HOMILÍA DE S.E.R. BALTAZAR ENRIQUE CARDENAL PORRAS CARDOZO EN LA EUCARISTÍA DE APERTURA DEL SEXTO CONGRESO AMERICANO MISIONERO, CAM6, EN LA CIUDAD DE PONCE, PUERTO RICO. Ponce, martes 19 de noviembre de 2024.
Queridos hermanos:
Con inmensa alegría y con la esperanza puesta en la gracia del Señor, les doy la bienvenida a todos los presentes y a los que nos siguen a través de los medios, televisión, radio y redes en el mundo entero en esta celebración eucarística de apertura del Sexto Congreso Americano Misionero, bajo la protección amorosa de Santa María, Madre de la Divina Providencia y patrona del pueblo puertorriqueño.
Tengo el encargo del Papa Francisco al nombrarme su Enviado Extraordinario de “estar a la altura de sus expectativas y de las de ustedes”. Tengo un especial cariño por esta tierra insular desde hace mucho, por la relación eclesiástica del oriente venezolano dependiente del obispado de San Juan durante los tres siglos de la colonia. El ejemplo de sus intrépidos obispos de entonces, hicieron visitas pastorales al inmenso territorio pasando penurias en el mar y en tierra, dando aliento a la fe de indígenas y mestizos.
El Santo Padre me pide que exprese “su significativo saludo a todos los participantes, y el testimonio del amor del Papa a esta querida porción de la Iglesia que camina en Puerto Rico”. Espera el Santo Padre “que a partir de estas fiestas sagradas los fieles cristianos de América fomenten en sí mismo un espíritu verdaderamente cristiano y puedan gastar todas sus energías en la obra de evangelización, llenos abundantemente del consuelo del Espíritu”. En su nombre declaramos abierto este Congreso.
El lema “América, con la fuerza del Espíritu, testigos de Cristo”, expresa continuidad con el esfuerzo por dar un mayor empuje al sentido misionero de nuestros pueblos. Nuestro continente fue tradicionalmente receptor agradecido de miles de misioneros, hombres y mujeres, obispos, sacerdotes y laicos venidos del viejo continente, procedentes de varios países europeos, a lo largo de más de cinco siglos. Con el empuje misionero del Papa Pío XII, a mediados del siglo pasado, fue una novedad el ingente número de sacerdotes diocesanos, congregaciones apostólicas masculinas y femeninas, y no pocos laicos asociados a diversos movimientos apostólicos, procedentes de Europa y del continente americano, que vinieron a dinamizar la acción pastoral en nuestros países. A ellos también nuestra oración y reconocimiento agradecido.
México ha sido pionero, aun antes del Concilio Vaticano II, en iniciativas misioneras ad gentes y en la celebración de varios congresos misioneros nacionales. Al impulso de Pablo VI en Evangelii Nuntiandi y en la preparación de Puebla (1979), surgieron nuevas iniciativas pastorales dando origen a los congresos misioneros latinoamericanos, los COMLA, del que se celebraron cinco entre 1977 y 1995. A la luz de la experiencia del Sínodo de América (1997) adquirió un tinte más continental lo que desembocó en los Congresos Americano Misioneros, CAM, del que estamos iniciando el sexto. Lo precedieron Argentina (1999), Guatemala (2003), Ecuador (2008), Venezuela (2013) y Bolivia (2018).
El que estamos iniciando tiene una característica particular que vale la pena resaltar. Se celebra en una de las islas del Caribe, Puerto Rico, que juntamente con la isla de La Española, Santo Domingo, fue el puente desde donde la fe católica pasó en un primer momento de la Península Ibérica a las Antillas Mayores y desde allí a tierra firme. De tal manera que desde los inicios, estas tierras insulares fueron tierra de misión allende sus propias fronteras. No podemos entender nuestra vocación católica americana si hacemos distinción de lenguas, culturales, islas o territorios continentales, fijándonos más en las diferencias que en las coincidencias. Con razón, desde hace tiempo el CELAM se menciona como latinoamericano y caribeño, ampliando el horizonte al norte, americano y canadiense, en periódicos encuentros, e incluyendo las islas menores con el abanico de las culturas inglesas, francesas y holandesas entrelazadas con los habitantes primigenios y los llegados de África. Son un llamado a la integración, en las que la mirada tiene que ser mutua: vernos, conocernos y enriquecernos los unos a los otros. En consonancia con el Papa Francisco somos Iglesia en salida que camina junto a otros, sinodalmente, privilegiando la condición de bautizados y dando cabida a la convocatoria y formación de laicos misioneros. “Solamente a través de la multiplicación de ellos podremos llegar a responder a las exigencias misioneras del momento actual” (Aparecida 174).
