La inteligencia humana ha sido capaz de la aprehensión de la acción de Dios en el mundo causada por él mismo

Lo radical de la inteligencia humana (en adelante IH) ha sido el hecho de percibir o intuir la acción de Dios como una acción no suya y que, no obstante, la incumbe. Es inevitable reconocer que a tal acción conducen diferentes fenómenos de este mundo, y que la IH ve tantas modalidades cualitativas en ellos que, impresionada por la solidaridad de los distintos caracteres, pulcros, verdaderos, buenos, bellos, etc., que las definen, no permanece ensimismada sólo en tales atribuciones extrínsecas, sino que a su espiritualidad esa solidez aún le es insuficiente, pues aunque solidariamente estéticas, verdaderas, buenas, etc., tales cualidades le esclarecen a la inteligencia del hombre la tarea de haber sido labradas por una acción mucho más eficaz al respecto que la de la naturaleza o la de la inteligencia artificial.

La acción divina es la acción propia de Dios que debe acotarse formalmente frente a su inteligibilidad por parte del cerebro humano. Esto significa que la IH ha sido capaz de aprehenderla en lo que Dios le ha esclarecido de ella y, por ende, muchos hombres y mujeres dejados instruir así han soslayado la idea de llamar Dios al todo.

La esencia del todo, llámese universo, causa las distintas cualidades sentidas por el viviente humano; realmente él tiene estímulos provocados por ellas de los cuales ofrece distintas respuestas (cf. Zubiri, X., 1998, 47-53). Para ellas, muchas veces ayudado por el artefacto mecánico provisto de IA, determina de manera intrínseca y formal una solución. Sin embargo, distinguir Alguien autodefinida e íntegra Alteridad (altera, en latín significa “otro”), Dios, el cual transparenta su imagen aun tenuemente en el espíritu humano, (o sea, ni lo lastima ni le quita su autonomía), quien puede apoyarse en el cosmos para descubrirla con más precisión, pide la aptitud intelectiva de alcanzar tal transparencia no al robot, sino a la inteligencia capaz de aprehender tal riqueza jamás agotada mientras la intelige y le busca la definición que mejor le atañe.

La formalidad de la persona de Dios, y acentúo la palabra formalidad en atención a que ningún viviente humano le ve tal cual es, está casi completamente distanciada de alguno que, por consuelo, por la corroboración de sus magníficas invenciones, por una pretensión, aunque recóndita, de superioridad sobre todo, etc., no “le siente” como “Alguien en propio”, que le asegura de ÉL las respuestas adecuadas; y esto, que “lo sienta independiente de sí”, mas a la vez sutilmente afectándolo, es absurdo implorárselo a un autómata, lo mismo que sea éste quien no lo confunda con el todo, pues más bien se lo requiere a sí mismo el viviente de inteligencia biológicamente cerebral y sintiente.

Bibliografía:

Zubiri, Xavier, Inteligencia sentiente. *Inteligencia y realidad, Alianza, Madrid, 1998.

13-03-25

Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.

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