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viernes, diciembre 13, 2024

Homilia de la Misa Crismal del Sr Arzobispo de Mérida, Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo

HOMILIA DE LA MISA CRISMAL A CARGO DEL SR. ARZOBISPO DE MERIDA, MONS. BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO. Catedral Metropolitana de Mérida. Martes Santo, 26 de marzo de 2013.

Queridos Hermanos

Por ello, todos ustedes, junto con el clero que anima la acción pastoral de las diversas comunidades, nos congregamos en torno a la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, para compartir, para reanimar nuestra fe y fortalecer la esperanza; y para dar razón con las obras, con la Campaña y Colecta Compartir de nuestra preocupación por los que sufren enfermedad.

Además, hoy se cumple un aniversario más de los terremotos que destruyeron pueblos y ciudades del centro y occidente del país, incluida esta ciudad de Mérida hace dos siglos. Es ocasión propicia para orar por las víctimas, y para asumir más conscientemente la responsabilidad de prevenir los riesgos ocasionados por las catástrofes naturales.

Esta Misa Crismal tiene lugar, también, en un momento eclesial privilegiado. La renuncia del Papa Benedicto XVI ha sido un ejemplo saludable de humildad y coraje; un testimonio que nos recuerda la finitud de la existencia humana y que no existe fuerza alguna sobre la tierra que avale el querer perpetuarse en el poder. La vida tiene razón de ser en el servicio desinteresado y no en el dominio de los demás.

Los caminos del Señor son inescrutables. La elección del nuevo Sumo Pontífice en la persona del Cardenal Jorge Mario Bergoglio, quien ha tomado el nombre de Francisco para que el poverello de Asís se convierta en su guía de amor y servicio a los pobres y a la naturaleza que nos sirve de escenario para la vida, ha sido un regalo del Espíritu Santo. Un Papa latinoamericano, con la sencillez y fluidez propias de nuestra idiosincrasia, unidas a sus cualidades humanas, intelectuales y espirituales, son una bocanada de aire fresco; una invitación e incitación a seguir su ejemplo, con alegría y entusiasmo, sin miedos ni temores, confiados en la fuerza que nos viene de lo alto, del único Dios, del único Mesías, del único Salvador, Nuestro Señor Jesucristo. Tengamos presente en esta oración gratulatoria a estos dos pilares de la Iglesia, faro y norte del hoy eclesial.

La lectura de Isaías nos evoca la presencia del Espíritu sobre cada uno de nosotros por la unción que hemos recibido del Señor. Todos los aquí presentes hemos sigo ungidos con el óleo de los catecúmenos que nos arranca del dominio del demonio para dejar espacio a la acción de Dios. Todos los aquí congregados hemos sido ungidos con el santo Crisma, fuerza y vigor para las luchas de la vida con las únicas armas que debemos tomar los creyentes: dar buena noticia a los que sufren, vendar los corazones desgarrados, proclamar el año de gracia del Señor. En el bautismo, la confirmación y la Ordenación Presbiteral, esta unción se convierte en reto, programa de vida para el quehacer cotidiano. En una sociedad como la venezolana, la siembra de odio y de violencia no puede tener cabida en el corazón de un cristiano. Somos ungidos para que nos reconozcan como la estirpe que bendijo el Señor.

Hoy, con la alegría contagiante que debe animar nuestras vidas repetimos con el salmo: Cantaré eternamente las misericordias del Señor. ¿Cómo? Siendo portadores de reconciliación, paz, de fraternidad, de servicio desinteresado. Desterremos de nuestros corazones todo lo que nos conduzca a aumentar la brecha que no deja sino frutos de destrucción, de amargura, de muerte. Porque Aquel que nos ama, -nos dice la lectura del Apocalipsis-, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre y nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

La fe sin obras es muerta. La mejor expresión de nuestra pertenencia a la Iglesia, no de palabras sino con obras, es el acompañamiento a los sacerdotes del presbiterio merideño. La renovación de las promesas que un día hicimos en nuestra ordenación, es la reafirmación de servir, no a nosotros mismos, ni a las tentaciones que nos vienen del poder y del placer, sino de la voluntad ayudada por la gracia de que el espíritu del Señor está sobre nosotros, y nos ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, porque ayer, hoy y siempre, se cumple la Palabra de Dios que acabamos de escuchar. Oren por nosotros, los que hemos recibido por pura gracia, no por méritos propios, el ser los primeros discípulos y animadores de la fe que se cultiva, riega y da frutos en la Iglesia del Señor.

Hoy, tiene lugar, también, recoger el fruto de la Campaña Compartir. Este año se ha centrado en el tema de la salud. Los muchos y variados programas sociales del gobierno, escasamente cubren algunas de las necesidades de este rubro tan importante para la vida: gozar de salud plena. Configurar equipos parroquiales para trabajar en este campo, no con mentalidad asistencialista, sino principalmente en la promoción de hábitos y costumbres que preserven y fortalezcan la salud física y mental, psicológica y espiritual, es parte de nuestra vocación de servidores del bien común. Promover la prevención de enfermedades, la atención a saber actuar y ayudar en casos de catástrofes naturales, como los terremotos o los deslaves, es responsabilidad ciudadana y cristiana. Hagamos de ello un programa común de vida parroquial. Dios les pague por su generosidad. Ustedes nos dan ejemplo en el dar desde la pobreza y la estrechez.

Concluyamos con esta plegaria:Dios amoroso Tú eres el dador de todo lo bueno y la fuente de toda fuerza y vida. Para reconocer tu bondad hacia nosotros y para darte gracias por tus bendiciones, te pedimos perdón por nuestras fallas, imploramos gracias por todos los retos. Que seamos ejemplos vivos de nuestra fe católica a través de la proclamación y la oración, a través del ejemplo y servicio. Que en ello nos acompañe la protección maternal de María Santísima Inmaculada. Amén.

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