Feliz coincidencia, iniciamos nuestro Congreso Misionero bajo la protección de Nuestra Señora, Madre de la Divina Providencia, hoy en el día que el país que nos acoge celebra la fiesta de su patrona. El Papa Pablo VI declaró a Nuestra Señora Madre de la Divina Providencia, patrona principal de la isla de Puerto Rico mediante un decreto firmado el 19 de noviembre de 1969, fecha que coincide con la llegada de los españoles a Borinquen, siendo así la protectora de este piadoso y laborioso pueblo desde tiempo inmemorial.
Hoy, también entronizamos las reliquias del Beato Carlos Manuel Cecilio Rodríguez Santiago (1918-1963), laico, ejemplo de entrega y de disponibilidad total a pesar de su precaria salud, fiel a la causa de Jesús, a través de la liturgia y el servicio a todos. Sean ellos los que nos guíen y entusiasmen en estos días, haciéndonos mejores testigos de Cristo con la fuerza del Espíritu. “que su presencia en medio de nosotros nos anime a crecer en santidad, a querer dar testimonio de la fe y vivir con profundo amor y devoción a la liturgia pascual”.
La primera lectura del libro de las Crónicas evoca la alegría de David y del pueblo fiel congregado a su lado para trasladar el Arca al lugar donde iba a ser venerado por todo el pueblo. En estos días, nosotros en este campus universitario y en las visitas que haremos a las diversas parroquias, seremos los alegres misioneros que portamos la antorcha de la fe desde los pueblos de América a cada una de las comunidades de esta Diócesis de Ponce. Ofreceremos lo que traemos desde cada una de nuestras iglesias locales para compartir las experiencias y enriquecernos mutuamente.
El Evangelio de Juan nos trae la escena conocida de las Bodas de Caná. Qué mejor imagen de la Virgen Santísima, que como toda madre, se preocupa más que nosotros de lo que pasa a su alrededor. Y no espera respuesta de su Hijo. Sencillamente les dice “no tienen vino”. Y a Jesús no le quedó otra sino convertir el agua en vino para alegría de los novios y los comensales. No es acaso esta escena la que se repite a diario en tantas de nuestras madres, preocupadas por el bien de los demás; son ellas las que nos piden a nosotros sus hijos que estemos atentos y prestos a tender una mano al que lo necesita. Esa es María la Providente, la que se adelanta con la vista del corazón para que reine la alegría y la paz a su alrededor, convocándonos a nosotros sus hijos para que sigamos las huellas de Jesús.
En estos días, el desgranar de ponencias, testimonios, trabajo en grupo y contacto con las parroquias que nos acogen, serán momentos misioneros para que salgamos de nosotros mismos, para que vayamos más allá de la delegación de nuestro país para abrirnos a los hermanos de otras latitudes, aumentar la fraternidad y descubrir las potencialidades de nuestros hermanos. Es la ocasión para enriquecer nuestra propia vocación misionera, abierta al diálogo más que a la confrontación. El Papa Francisco nos invita a trascender un mundo de socios. No nos encerremos en una identidad que nos separe del resto. Vivamos estos días la posibilidad de volvernos prójimos (cfr. Fratelli tutti, 101-102). Para que aumente en nosotros el auténtico sentido de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Superemos el individualismo que no nos hace más libres, más iguales, más hermanos. Que podamos volver a nuestras casas con la mochila llena de ilusiones, de experiencias compartidas, de amistades sinceras que se prolonguen en el tiempo y en beneficio de tantos y tantas que no conocemos. Como el pasaje del buen samaritano. No se esperaba aquel jinete encontrarse con un hombre herido al borde del camino. Detenerse, ayudar, compartir, sanar, es lo que más nos enriquece y nos asemeja a Jesús y a María. Son ellos los modelos que nos conviertan en auténticos misioneros (Cfr. Fratelli tutti, 103-105).
Continuemos esta celebración inaugural haciendo nuestro el canto Bautizados y enviados:
“Fuimos llamados para ser la sal de la tierra y la luz del mundo. Al ser bautizados por el Espíritu Santo, nos enviaron a ser testigos y discípulos, de Cristo nuestro Redentor. Bautizados y enviados, misioneros de esta tierra, viviremos su palabra, tal como él nos enseñó. Bautizados y enviados, compartiendo en la misión, el testimonio del cristo vivo, que habita en nuestro corazón”. Que así sea.
15.- 19-11-24 (8963)