La crónica menor: En los pueblos del sur merideño

Cardenal Baltazar Porras

Por: Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo…

La fe se prueba y acrisola en una de las regiones más bellas y a la vez más desconocidas del Estado Mérida. El Sur merideño entre páramos y valles que se deslizan hacia el llano barinés es el asiento de poblaciones pequeñas con numerosas aldeas en medio de carreteras y servicios públicos deficientes donde el esfuerzo y la creatividad de sus habitantes sobresalen junto con la fe católica arraigada desde el hogar y compartida de diversas formas por quienes hacen de la adversidad una oportunidad para crecer integralmente.

Este año, cinco de los siete neosacerdotes han salido de estos pueblos. El primero, de Aricagua recibió la ordenación en octubre de manos del Obispo Auxiliar. En la última semana de noviembre, Guaimaral, sector limítrofe con el Táchira fue escenario de la primera ordenación sacerdotal en su historia. Preparada primorosamente, cerca de mil personas se dieron cita a pesar de lo escabroso de sus vías. En Canaguá, la más populosa de sus poblaciones, entregó dos hijos a la Iglesia. Bella celebración, aderezada por la participación de los docentes de los centros educativos y de los miembros de los movimientos apostólicos y de los numerosos grupos musicales que inventan versos y coplas con facilidad pasmosa. Y Mucutuy, otro de sus poblados cerró el ciclo de ordenaciones.

La frase evangélica, “de Nazaret puede salir algo bueno”, es aplicable a aquellos parajes. Los citadinos suelen tener la percepción de que la condición campesina es una minusvalía. Nada más lejano de la realidad. La actividad agropecuaria es la actividad principal de sus moradores. El descuido gubernamental es crónico. La labor de los sacerdotes ha sido importante en lo espiritual y en la superación de las carencias. Los curas camineros fueron pioneros en la apertura de caminos y en la búsqueda junto con sus gentes para la obtención de los servicios públicos a los que todos por igual tenemos derecho. La acción evangelizadora ha sido constante y es la familia la primera célula donde se vive y aprende el amor a Dios y al prójimo. El altar hogareño es el primer templo donde se desgranan oraciones y novenas. Los pesebres y las hermosas tradiciones religiosas, siempre comunitarias, acompañan los momentos de gozo y de dolor, de trabajo y de fiesta, que abren senderos a la esperanza y a la superación en todos los órdenes.

Regresamos agradecidos por el ejemplo y testimonio contagioso de sus muchas virtudes. Y nos impulsa a ser más cercanos para oír sus cuitas y necesidades, a la par que sus anhelos y proyectos. Se hace también urgente una presencia profética que sea voz en la ciudad del eco de las muchas carencias no atendidas con seriedad por las autoridades que fácilmente se escudan en el desconocimiento de sus necesidades reales que no encuentran eco en los medios tradicionales de comunicación. Estos pueblos, siguen siendo un llamado al trabajo misionero y un grito al mundo de lo que son capaces de darnos. En esta oportunidad este racimo de jóvenes sacerdotes para el servicio de Dios y del prójimo.