Homilía del Arzobispo de Mérida en ocasión de los 230 años del Seminario San Buenaventura y la Universidad de Los Andes

Homilía del Sr. Arzobispo metropolitano de Mérida, Monseñor Baltazar Enrique Porras Cardozo, en la eucaristía gratulatoria de los 230 años del Seminario San Buenaventura y la Universidad de Los Andes

Nos reúne hoy, en torno al altar de esta catedral metropolitana, la necesidad de dar gracias, de hacer un alto en el largo y espinoso camino recorrido por la semilla que el atrevido soñador Fray Juan Ramos de Lora sembró hace 230 años en esta Mérida serrana. La ciudad con su universidad y seminario San Buenaventura nos damos cita para iniciar los actos previstos para este día. Coincide la fecha de hoy con una de las fiestas litúrgicas más bellas y cálidas, la Anunciación del Señor. La aventura de la Encarnación del hijo de Dios en el seno de María Santísima tuvo lugar en un humilde hogar de Nazaret. Aquel sí de la Virgen al arcángel Gabriel le dio trascendencia divina al hombre, e hizo que Dios se hiciera uno de nosotros para asumir la vida de la humanidad como una tarea de amor, marcada siempre por la contradicción, el sacrificio y el dolor, las penalidades de la finitud pero con la seguridad de la plenitud de vida que da la fe.

Buscamos denodadamente una señal que nos libere de responsabilidades como el pérfido rey Acaz, pero no hay otra señal que la debilidad de un niño para mostrar la grandeza de Dios. Con generosidad de miras, nuestra máxima Casa de Estudios, celebra hoy el día de la universidad. Necesitamos marcar puntos fuertes, resaltar fechas y dividir el tiempo para encontrarle sentido al pasado y al presente. El pasado, el gesto atrevido de Fray Juan Ramos de Lora está cargado de mensajes, de memoria histórica afectiva que nos traslada a lo que ha de venir.

Con razón, la Biblia arranca de unos tiempos míticos ideales que describen la vida del hombre en el paraíso según el modelo de máximo bienestar de un habitante del desierto. Nosotros también vemos con ojos de bienestar el gesto inicial del obispo franciscano que no fueron fáciles ni exentos de tropiezos. Pensar el tiempo supone siempre proponerse vivir de otra manera. Hay que rectificar la vida para en otro momento posterior enriquecerla.

Hoy, la Universidad de los Andes tiene la solera del tiempo pero con los avatares de la historia reciente que nos empuja a no desesperar, pues lo que no se puede suprimir se soporta soñando con final feliz. Es la tarea que nos toca. Los habitantes del siglo XXI vivimos inmersos en la cultura del hombre postmoderno que está fundamentalmente preocupado por el hoy. A nadie parecen interesarle los grandes relatos históricos, las gestas vividas por nuestros antepasados, siendo necesario ver en ellos, el permanente compromiso de darle vida a este tesoro que es nuestra universidad.

Tampoco parece que el futuro interese mucho porque está preñado de miedos, de desesperanzas, de parálisis. Es la tentación a la que los poderes fácticos pretenden llevarnos para convertirnos en seres dependientes, sin horizontes, sin libertad, sin capacidad de soñar. MirceaEliade intuyó que “el verdadero tesoro nunca está muy lejos pero sólo lo descubrimos tras un largo viaje”. Es el mensaje cristiano de este día y de esta fecha aniversario.

Ninguna transformación social es posible si no se ha educado la sensibilidad. Nos referimos a la capacidad de conmocionarnos, de atrevernos a dolernos. La forma más sublime es la impotencia compartida, auténtico sacramento del amor condensado en la cruz. Por eso el Papa Francisco recuerda que “nos hemos olvidado de llorar” y nos hemos instalado en “globalización de la indiferencia” y en la “cultura del descarte”.

Por ello, la invitación de este momento de oración es abrirnos a la nueva imaginación de la caridad que no es otra que dejarnos afectar por la compasión y la indignación, los dos sentimientos morales más elementales para que la crisis nos afecte proactivamente. La excelencia del intelecto no es un privilegio para dominar sino la condición más privilegiada para servir a una comunidad ávida de conocimientos pero sobre todo de actitudes, de valores, de virtudes que nos lleven a una sociedad más justa y equitativa.

Por eso, hoy el compromiso es mayor y hay que asumirlo con alegría, con esperanza, plena de coraje y constancia para que no nos dejemos robar el tesoro recibido, que puesto en nuestras manos hay que multiplicarlo en bien común.

Para Dios nada hay imposible como le dijo el ángel a la doncella judía, María. Pidámosle a ella, Inmaculada, que bendiga a nuestra universidad, a todos los que luchan por su excelencia, a todos los que trabajan, estudian y sirven a una comunidad que se pierde en el horizonte para construir una Venezuela mejor. Que así sea.

Catedral metropolitana de Mérida, 25 de marzo de 2015

Fotos: Leo León