Por: Angélica Villamizar…
Los recientes datos presentados por la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI) para 2024 arrojan una cifra estremecedora que debería encender todas las alarmas en la sociedad venezolana: la deserción escolar continúa su marcha ascendente, consolidándose no como un problema aislado, sino como una herida profunda en el futuro de la nación. Las estimaciones confirman que una proporción crítica de niños, niñas y adolescentes está fuera del sistema educativo, una realidad que no puede seguir siendo una nota al pie en la agenda nacional.
Ante esta emergencia, es comprensible que la primera reacción del Estado sea la de activar campañas de “búsqueda y registro” para cuantificar el problema y reintegrar a los estudiantes. Sin embargo, reducir la solución a esta acción, por loable que sea, es como pretender contener una hemorragia con una curita. La deserción escolar en Venezuela es un fenómeno multifactorial, un síntoma de una crisis más amplia que no se resuelve con convocatorias temporales.
Según ENCOVI 2024, la deserción está directamente vinculada a la pobreza multidimensional. Los adolescentes son los más afectados, obligados a abandonar las aulas para incorporarse al mercado laboral informal y contribuir al ingreso familiar. Pero el problema no es solo económico. La investigación señala la convergencia de un “cóctel devastador”: la persistente emergencia humanitaria compleja, la precariedad de la infraestructura escolar, la migración de docentes y la profundización de la brecha digital.
Un niño que va a clase con hambre no puede aprender. Un joven que debe elegir entre trabajar o estudiar, a menudo elige sobrevivir. Un docente que gana menos del salario mínimo no puede sostener su propia familia, mucho menos dedicar energía extra para motivar a sus alumnos. Una escuela sin agua, luz o techo en condiciones no es un espacio digno para el aprendizaje. Ignorar estas raíces es condenar cualquier campaña de registro al fracaso.
La solución, por tanto, no puede ser reactiva ni estacional; exige una política de Estado sostenida, integral y articulada que actúe sobre las causas y no sobre las consecuencias. Esta política debe ser el resultado de un pacto social irrenunciable entre tres pilares fundamentales: El Estado, la sociedad civil y la familia.
El Estado: Debe asumir su rol rector con hechos, no solo con discursos. Sumado al mejoramiento salarial de la población, implica también una inversión prioritaria y real en el sector educativo: remuneración digna y en divisas para los docentes, un plan nacional de rehabilitación de planteles, dotación de comedores escolares con alimentos nutritivos y programas de becas para los niveles de educación media y universitaria. La reciente “ruta de atención” debe transformarse en un plan permanente con metas claras y recursos auditables.
La Sociedad Civil: Las organizaciones no gubernamentales, las universidades, las empresas privadas y las comunidades organizadas son actores clave. Su trabajo en la provisión de alimentación escolar (PAE), capacitación docente y programas de acompañamiento psicosocial es invaluable. El Estado debe facilitar, no obstaculizar, su labor, entendiendo que son aliados estratégicos en la reconstrucción del país.
Las Familias: El primer círculo de apoyo del estudiante. Es imperative involucrarlas activamente, no como receptoras pasivas, sino como corresponsables. Programas de formación para padres, escuelas de familia y mecanismos de comunicación fluidos entre el hogar y la escuela son esenciales para crear una red de contención que prevenga la deserción.
La desescolarización es la antesala de la exclusión perpetua. Un niño fuera de la escuela hoy es un adulto con oportunidades limitadas mañana, y un país con generaciones perdidas es un país sin futuro. Las cifras que publica la ENCOVI no son solo números; son el rostro de una generación que clama por oportunidades. El llamado es a actuar con la urgencia, la profundidad y la unidad que esta crisis demanda. No basta con salir a buscar a los que se fueron; hay que crear las condiciones para que nadie más se vaya y para que quienes regresen encuentren un sistema que los valore, los proteja y les permita soñar de nuevo. El futuro de Venezuela no se negocia; se construye en las aulas.
11-09-2025 (146-2025)
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