La crónica menor: Aniversarios felices

Por: Cardenal Baltazar Porras…

El 13 de marzo de 2013, hace cuatro años, sorprendió al mundo la elección del Papa que con el nombre de Francisco, rompió cábalas, pronósticos, estadísticas, dando inicio al pontificado del primer papa americano, jesuita, quien comenzó pidiendo la bendición al pueblo que lo aclamaba en la plaza de San Pedro y se apareció sin más atuendo que la sencilla sotana blanca. Estos años han sido el escenario para admirar y seguir la sencillez y cercanía, la preocupación por la paz del mundo, la reforma de la Iglesia y el llamado a estar “en salida”, a la búsqueda de los más desposeídos del mundo, y a ser una bocanada de esperanza en medio de las muchas contradicciones que aquejan a los pueblos de todo el orbe.

Su preocupación por nuestra patria ha sido constante. Su llamado al diálogo, al verdadero, al que pone como premisa la aceptación del otro, no ha sido visto con serenidad, y en palabras de su colaborador más inmediato, el cardenal Parolin, las promesas ofrecidas para participar en la mesa de diálogo se han quedado en el limbo. La paz sólo se construye cuando la buena voluntad de las partes salgan de sí y se ocupen de los problemas reales del pueblo. Se está a la espera de los signos que lo demuestren. Oremos por él para que la alegría del evangelio lo siga acompañando para bien de la humanidad entera.

Hace cincuenta años, en marzo de 1967, el cardenal José Humberto Quintero fue el protagonista de una feliz iniciativa. Surgían vocaciones al sacerdocio en personas adultas y se requería ofrecerles una institución que se ocupara de ello. Con la ayuda de Mons. Jacinto Soto y el P. Ramón Ovidio Pérez Morales, abrió sus puertas el Seminario San José de El Hatillo para vocaciones adultas, cuyos frutos fueron abundantes durante varias décadas. Sus instalaciones, actualmente, dan cabida al Seminario Santa Rosa de Lima de Caracas que acoge a formandos de varias diócesis del país. Hace treinta años, en la celebración del vigésimo aniversario, tuvimos la dicha de rendir homenaje, el último acto público que en vida se tributó a nuestro primer cardenal, a los rectores que lo habían regido hasta entonces y a los exalumnos, sacerdotes y laicos que pasaron por sus aulas. La historia de esta primera etapa está por escribirse, un hito más, en las muchas iniciativas para la formación sacerdotal que se han dado a lo largo de los siglos en Venezuela.

Las devociones marianas más sentidas han tenido lustre entre nosotros. A los desvelos de Mons. Alejandro Fernández Feo, obispo de San Cristóbal, se debió la reconstrucción y hermosamiento de la basílica de Nuestra Señora de la Consolación de Táriba, una de las devociones más antiguas en suelo patrio, pues su cofradía ya estaba arraigada a comienzos del siglo XVII. El colofón, la coronación canónica de su imagen, privilegio concedido por la Santa Sede y presidida la ceremonia por el Cardenal Quintero. En estos días, su actual prelado, Mons. Mario Moronta, ha recordado con nutrido programa, dicha efemérides, faro de luz y de fe, de los pueblos andinos y regiones vecinas.

En momentos de crisis como los que vivimos, hacer memoria, no es otra cosa sino activar la esperanza, la humana y la teologal, la única capaz de darnos la fuerza y el entusiasmo para ser protagonistas de la sociedad fraterna y en paz que soñamos. No desmayemos en la construcción del bien, que nos arranca sudores y lágrimas, pero es la única que nos puede conducir a sonreír y cantar, lo que con ayuda de la gracias podemos hacer.

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