La crónica menor: Inhumar, exhumar, cremar

Por: Cardenal Baltazar Porras Cardozo…

Los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren. La muerte es el fin definitivo, donde dejan de existir se descomponen y los animales carroñeros dan cuenta de ellos. El ser humano, dotado de cuerpo y espíritu, le ha dado desde sus inicios un sentido diferente a la muerte de sus semejantes. No quedan tirados a la vera del camino sino que son depositados, según las diversas culturas, en un sitio especial. Son “inhumados”, in = dentro, humar= tierra, enterrados, depositados en un lugar. La muerte en todas las culturas humanas es un tránsito a otra realidad.

La “exhumación” es el acto de desenterrar, ex= sacar, lo que se suele hacer mediante algún rito con alguna significación que, generalmente, es para exaltar la estirpe y colocarlo en un mausoleo, de lo que hay preciosos ejemplos de todos los tiempos y lugares. La “cremación”, por su parte, es la incineración, es decir, la destrucción del cuerpo inerte para convertirlo en ceniza. En el tiempo ha tenido varias interpretaciones religiosas, lo que dio pie a su prohibición en la Iglesia católica. Razones económicas, entre otras, por la imposibilidad de ampliar indefinidamente los cementerios van imponiendo la cremación, permitida por la Iglesia bajo unas sencillas normas.

Desde los inicios del cristianismo, en recuerdo a los tres días de Jesús en el sepulcro, se privilegió la inhumación, rindiendo culto a los restos de los cuerpos de los mártires depositados en las catacumbas. Sobre ellos se celebraba la eucaristía. La normativa canónica para la proclamación de la santidad de alguna persona para ser declarado beato o santo, prescribe la exhumación para verificar la autenticidad de los restos allí contenidos. Bajo el esquema o protocolo vaticano y las normas modernas forenses, se llenan unos formularios que atestiguan la autenticidad y conservan los restos bajo condiciones que impidan su deterioro en el tiempo.

Antes de sellar de nuevo el sarcófago que vuelve a ser abierto bajo estrictas normas canónicas para la distribución de las reliquias auténticas, es decir, aquellas que pertenecieron al difunto santo, bien sea de su osamenta, vestimenta u otro objeto con el que fue enterrado. Se entregan con certificado de autenticidad para su veneración en iglesias, santuarios o lugares sagrados. La devoción popular solicita “reliquias”, denominadas de segundo orden. Son pequeños trocitos de tela que colocada sobre el túmulo durante unos días, se colocan en pequeñas imágenes o tarjetas, y se reparten a quien las solicita. Es una antigua tradición que le da solemnidad por la cercanía física con los restos sagrados. Por ejemplo, el Papa manda colocar los “palios”, sobre la tumba de San Pedro en la Basílica vaticana, los días previos a la solemnidad del 29 de junio. Se trata de una banda de lana blanca en forma de collarín, adornada con seis cruces de seda negra. Es la insignia exclusiva de los arzobispos residenciales o metropolitanos. Es semejante a una estola y se utiliza a modo de escapulario.

En el proceso de beatificación del Dr. José Gregorio Hernández se cumple el rito de la exhumación de sus restos que reposan en la Iglesia de La Candelaria en Caracas, en dos tiempos. La primera, para abrir la tumba y trasladar la urna, o moisés en este caso, para su examen y verificación, según las normas eclesiásticas y civiles. Tuvo lugar el lunes 26 de octubre, fecha natalicia del beato. La segunda, el sábado 31 de octubre, se cierra el rito de la exhumación, una vez realizados los exámenes médicos forenses y canónico-jurídicos. El expediente de este proceso es enviado a Roma a la Congregación para la causa de los santos. Y, es el requisito previo a la solemne ceremonia de beatificación que tendrá lugar en Caracas, Dios mediante, en el primer cuatrimestre del año 2021. Mientras, los devotos y seguidores del médico de los pobres, nos preparamos “caminando con José Gregorio”, con una amplia programación religiosa, cultural, científica y caritativa que ha movilizado los mejores resortes del venezolano porque “José Gregorio es nuestro”, ciudadano auténtico, cristiano ejemplar, científico y servidor de los pobres por amor a Jesús y su evangelio.

67.- 28-10-2020 (4218)