La crónica menor: La actualidad de Cervantes

Por: Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo…

Lástima que sumidos en una crisis total, no haya espacio para conmemorar y sacar lecciones de los genios de la historia. Hace 400 años murió Miguel de Cervantes, y El Quijote y Sancho Panza siguen siendo la memoria viva de los sueños, de la realidad y de las insensateces de la vida. La revista “La aventura de la historia” en su edición de abril no tiene desperdicio para conocer o refrescar la polifacética, agitada y a la vez serena existencia, de quien plasmó en los personajes de sus novelas, el sentido de la vida y de la muerte, digna de los más eximios exponentes de la psicología social o de los tratados del buen vivir y morir, en boga en su época. Todas sus obras las dio a conocer prácticamente en la última década de su vida, en plena madurez humana y sensatez de pensamiento, pues “hase de advertir que no se escribe con la canas, sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años”.

Nació en Alcalá de Henares (29-9-1547), estudia en Madrid, huye de España por estar supuestamente en la mira de Felipe II, participa en la batalla de Lepanto (7-10-1571) de donde le viene el apodo de “manco de Lepanto” por perder su mano izquierda. Sigue en la vida militar y puesto preso por los turcos es llevado a Argel (1575-1580). Comienza a escribir El Quijote en 1597. En 1605 publica la primera parte del “Ingenioso Hidalgo…”, con tan inusitada fama que a los pocos meses es traducido a varias lenguas. Muere el 23 de abril de 1616 en Madrid, enfermo y sin dineros “puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte”.

Qué bien nos vendría rememorarlo este año, en medio de nuestra agitada Venezuela, bajo la sombra de Don Quijote en América de Don Tulio, porque también en nuestro continente laten los sueños atemperados por el sentido común de gente sencilla, los millones de Sanchos que esperan superar sus muchas carencias a la sombra de hombres sensatos; sobre todo, saquemos las enseñanzas que la vida le dio a Cervantes, en medio de vicisitudes y penurias, lección perenne que debemos asumir con coraje, para superar el bache en que estamos sumidos por creer en mesías redentores que no son más que embaucadores de las legítimas esperanzas de los humanos.