La definición del cerebro en este tema radica en unas estructuras, —células, neuronas, sinapsis, etc.—, en las cuales consolida conexiones profundas y ramificadas con el fin de entrelazarse y a la vez entrecruzarse con la riqueza y complejidad de los estímulos aprehendidos de la realidad por el cuerpo, y a la vez procesarlos en una información más determinada.
En esta línea, “lo religioso” exige al cerebro una colaboración hacendosa, para que las alianzas con los rastros manifiestos en la realidad sea menos desagradable, menos improvisada, menos incierta y menos convencional. Pues, cuando en este elemento “convencional” exageran los analistas (religiosos o científicos) abandonan la señalada precisión de los rastros por considerarlos divinamente inaccesibles e imperceptibles, o, tan “a la mano perceptivamente” que terminan dejándolos en lo insignificante.
Desde luego, lo inaccesible, imperceptible o insignificante de los rastros sagrados impresos en las distintas regiones del ambiente del mundo, provoca el movimiento de “lo científico”, porque con ellos éste descubre que en diversas oportunidades el hombre «aún no ha reflexionado a fondo sobre la naturaleza de la divinidad» (Mortenson, Greg – Relin, Oliver D., 2010, 20).
Este reflexionar científico “a fondo sobre la naturaleza de la divinidad” solicita la co-implicación de lo tecnológico. Con éste el ojo y el cerebro llegan hasta donde puede llegar la lucidez de la evidencia y, después, regresar a las meditaciones de la mente a fin de recordar el último signo de evidencia de las trazas de lo divino que en su transcurso por las diferentes regiones del mundo, gracias al cerebro, lo religioso y lo científico, ha encontrado hasta el momento.
Es imposible la negación del hallazgo de este “último signo”; por eso, “lo cultural” recoge el diagrama de tales trazas en la escultura, la pintura, la poesía, la música, la historia, etc., en las cuales testifica una certeza de vestigios religiosos con los que culturalmente provoca la cuestión: ¿Cómo ha hecho el hombre para llegar hasta ellos?
Desde luego, el hombre con el cerebro, lo religioso, lo científico, lo tecnológico, lo cultural, ha reordenado las ideas, puesto que, la búsqueda prolongada de la justificación de tales aspectos en el entero “campo” de la realidad no disminuye su capacidad de reflexión y concentración.
En otras palabras, esos aspectos lo hacen bastante lúcido en “darse cuenta” de un movimiento cauteloso de su inteligencia hacia un Ser suficientemente sólido en donde la estabilidad de perfección del mismo deja a aquella, a pesar de su empeño por avanzar de lo religioso hacia lo cultural, en un sentido del todo intrascendente, donde ha de sentirse positivamente ignorada por la naturaleza, para con libertad entrar en comunión con la naturaleza de lo divino conservada en las reflexionadas y respetuosas definiciones de “lo teológico”.
A todos los adjetivos —religioso, científico, tecnológico, cultural, teológico— acompaña en el título el artículo determinativo en género neutro “lo”. Este artículo indica en este tema de “religión y ciencia” que el cerebro pierde y retoma conocimiento del tipo de índole de las trazas divinas, pues “por ratos” debe reencontrar la perspicacia necesaria religiosa, científica, tecnológica, cultural, teológica, con el objeto de una conservación más completa y detallada de los rastros hieráticos.
Por supuesto, el cerebro en el “reencontrar la perspicacia necesaria” para el esclarecimiento puntual de la determinación de los trazos hieráticos aprehendidos por él y el cuerpo en el campo de lo real, inexorablemente ha de permitir a través de ellos el accionar de lo espiritual, puesto que, éste obra una operosidad extraordinaria y rigurosamente esencial que, perfectamente eficiente dentro de los límites de lo humano, persistentemente logra desde los vestigios religiosos no un impulso forzoso a la sobrevivencia, sino el coraje de vivir una vida renovada sacramente en su interacción con la realidad.
Bibliografía:
Mortenson, Greg – Relin, Oliver David, Tre tazze di tè, ed. it. Stefano Viviani, BUR, Milano, 2010, 484.
01-09-24
Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.
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