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lunes, febrero 10, 2025

Homilía del Cardenal Baltazar Porras Cardozo, en la festividad de San Sebastián y a la vera de la Virgen de la Caridad

HOMILÍA A CARGO DEL CARDENAL BALTAZARA PORRAS CARDOZO, EN LA FESTIVIDAD DE SAN SEBASTIÁN Y A LA VERA DE LA VIRGEN DE LA CARIDAD, EN EL MARCO DEL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DEL DR. LUIS HERRERA CAMPINS.

Iglesia parroquial de San Sebastián de los Reyes, lunes 20 de enero de 2025.

Muy queridos hermanos y quienes peregrinamos en esta mañana a la puerta de los llanos centrales.

Nos atrae la fe en la festividad de San Sebastián, ese aguerrido capitán romano quien no dudó de abandonar su condición de súbdito de emperador para profesar la fe en Cristo Jesús. Entre la historia y la leyenda este santo transido con las flechas que le cegaron la vida ha sido el patrono de muchos de nuestros pueblos. “Es la iglesia que enciende la fe del pueblo y cumple en San Sebastián un papel fundamental, igual al desempeñado en otras poblaciones de la Venezuela colonial. Sin su presencia y su aliento, la ciudad hubiese muerto en cualquier recodo de su andante camino, deshilachada entre una mudanza y la otra”, en palabras de quien nos ha dejado el mejor recuento de su historia, nacido en las cercanías de esta serranía, en Güiripa, el Dr. Rosalio Castillo Lara.

El calificativo de “los reyes” que ostenta con el título de ciudad, nada fácil de conseguir en aquellos remotos tiempos coloniales, tiene también su vinculación con la fe cristiana. Fundada, como consta en documentos que se conservan intactos, un seis de enero, día de la Epifanía, de los Reyes magos, en alusión a aquellos intrépidos viajeros del oriente en busca de la luz, de la estrella que no es otra que Jesús de Nazaret, acompaña también la vida de este pueblo.

San Sebastián está ligada indisolublemente a la Virgen de la Caridad, “a quien todos los sansebastanieros por el nacimiento, la sangre o el cariño conocen aman o profesan una tierna devoción. Todos tenemos arraigada adentro su dulce imagen, guardada celosamente por los muros de esta contigua ermita, que se alza señera en esta rinconera esquina de la plaza”. Guardo en mi memoria la imponente ceremonia de su coronación canónica a la que ayudamos los seminaristas del Interdiocesano de Caracas, invitados por el entonces primer obispo de Maracay, Mons. José Alí Lebrún para que fungiéramos de ayudantes bajo el sol inclemente de aquella mañana polvorienta a la que acudieron miles de devotos de estas tierras y muchos venidos del llano adentro guariqueño y apureño. Ambas iglesias, la matriz y el santuario forman parte de la vida de esta ciudad.

La penetración de la población criolla de Caracas y de los valles del Tuy hacia las profundidades de la pampa venezolana tuvo la modorra de quienes tardaron adentrarse en estas tierras de mitos y leyendas. San Sebastián fue, y de allí su importancia, la puerta del llano adonde venían comerciantes y aventureros a intercambiar la riqueza ganadera, la explotación maderera y las numerosas peripecias de quienes penetraban estos parajes, buscando fortunas unos, huyendo otros de la justicia, o desconocidos probando suertes. En estos cuatrocientos cuarenta años de la existencia de San Sebastián, ha estado presente siempre la mirada generosa de Dios, raíz y finde todo. “Ya lo reconocía el salmista, “si el Señor no edifica la casa en vano trabaja el obrero; si el Señor no protege la ciudad en vano vigila el centinela” (salmo 126).

Este momento de oración por el desarrollo y atención a nuestros pueblos interioranos es una exigencia de la justicia y de la igualdad. En las aguas cercanas del río Guárico, en el vientre generoso de sus rocas calcáreas esparcidas a lo largo de nuestra geografía en la industria cementera, en sus granjas que proporcionan alimento a las ciudades, se encierra el valorar lo que nuestros pueblos aportan vida y trabajo sin mezquindad, pues como tantos hijos que dejan el lar nativo para buscar mejores condiciones de vida para sus seres queridos.

Hoy venimos en oración, con San Sebastián y con la Virgen de la Caridad para que la fe sea senda de esperanza y de bien, amasadas con el duro trabajo pero con la seguridad de que lo que se siembra con lágrimas se recoge en abundancia entre alegría y alborozo como nos lo promete el salmista.

Es también ocasión para reconocer que la patria la edificamos entre todos, y que han sido más los procedentes del interior que al ocupar responsabilidades públicas, en la sociedad, en la academia, en las empresas, en las iniciativas de emprendimiento que pululan por doquier nos lleve a rendir homenaje sincero a esos hombres y mujeres que han sido piedras miliarias sobre las que nosotros ponemos nuestro granito de arena. El estudio sincero y valiente de la historia nos lleva con esfuerzo a contribuir, a explicitar e interpretar los momentos más difíciles y confusos de nuestra historia. No podemos permitir que las actuales y nuevas generaciones pierdan la memoria de lo acontecido, esa memoria que es garante y estímulo para construir un futuro más justo y más fraterno, como nos lo recuerda el Papa Francisco. Por ello, saludo cordialmente y felicito a los familiares, amigos y admiradores de quienes han aportado el legado de sus esfuerzos para bien de la sociedad venezolana. Por ello, mi reconocimiento a quienes han venido como peregrinos a ofrecer sus cuitas en el centenario del nacimiento del Dr. Luis Herrera Campins. Dar a conocer lo positivo y discernir sobre los aportes y yerros de toda obra humana es tarea obligada si queremos tener mirada que nos haga crecer en la consolidación del progreso que deseamos y debemos ser constructores de nuestra sociedad venezolana.

Encomendémonos, antes de continuar en este momento eucarístico, a María Santísima nuestra Madre en búsqueda de la plenitud y del sentido para nuestra vida. Somos parte del pueblo de Dios que, día a día, quiere dar un paso desde la tiniebla hacia la luz. Miremos el pesebre y pidamos por nosotros, por nuestro pueblo tan sufrido. Miremos el pesebre y digámosle a la Madre: María, muéstranos a Jesús. Que así sea.

20-01-2025

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