Homilía del Emmo. Sr. Cardenal Baltazar Porras en la ordenación episcopal de S.E.R. Gerardo Ernesto Salas Arjona, tercer obispo de Acarigua-Araure. Gimnasio Wibaldo Zabaleta, Acarigua, sábado 5 de noviembre de 2022.
Muy queridos hermanos Arzobispos y Obispos de Venezuela.
Ilmo. Mons. Ignazio Ceffalia, Encargado de Negocios de la Santa Sede en Venezuela.
Sacerdotes, Diáconos Permanentes, Vida Consagrada, Seminaristas.
Autoridades Civiles, Gremiales y Militares.
Queridos fieles portugueseños, familiares y amigos merideños de Mons. Salas Arjona.
Representantes de los medios de comunicación social
Hermanos todos
Las ciudades gemelas Acarigua-Araure que se visten de gala en la mañana de hoy porque por voluntad del Señor que es nuestra luz y nuestra salvación, concretada por el Papa Francisco reciben con júbilo a su tercer obispo, quien viene cargado de ilusiones, dispuesto a dar lo mejor de sí, para pastorear la grey de esta hermosa región centro occidental llanera. En efecto, es la ciudad de mayor población en la inmensa pampa que atraviesa el país desde el piedemonte andino a las riberas a lo largo del Orinoco hasta que muere en el delta. Tiene, por tanto, la obligación de ser faro de luz y de virtud para el llano y la montaña. Es, además, la ciudad granero de Venezuela. Buena parte de la población del país se alimenta de lo que aquí se produce con esfuerzo y constancia. Ambas características deben ser, también, reflejo y sustrato de su vida espiritual.
Acarigua contó con cura doctrinero, -modalidad para atender a comunidades nativas, iniciándolas en la doctrina cristiana-, desde los inicios del siglo XVII, y Araure, de la mano de Fray Ildefonso de Zaragoza, contó con iglesia y cura en las postrimerías del mismo siglo. Vecinas en rivalidad, pero hermanadas por un mismo destino. De la mano de una sencilla mestiza, ancló la devoción mariana en la venerable y milagrosa imagen de la Virgen de la Corteza, constituyéndola en patrona de la diócesis, custodiada por el arcángel San Miguel, frente a las insidias del maligno. Fe añeja con la solera de una tradición sostenida, se enriqueció aún más con la reciente elevación a sede episcopal, por gracia de San Juan Pablo II hace casi dos décadas a finales del 2002. Un recuerdo agradecido a su primer obispo, Mons. Joaquín Morón Hidalgo, quien desde el cielo se une a esta efemérides, y la alegre presencia física de su anterior pastor, Mons. Juan Carlos Bravo Salazar, quien comparte este momento de gracia en la continuidad apostólica de esta iglesia particular.
Venimos ahora a imponer las manos, ungir su cabeza y pronunciar la oración consecratoria sobre nuestro hermano Gerardo Ernesto, llamado a la alta responsabilidad eclesial que le confía el Señor de redimir a los hombres, para que lleno del Espíritu Santo proclame el Evangelio a todos los pueblos, reunidos bajo un solo pastor, para santificarlos y conducirlos a la salvación. En el obispo rodeado de sus sacerdotes está presente el mismo Señor nuestro Jesucristo, Sumo Sacerdote para siempre. “Es Cristo, de hecho, quien en el ministerio del obispo continúa predicando el Evangelio de la salvación; y es Cristo quien continúa santificando a los creyentes a través de los sacramentos de la fe. Es Cristo quien en la paternidad del obispo hace crecer su cuerpo, que es la Iglesia, con nuevos miembros. Es Cristo quien, con la sabiduría y la prudencia del obispo, guía al pueblo de Dios en la peregrinación terrena hacia la felicidad eterna” (Papa Francisco, octubre 2021).
La fuerza y la confianza vienen del Señor como nos lo afirma Isaías, “porque el espíritu del Señor me ha ungido y enviado para anunciar la buen nueva a los pobres, a curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos y la libertad a los prisioneros” (Is. 61). El obispo es el que cuida la esperanza velando por su pueblo. Recordemos la recomendación del apóstol Pedro en su primera carta cuando nos dice: “cuiden de las ovejas de Dios que han sido puestas a su cargo; háganlo de buena voluntad, como Dios quiere, y no forzadamente ni por ambición de dinero, sino de buena gana” (1Ped. 5,2). Es lo que Pablo desde Mileto confía a los presbíteros de aquella comunidad: “miren por ustedes mismos y por todo el rebaño…los encomiendo a Dios y su palabra salvadora, la cual tiene fuerza para que todos los consagrados a Dios crezcan en el espíritu” (Act. 20).
El Evangelio escogido para hoy recalca la exigencia de la abundancia del trabajo y la cosecha, llamando a la vigilancia y a la oración al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos (Mt. 09,35-38). Esta diócesis llanera no parte de cero, tiene un recorrido en su pasado y en su reciente presente. Experiencias pastorales abundan tanto en la ciudad como en los numerosos asentamientos rurales que requieren de una particular atención. Vigilar y velar, dos virtudes que deben adornar al pastor. Vigilar es estar despierto, con diligencia, y perspicacia cuidando de la doctrina y las costumbres. Pero hay que hacerlo velando, para que haya sal y luz en los corazones. Velar con mansedumbree, paciencia y constancia. Velar es ver con los ojos de la esperanza del Padre misericordioso, bendiciendo con Moisés enseñó a Aarón: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz” (Num. 6,24-27).
