Por: Cardenal Baltazar Porras Cardozo…
Ser comunicador se ha convertido en una profesión peligrosa. Narrar la vida ordinaria, respirar la verdad de las buenas historias, construir para avanzar juntos está negado por quienes quieren imponer una manera de ser y de vivir contraria a quienes queremos ver al mundo y a los acontecimientos con ternura; “que cuenta que somos parte de un tejido vivo, que revele el entretejido de los hilos con los que estamos unidos unos con otros”.
Estas son palabras del Papa Francisco en su mensaje de este año para la Jornada de las Comunicaciones Sociales. Pablo VI creó esta jornada para darle vigencia a un oficio, casi mejor una vocación que relate lo que está bien y lo que está mal. “Los relatos nos enseñan; plasman nuestras convicciones y nuestros comportamientos; nos pueden ayudar a entender y a decir quiénes somos. El hombre es el único ser que necesita “revestirse” de historias para custodiar su propia vida”.
Cuando los regímenes intentan subyugar a las sociedades con una lectura sesgada, manipulada, para que miremos la realidad desde la óptica de quienes pretenden convertir a los humanos en esclavos de intereses bastardos, que promocionan una paz que es violenta, un lenguaje aparentemente sincero y achacan todos los males a otros escurriendo el bulto, no hay otro camino sino cercenar la verdad y la libertad, para narcotizar, convenciéndonos de que necesitamos continuamente, tener, poseer, consumir para ser felices. “A menudo en los telares de la comunicación, en lugar de relatos constructivos, que son un aglutinante de los lazos sociales y del tejido cultural, se fabrican historias destructivas y provocadoras, que desgastan y rompen los hijos frágiles de la convivencia”.
La mordaza que estamos viviendo en la comunicación social, donde apenas si queda la tenue ventana de las redes para acceder al pensamiento plural en la búsqueda de la verdad que se enmaraña en esos mensajes falsos que obnubilan la mente y llevan al fanatismo, a la ignorancia y al desprecio de la condición humana. Sin libertades de opinión y de información, sin el ejercicio libre y responsable de los comunicadores no se logra la sociedad tolerante que camina en la pluralidad buscando la equidad y la superación de todas las pobrezas.
Hay que agradecer esta jornada en la que se enaltece lo noble y sano de la comunicación que permite tejer historias para tener memoria, para “re-cordar”, que no es otra cosa sino ponerle corazón, pasión, asimilación de la tarea ineludible de servir al prójimo sin otro propósito que el de dar sin medida, sin esperar el halago del agradecimiento inútil porque todo servidor público antes que su propio beneplácito e interés debe buscar el bien común. La Iglesia nos ofrece el ejemplo de San Francisco de Sales, patrono de los comunicadores, y en esta jornada nos da el alimento anual de algún aspecto sustantivo de lo que debe ser ese tejido que nos conduzca a la identidad cultural y espiritual de sentirnos hijos de un pueblo con virtudes y no solo con héroes convertidos en semidioses que hay que adorar como el becerro de oro que deslumbró a los alicaídos judíos en el desierto.
Prepararnos para el día del periodista en la fecha patria que marcó el tardío inicio de la prensa en Venezuela, o la fiesta de la historia tejido de imágenes que habla mejor que mil palabras en el oficio del reportero gráfico, es un llamado a reconocer nuestra fragilidad ya que “no nacemos realizados, sino que necesitamos constantemente ser “tejidos” y “bordados. La vida nos fue dada para invitarnos a seguir tejiendo esa “obra admirable” que somos…abriéndonos a los demás, nos abrimos a la visión misma del Narrador”, Jesús de Nazaret. Es lo que soñamos y luchamos para que se haga realidad en la Venezuela herida de fraternidad en la que nuestros aguerridos comunicadores merecen nuestro reconocimiento y aplauso.
32.- 20-5-2020 (3892)