La erosión de Maduro

Por: Fernando Luis Egaña

La alarma en el oficialismo venezolano es intensa, generalizada y creciente. Nicolás Maduro pierde fuerza popular un día sí y otro también y hasta los encuestólogos –siempre tan contradictorios– se están poniendo de acuerdo al respecto. Y los más alarmados son los hermanos Castro Ruz que han llamado a Maduro a consultas en La Habana, tal cual embajador o proconsul provincial.

Cómo será la cosa, que grupos importantes dentro de las FAN están encargando costosas encuestas de profundidad para evaluar las tendencias políticas post-electorales.

Y el ambiente de la calle refleja la indignación, la insatisfacción y la decepción que viene suscitando el señor Maduro. Lo primero entre sus opositores naturales, lo segundo entre los llamados «no-alineados» y lo tercero entre sus partidarios esperables.

Mientras el sucesor designado era éso y no más, un cierto beneficio de la duda corría a su favor. Pero luego del deceso de Chávez, y sobre todo después del 14-A, esa duda se ha ido transformando en certeza negativa. La ironía es máxima, porque si algo está trascendiendo las fronteras de la polarización, es la idea de que Nicolás Maduro es incapaz para manejar la crisis venezolana.

Y lo es por diversas razones. La más obvia tiene que ver con sus limitaciones políticas, ideológicas, discursivas y de mando, que además se magnifican cuando se le compara con su predecesor, hecho inevitable, entre otros motivos, porque el propio Maduro se encarga de ello a través de la invocación incesante al «comandante eterno».

Por lo demás, Maduro parece exhibir las carencias y defectos de Chávez, pero sin ninguna de sus destrezas. Y eso lo perciben tirios y troyanos. Y acaso se perciba más en la base socio-política del chavismo.

Otra razón, desde luego, es la mega-crisis de Venezuela, en gran parte legada por Chávez con el imperdonable agravante de haber malbaratado la bonanza petrolera más prolongada de la historia. Es tan así, que ahora mismo a pesar de que estamos en vacas gordas petroleras con el barril en las vecindades de 100 dólares, el país padece la realidad de vacas flacas o raquíticas porque  la destrucción nacional así lo impone. Y Nicolás Maduro, por sí solo,  no es precisamente la figura para liderar una cruzada que nos vaya sacando de la mega-crisis.

Cierto que algunos ministros de su precario gabinete vienen realizando aproximaciones pragmáticas con el sector privado, en particular con lo que queda del transnacional, pero las promesas de reanudar un cierto flujo de dólares para evitar un colapso general son apenas un pañito tibio para un septicémico.

Y a todo ello debe añadirse la debilidad de Maduro como consecuencia de la ilegitimidad electoral. Las piruetas para evitar auditorias serias y confiables confirman las ya fundadas sospechas. Ni Jorge Rodríguez con todas sus artes dialécticas consigue ablandar la matriz del robo electoral. Acaso lo contrario.

La erosión de Maduro está fortaleciendo a la coalición opositora, con Capriles al frente. Eso se constata dentro y fuera del país. Lo razonable es que Maduro planteara un diálogo serio a favor del conjunto nacional. Siguiendo la recomendación inobjetable del papa Francisco. Venezuela no merece lo que vendría, si el poder se empeñara en seguir negando la realidad.

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