Cardenal Baltazar Porras y Mons Eduardo Contreras(Foto Leo León-@leoperiodista)

Por: Cardenal Baltazar Porras Cardozo…

No puedo ocultar el pesar que me causó la noticia del fallecimiento el 15 de marzo último del decano del clero merideño, Mons. Eduardo Contreras. En los últimos quince años había trabajado como director espiritual en el Seminario Nuestra Señora del Pilar de Barinitas donde gozó del aprecio de todos. Se sintió muy a gusto cuando me pidió, cargado de años, querer colaborar con la diócesis sufragánea de Barinas. Allí se encontraban varios exalumnos a quienes había formado como rector en el Seminario San Buenaventura de Mérida. Lo invitaban con frecuencia a presidir en las fiestas de los pueblos. Excelente confesor y afable en el trato con los seminaristas, encontraban en él a un hombre cargado de experiencia, de honda espiritualidad, trato sencillo, de buen humor y fácil conversación. Obispos, sacerdotes, seminaristas, catequistas y miembros de diversos movimientos lo buscaban para retiros y convivencias.

Cada año, durante las vacaciones, venía a Mérida a visitar su familia y compartir con las amistades amasadas durante la mayor parte de su vida sacerdotal. Siempre me pedía si le daba permiso para estar otro año más en Barinas, pero dispuesto a lo que el arzobispo le insinuara. Me llamó la atención que el año pasado me expresó que le gustaría volver a Mérida a colaborar en lo que buenamente pudiera. No me imaginé que buscara inconscientemente reencontrarse con su querencia merideña. Por eso, en el presente curso académico volvió al Seminario de Mérida, que había sido su casa en los últimos cuarenta años, ocupando en diversos momentos la rectoría del mismo.

Nativo de la población de Mesa Quintero donde vio la luz de la vida el 13 de octubre de 1932. De allí su nombre pues es el santo que trae el calendario litúrgico. Junto con su primo hermano, el Padre Pernía, muy jóvenes se trasladaron a la capital para cursar estudios. Incursionó en la vida pública al igual que varios de sus hermanos, militando en la democracia cristiana. Sin embargo, su raigambre religiosa lo hizo dejar la política e ingresar en el Carmelo donde se formó y ahondó su vocación, bebiendo en España y Roma lo mejor de las enseñanzas de los hijos de San Juan de la Cruz y los místicos del siglo de oro. Recibió la ordenación sacerdotal en la ciudad eterna de manos del Papa Pablo VI el 17 de mayo de 1970.

Mérida le debe su entusiasmo por arraigar el carmelo descalzo, siendo el que construyó buena parte de la casa monasterio de El Salado, dedicado a la formación espiritual de los candidatos a la Orden y a la atención al laicado carmelitano. Pasó al clero diocesano en los inicios del pontificado de Mons. Miguel Antonio Salas, quien valoró sus dotes de formador y le confió la dirección a la reapertura del seminario mayor merideño. Fue párroco en Mucuchíes, Mucutuy y Canaguá entre otros, ganándose el aprecio de la feligresía por su dedicación a la atención pastoral y al embellecimiento y construcción de templos y capillas.

En no pocas ocasiones, en su “machito”, vehículo que cuidaba con primor, me llevaba a diversos lugares en visitas pastorales. Disfrutaba de su conversación aguda y erudita, al igual de sus buenos comentarios sobre lo humano y lo divino. Buen consejero y atinado en sus juicios y recomendaciones, lo que hacía con discreción y finura. Los seminaristas lo tuvieron siempre como un excelente formador, exigente, comprensivo y mejor maestro. Son numerosos los discípulos que ejercen su ministerio tanto en las diócesis de El Vigía-San Carlos del Zulia como en Barinas y por supuesto en la arquidiócesis.

Con admiración y respeto, son muchas las anécdotas de sus discípulos, salpicadas con la facilidad de imitar su hablar, sus dichos, con el tono singular que lo distinguía. Estoy seguro que lo seguirán haciendo pero como una plegaria agradecida a quien admiraron siempre como testimonio fiel de un ejemplar servidor de la Iglesia. Sus restos reposan en el Panteón sacerdotal de El Espejo a donde lo acompañaron clero, religiosas, fieles y familiares, en oración sincera y agradecida por su ejemploy bonhomía.

Dejo constancia de su vida de entrega, desprendido, servicial, alegre y cercano. Fiel testigo de los muchos sacerdotes merideños que dieron y dan su vida por amor a Dios y al prójimo. Doy gracias por haberlo tenido como colaborador respetuoso, con un sentido de pertenencia eclesial envidiable y una auténtica devoción a la persona del obispo. Descanse en paz, querido Mons. Contreras para que siga siendo faro seguro de la vocación bautismal y ministerial de quienes tuvieron la dicha de toparse con él en la formación cristiana y humana.

13.- 23-3-23 (4644)