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sábado, marzo 15, 2025

Hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos

(Lucas 5, 7)

Hoy celebramos aquí en Venezuela, “la jornada nacional y colecta para la pastoral juvenil”. En relación a esta actividad, dedicada a los jóvenes, propongo para título de esta reflexión, el versículo 7 del capítulo 5 del evangelio de San Lucas, leído en la Misa de este domingo.

Por ende, ¿quién es la barca de Simón? ¿Quiénes están en ella? ¿Quién es la otra barca? ¿Quiénes están en ella?

Respondemos a las preguntas, ¿quién es la barca de Simón? ¿Quién es la otra barca?, diciendo: es aquella que cuenta con una cualidad sagrada idéntica, aunque parezca diferente en cada cual. Esa “cualidad idéntica”, es decir, la misma para una y otra, es la luz y la verdad divina manifestada en la palabra de Jesús, «“lleva –le dice a Simón– la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”», y esta palabra, aun frente al punto de vista de Simón, sin embargo no topa ningún inconveniente, pues, al indicar Lucas, «hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos», (la pesca casi rompía las redes), hay una verdadera conveniencia por participación en algo recíproco: en una y otra es el mismo Señor el que ordena y sus tripulantes, por ejemplo, los que han alcanzado algún éxito en la vida, agricultores, padres y madres de familia, profesionales, sacerdotes, religiosos y religiosas, etc., hacen señas a otros que asimismo anhelan aproximarse, no únicamente al éxito de esas actividades, sino a la sabiduría y bondad de Quien no debemos señalar que ama a unos más que a otros.

Ambas barcas, la de Simón representada en la Iglesia Católica, la otra, el mundo donde tenemos un determinado lugar, lo compartimos, y desempeñamos una específica tarea, además donde la Iglesia ejerce la misión de acompañar, corregir, guiar y apacentar a todo el género humano, poseen un ideal compartido: incluir en la conservación del progreso hacia el Reino de Dios la dignidad de todo aquel que al regazo de la Iglesia, madre y maestra, se acerca para recibir alimento y calor, puesto que, en ella encuentra una leal amistad; en efecto, desde ella con frecuencia nos reiteran que no son las mismas las razones por las que Dios creó al hombre y al caballo (cf. San Buenaventura, «De Scientia Christi», Obras, T. II, c.III, n.1, 149).

El evangelio alude a dos barcas. Por supuesto, no hay dos iglesias como si en una estuviera más Cristo que en la otra. Hay la Iglesia que Cristo fundó, y con la cual muchísimos nos sentimos identificados. Es la Iglesia de los niños, los jóvenes, los abuelos, de todo hombre y mujer que encuentra en ella, no un ruidoso malgenio, sino el manso latido del corazón del Padre nuestro.

Al latido de este corazón misericordioso acude una diversidad de personas a apreciarlo y, desde luego, a poner todo de su parte para hacérselo reconocible a quienes, por problemas o distracciones, muchas veces desean auscultarlo y no lo logran. De esta manera, desde los que han llegado antes al regazo cuidadoso de la Iglesia han surgido señas, comprensión, sinceridad, lectura, estudio, interpretación, enseñanza y testimonio de la Sagrada Escritura, etc., con las cuales invitan a otros, entre ellos a los jóvenes, para que contribuyan a irradiar la luz del rostro indulgente de Dios, no en un inadecuado y multiforme sentido, sino en el que ÉL MISMO nos ha revelado: amor que perdura eternamente (cf. Salmo 137).

Ciertamente, a los jóvenes hemos de escucharlos, porque, afirma San Benito Abad, «a menudo revela Dios al más joven lo mejor» (Regula Sancta, c.3), y, esto lo uno a un pensamiento de Hans Ur Von Balthasar que me envió el pasado jueves una persona asidua en la oración por las vocaciones sacerdotales y religiosas, y, sin duda, por todos los consagrados al ministerio sacerdotal, el cual expresa, «lo que eres, es un regalo de Dios para ti. Lo que llegas a ser, es un regalo de ti para Dios»; y, una y otra instrucción nos vuelven la mirada del espíritu al núcleo de la segunda lectura de este domingo en donde hallamos esta distinguida máxima de Pablo, «por la gracia de Dios, soy lo que soy, y su gracia no ha sido estéril en mí» (1 Cor 15, 10).

Bibliografía:

San Benito, «Sancta Regula», San Benito, su vida y su regla, ed. León M. Sansegundo, BAC, Madrid, 1968.

San Buenaventura, «De Scientia Christi», Obras, Tomo II, ed. L. Amoros, B. Aperribay, M. Oromi, BAC, Madrid, 1946.

09-02-25

Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.

horaraf1976@gmail.com

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