El Papa Francisco advierte que no hay que dejarse llevar por el pesimismo estéril, ya que una de las tentaciones más serias que ahogan todo buen propósito es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejos y desencantados con cara de vinagre. Y sentencia “nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. ¡No nos dejemos robar la esperanza!”.
Esta aguda y certera reflexión del Papa Bergoglio viene muy bien para la situación que vive el país. La desorientación campea por doquier porque el sector más radical del gobierno se salta a la torera el ordenamiento legal, decide y pontifica por encima de los complacientes poderes públicos que por definición deben ser autónomos e imparciales, haciendo que la crisis global que vivimos se agudice en perjuicio de la mayoría de la población. A ese grupo lo único que le interesa es mantenerse en el poder y para eso usa y abusa del control que ejerce sobre el aparato estatal y restringiendo de mil maneras la libertad de personas e instituciones, amenazando, denigrando, condenando, y dando rienda suelta al hampa pues la inmensa mayoría de los crímenes, robos y saqueos quedan en el limbo de la impunidad.
En la reciente Exhortación de la Conferencia Episcopal los Obispos recalcamos el clima social que todos padecemos. Se trata de poner en primer lugar a la persona humana, al venezolano común y corriente sin distinción. No nos mueve sino el bien común. “La raíz de los problemas está en la implantación de un proyecto político totalitario, empobrecedor, rentista y centralizador que el Gobierno se empeña en mantener”. Por lo que hay propuestas urgentes que se deben atender: “El Consejo Nacional Electoral tiene la obligación de cuidar el proceso del referéndum revocatorio para que se realice este año. Es un camino democrático, un derecho político contemplado en la Constitución. Impedirlo o retrasarlo con múltiples trabas es una medida absurda, pues pone en peligro la estabilidad política y social del país, con fatales consecuencias para personas, instituciones y bienes”. No es un problema legal ni ético, es político y como tal hay que afrontarlo pacíficamente pero con fortaleza y constancia, porque estamos ante unos auténticos usurpadores del poder popular.
Ni los derechos humanos, ni la justicia tienen fronteras. No nos dejemos robar la esperanza que hace posible, con la ayuda de Dios, lo que parece imposible.
38.- 9-8-16 (2509)