La Crónica Menor: La Paradura del Niño. De Mérida para el mundo

Por: Cardenal Baltazar Porras Cardozo…

Las expresiones devocionales navideñas son muy variadas y ricas en este lado del Atlántico, herencia sin duda de las tradiciones sencillas, pero con un contenido antropológico religioso muy fecundo. Una de ellas es la conocida Paradura del Niño, tradición acunada en tierra merideña, en concreto en Ejido, al menos desde el siglo XVII, según la documentación encontrada.

El valor de la religiosidad popular de los siglos pasados tiene una raíz de gran actualidad. Lo religioso no es una expresión individual, ni íntima, sino en relación directa con la comunidad. De puertas abiertas pues se trata de una celebración radicalmente bautismal. No nació por imposición de los clérigos sino como una continuidad de la vida cotidiana en la que se entremezclan lo oracional con el compartir fraterno, los cantos al aire libre en procesión para que se agregue el que lo desee, sin invitación especial. Es de una apertura singular pues es presidida por un laico, hombre o mujer, acompañado de un cortejo de músicos, de niños y adultos representando a los protagonistas de los evangelios de la infancia. Con una referencia a la vida familiar. La llegada de un nuevo ser al hogar es una alegría que exige vigilancia, ternura y acompañamiento. No hay niño tranquilo, pues cuando comienza a gatear o caminar hay que estar pendiente para que no se pierda o extravíe. Participan los vecinos, y como es costumbre no puede faltar ni la pólvora que sirve como las campanas para convocar ni la abundancia de hechuras del hogar, en ricos pastelitos, tequeños, dulces, chocolate y como no, algún traguito de miche para los adultos.

Hoy se habla mucho de “sinodalidad” para expresar que los creyentes deben caminar juntos sin prerrogativas de ninguna especie. Pues eso que parece tan moderno es parte integrante de esta celebración que nos recuerda que no todo es rigor, que la vida alcanza su plenitud en el compartir amistoso con quienes conviven a nuestro lado y las ocupaciones no nos permiten departir en tranquilidad y sosiego.

Me entusiasma escuchar que desde varias instancias académicas de nuestra Universidad de los Andes solicitan un reconocimiento a este patrimonio intangible para que sea reconocido tanto a nivel eclesiástico como civil para que organismos como la Unesco le concedan ese merecido título de patrimonio de la humanidad.

6.25.- 03-02-25 (2415)