El título de este documento, una parte del evangelio leído en la liturgia de la Misa de este domingo, también lo podemos comprender de esta forma: Jesús desciende del cielo y revela el verdadero y misericordioso rostro de Dios a la humanidad.

Con esto insisto: monte, por ej., en el sentido de Mateo 5, 1, no sólo hemos de entenderlo como una elevación del área terrestre de índole natural; pero, empleando el término elevación, por él esclarecemos que el monte es aquel lugar, —la mente, el corazón—, en el cual captamos lo más sagrado y eminente: el pensamiento de Dios.

Por otro lado, el llano, el cual repasamos en Lucas, no exclusivamente expresa lo que carece de desniveles; entonces, cuando Lucas refiere tal sustantivo, subraya que la propuesta de hombre dichoso, planteada por Jesús, está dirigida a todo el género humano. En efecto, el evangelista menciona en primer lugar a Judea y Jerusalén, y, luego, a regiones paganas más allá de los confines israelitas, a las costas de Tiro y de Sidón (v.17).

Lucas señala, en el discurso del llano, tres dichas y tres ayes (vv.17.20-26); Mateo especifica nueve bienaventuranzas (5, 1-12). Ahora, con esto recalco que en la unión que podemos hacer entre dichas y ayes, Jesús además nos insiste en esto: si la báscula debe reclinarse, que sea del lado de los pobres, de los que tienen hambre, de los que lloran; hace más tiempo que padecen. Por cierto, hay gentes muy hábiles que tienen muchas maneras de hacerse lugar entre el bueno de los pobres, de los que tienen hambre, de los que lloran, y en no pocas ocasiones acuden a ayudarlos ostentando rumorosamente el socorro que les prestan, y, conjuntamente, “lo hacen en nombre de Jesucristo” que marchaba con los pies desnudos.

Desde luego, con ello no refuto que innegablemente en el discurso del llano Jesús asimismo nos llama a apreciar el valor intrínseco y esencial de la pobreza, del hambre de Dios, del dolor en el cual, aunque haciendo de tripas corazón, hemos de afrontarlo con la lucidez del Espíritu.

En base a estas realidades pareciéramos escuchar del Maestro esta pregunta: ¿a quién es a quien llamo dichoso por ser honestamente pobre, hambriento o sufriente por mi causa? El altivo, multimillonario o necesitado, difícilmente encarna alguno de esos adjetivos con ese genuino sentido bíblico; es decir: que la riqueza que el corazón humano encuentra en el Evangelio sea el gozo que, aunque aborrecido y expulsado de los círculos viciados sólo con la superficialidad del poder que algunos por un “ratico” están administrando, no sea ventajosa, —tal riqueza—, sólo en el debate, sino primordialmente en esa pobreza de espíritu que no deja agonizar el bien meramente en las intenciones de obrarlo.

En esta tarea no cesemos de mirar a Cristo, porque con sus dichas y ayes nos alecciona que la justicia no puede tener un servidor mezquino. Y, justamente en dicha tarea, a elogios insinceros (cf. Lc 6, 26), prefiramos, aunque tartamudeando y renqueando por los insultos y maldiciones a causa de nuestra fidelidad a CRISTO, aun con agotamiento, el hecho de no ser ni rico ni pobre, sino el de dejarlo todo para seguirlo.

Fecha 16-02-25.
Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.

De este modo, con la cabeza en alto podemos confesarle: estoy cumpliendo con mi deber, según mis fuerzas, y estoy forjando el socorro que puedo.

14-02-25