Cela, que “no es una novela pero pudiera convertirse en tal si en la portada se escribiera esa palabra”.

En realidad estamos ante un género con muchas aristas. El libro tiene rasgos de novela pues el autor crea escenas en las que corre su imaginación tomando pie de datos fidedignos. No es una historia ni una biografía, pero hace gala de erudición, producto de investigación archivística exhaustiva en diversos fondos poco explorados. “Es una narración abierta, de la presentación del poeta que dedicó su vida a la poesía en aquel fervoroso tiempo decimonónico llamado romanticismo”.

Es la obra de un venezolano nacido en Coro, educado en su adolescencia en Puerto Rico, que se convierte en español como sus antepasados, después de un período de adquisición de conocimientos y cultura en la vieja Europa, para recalar en la Península, donde desarrolló lo mejor de su vida al servicio de la corona y de quien la ciñó en sus sienes, Isabel II. En Venezuela estuvo como representante oficial de España. Con razón se puede decir de él: “De tal palo tal astilla, tanto monta, monta tanto, Coro como Madrid”.

6.- 26-1-14 (2290)