Por: Rosalba Castillo…
Estamos en tiempos de una gran inquietud. Tal vez la más grande de nuestra historia. Todos nuestros escenarios se han visto invadidos por las crisis por las que atravesamos. Todos los seres del planeta fuimos impactados por una gran oscuridad en nuestras vidas que nos llevó a cambios sin previo aviso. El tiempo siempre ha sido incierto. Pero estos últimos parecieran ser mucho más. La certeza se ha desvanecido y cada vez se nos hace casi imposible poderla retomar. Cada despertar nos muestra un nuevo día. El del aquí y ahora. La inseguridad, siempre ha estado presente en nuestras vidas solo que en este momento ha sigo global. Tenemos muchas incógnitas y siempre serán más. No podemos escapar a ellas. El pánico ha sido colectivo inicialmente, pero con los días hemos construido procesos internos donde muy sigilosamente logramos asomarnos al mundo nuevamente a pesar de los miedos y de las consecuencias que nos dejó este impacto al sabernos tan vulnerables. La certidumbre se asocia con la seguridad, generando tranquilidad o al contrario la incertidumbre genera inquietud y ansiedad. La confianza absoluta de estar a salvo en diferentes esferas de la vida nos genera bienestar.
El planeta continuo su movimiento cada vez más acelerado y nosotros entramos en un proceso de resignificación de nuestras vidas. Queremos hacernos cargo de nosotros mismos dejando de lado los mitos urbanos, impuestos por la sociedad. Sentimos que no pertenecemos. Estamos inmersos en la era de la soledad. Antes de este virus, ya estábamos aislados. Ensimismados en la tecnología, en el trabajo, olvidándonos de nosotros mismos y de los demás. Solo somos una estadística. Nos encontramos desplazados como personas frente a una inteligencia artificial que nos va arropando. Estamos en la era de la soledad. Los adultos mayores y los adolescentes están siendo los más afectados. Los millennial y la generación Z ya entraron en colapso.
El poder llevar el control no solo inquietó a los seres prehistóricos, en la actualidad el hombre quiere el manejo del mundo. Solo que en este instante descubrió que hay aspectos relevantes a los cuales le resulta complicado acceder, aunque sigue intentándolo. El viaje al interior que estamos realizando desde esta pandemia nos ha mostrado que tenemos mucho por resolver. Nos enseñó que el camino está equivocado. Esta sensación de incertidumbre nos reta a reflexionar y tener nuevos y mejores pensamientos, sin sentirnos en desventaja por sabernos débiles y más humanos. De pronto nos dimos cuenta como el mundo se empezó a caer a pedazos. La salud, la economía, la política, la educación, el ambiente, la ciencia y hasta el amor. La vida se nos derrumbó. Se hace necesario una nueva mirada. Nuestras emociones nos están abrumado. Nos sentimos cada vez más solos y frágiles a pesar de nuestros amigos de la virtualidad.
Se hace importante vivir nuestro proceso de auto reconocernos en las emociones propias y en aquellas de los demás, permitirnos sentirlas, saborearlas y explorarlas, sin necesidad de reprimirlas o llamarlas como negativas sino identificar cada una de las mismas, además de las situaciones que las generan y finalmente crear herramientas para gestionarlas. Aceptar, sin juzgar ni tratar de cambiar al otro nos hace validarnos con todos los beneficios que ese proceso conlleva. Amar en libertad, sin toxicidad, será el mejor regalo a nuestra salud mental y a la de los demás, haciéndonos cargo de nosotros mismos y de nuestro sentir, pero también estando en disponibilidad para admitir el de aquellos que comparten nuestras vidas, muy a pesar de ser diferente al nuestro, ni siquiera que nos parezca ilógica su respuesta emocional. La validación construye un puente de intimidad entre las personas de nuestro alrededor, reforzando la confianza y el amor, de la misma manera que ayuda a los demás a vivir su sentir. seres únicos e irrepetibles, capaces de construir una red afectiva que nos brinde estabilidad y nos haga sentir lo importante que somos para el otro, pero por sobre todo para nosotros mismos.
Practicar la validación hace que nos aceptemos en estos momentos cuando nos sentimos perdidos. Escuchémonos, con todos los sentidos, pero sobre todo con nuestro corazón, y a cada momento, aceptando nuestra emocionalidad y la de las otras persona, ayudándonos a reconocernos en esas emociones que nos revuelven no solo el estómago sino el alma, brindado nuestras más cálidas palabras hacia nosotros, hacia quienes están cerca y no tan cerca, reconociendo cada una de sus habilidades y fortalezas, ofreciendo respuestas y compañía empática, dejando de emitir valoraciones sin que nos sean requeridas, conscientes de la necesidad de permitir que los demás transiten tranquilos por sus propios procesos de autodescubrimiento. Queda claro que esta mirada anti-ansiedad nos resulte difícil de asumir pues siempre deseamos evitar el dolor ya que lo hemos etiquetado como una emoción negativa. Nos duele que nos duela, nos afecta que al otro le duela y quisiéramos que el dolor fuese evitable o fugaz. Restándole el valor que tiene como un proceso de crecimiento ineludible para nuestras vidas.
Crecer duele. Se trata de trabajar en nuestra inteligencia emocional y resiliencia para ser mejores personas. y mejores habitantes de este planeta.
04 01 2023