Es la alegría y gratitud del pueblo que hoy te acompaña, querido hermano Gerardo, en la senda de la sinodalidad que nos pide el Papa Francisco tomando en cuenta y animando los muchos carismas aquí presentes entre los bautizados. Con el apoyo fraterno de buena parte del episcopado que comparte este momento de gracia y de toma de posesión de tu obispado. Porque episcopado es el nombre de un servicio, no de un honor, y es que el obispo es más responsable del servicio y la autoridad pastoral que del `poder, según el mandamiento del Maestro: “Quien sea el más grande entre ustedes que sea como el más pequeño. Y quien gobierna, que sea como el que sirve” (Lc.22, 26). Servicio, cercanía con compasión y ternura. Proximidad con todos, cln el pueblo fiel, con los sacerdotes, con los lejanos y con los de la acera del lado, primero, en la oración; segundo, con los sacerdotes, consagrados y diáconos permanentes, que son nuestros prójimos más cercanos. En tercer lugar con el santo pueblo de Dios, con la delicadeza como la de Pablo a Timoteo: “Acuérdate de la fe sincera que tienes, como la tuvieron tu madre, tu abuela…”. (cf. 2 Tm 1,5), y junto a ellas tantas otras personas que a lo mejor no conocemos, pero a quienes nos debemos. Y, en cuarto lugar, el ministerio episcopal quee te ata a una iglesia particular concreta, tiene una dimensión mayor por la exigencia de la colegialidad con la realidad del país y el entorno mayor continental y mundial que conlleva la obligación de cargar con todas las iglesias en el polifacético y complejo mundo de hoy. Así avivamos el fuego del don que Dios te da con la imposición de manos y la oración consecratoria que pondremos sobre ti los obispos aquí presentes.
Dentro de unos instantes iniciaremos el rito de la ordenación episcopal, orando y pidiendo por ti y el pueblo que te será confiado. En el escudo y lema episcopal que has escogido se encierra todo un programa de vida que te ha acompañado desde tu infancia hasta hoy. En medio de las montañas donde naciste y creciste, Bailadores, están como una impronta indeleble en ti, lo recibido en el hogar, en el regazo de tu mamá quien desde el cielo te acompaña, de tus familiares y amigos, sacerdotes, maestros, condiscípulos y gente de las que aprendiste a amar a Dios y ayudar al prójimo, así como desde el arduo trabajo del campo y su participación activa en todo lo comunal, en lo que sobresalen las tradiciones religiosas, sus novenas y procesiones, sus correrías por todas las aldeas.
En el cuartel superior de tu escudo están plasmados tres reconocimientos y agradecimientos importantes en tu vida. El Espíritu Santo evoca la fuerza y el atrevimiento de la gracia que recibiste a través de tus superiores. La paloma te recuerda al gran formador al sacerdocio, el Siervo de Dios Miguel Antonio Salas quien te recibió en el Seminario y te confirió el diaconado. Me uno a esta evocación pues formas parte del primer grupo de sacerdotes que ordené recién nombrado arzobispo de Mérida. Me toca ahora la gracia de volver a imponerte las manos que te harán sucesor de los apóstoles, sumando uno más a la corona de clérigos merideños que han sido llamados al ministerio episcopal.
Acompañan al Espíritu Santo la M de María, con la que evocas al Papa San Juan Pablo II, cuya figura estuvo presente en tus años de formación sacerdotal, junto a la devoción de tu pueblo, la Virgen de Candelaria y las muchas devociones marianas ligadas sobre todo al tiempo de adviento y navidad. A la izquierda del mismo cuartel, Jesús Eucaristía, otro de tus amores bajo el mismo signo del escudo del Papa Francisco, quien te ha elevado a asumir el cayado de acompañarlo en su ministerio universal.
Se nutre tu vocación de la Palabra de Dios simbolizada en la Biblia abierta, con un alfa y omega, indicando la centralidad del mensaje evangélico en tu espiritualidad y ministerio. Como lema has escogido “servidor de todos”, con amplitud de espíritu, dando cabida a todas las realidades humanas y sociales que te rodean, sin distinción alguna, “para que tu ministerio pastoral y misionero “llegue a todos sin excepciones ni exclusiones, concentrado en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario” (EG. 35), es decir, desde el corazón del Evangelio. Es lo que en las lecturas que escogiste hemos comentado más arriba.
Las letanías que nos abren a orar con todos los santos, tiene en María, nuestra madre, el mejor consuelo y la mayor de las esperanzas. Tú, querido Mons. Gerardo, la has tenido como tu protectora y guía. Candelaria de Bailadores, Coromoto de Venezuela, Virgen de la Corteza, patrona de tu nueva diócesis, nos acompañe en estos momentos haciendo nuestra la oración del santo Cura Brochero:
¡Oh María, Madre nuestra!
Alcánzanos la gracia de reconocer los tesores y riquezas
Que tu Hijo nos dejó en este sacramento de amor.
Alcánzanos las fuerzas necesarias
Para llegar a él como mucha frecuencia
A enriquecernos con sus virtudes.
Si tú nos ayudas, Madre nuestra,
No nos ha de costar el amor a tu Hijo
Que tanto nos amó y es tan digno de ser amado.
05-11-2022
Es lo que pedimos, para Mons. Gerardo Salas y para la extensa grey de Acarigua-Araure. Que así sea.