Inicio una serie de artículos dedicados a la lectura y el análisis. Dos actividades estrechamente vinculadas y vinculantes. Y aludo a estos dos términos, porque la lectura y su análisis también erigen un espacio donde mostrar nuestra sensibilidad humana. En tal espacio concurren distintas voces, (las de cada lector), por ende, antes de subrayar con la lectura y el análisis dotes sobresalientes, —no niego su existencia—, mejor una espléndida cuota de sentido común.
Estos dos talantes, dotes sobresalientes y sentido común, los cuales orientan el significado personal y social de la lectura, la hacen “necesaria”, pues un análisis “sin ella” excede en lo absurdo. En efecto, los elementos “lectura y análisis” son inseparables, y la calidad en su realización, de ningún modo ha de encubrir nuestra ignorancia, generadora de una vaga elocuencia, sino más bien causante de una reflexión en la que ninguno teme pensar.
El análisis, indiscutiblemente, adquiere razón suficiente cuando no cae fuera del curso de la lección, y el que quiera seguir la regularidad de este curso debe tener la determinación de su voluntad. De hecho, la lectura y el análisis ha de incumbir más la virtud que el vicio.
Por “virtud lectora” entiendo el enriquecimiento de la tolerancia indispensable para el progreso razonable y científico de la lectura.
Por “vicio” entiendo una afición obsesiva a la lectura la cual embute tanto en ella que el lector de este tipo termina casi fosilizando su capacidad de reflexión.
Así que, la “capacidad de reflexión” es la agilidad de desarrollar a partir de la lectura un conocimiento más real del mundo, del hombre, de Dios, y de todo lo demás relacionado a ellos. En otras palabras, en la lectura de cualquier texto hay algo que estudiar, y en esto es ventajoso preguntarnos: ¿Cómo trabaja realmente nuestra inteligencia cuando desenvuelve conciencia del mismo?
Esta pregunta expone otra acción afín a la lectura: la deconstrucción. En ésta la lectura, en lugar de una transformación del texto, es una descomposición del mismo en sus distintas partes con el objeto de formar, de ninguna manera una asociación mecánica de ideas, sino un “interés investigador” (nuestro interés) regulado por la fecundidad intelectual, hallada en la hipótesis formulada y solucionada por el escritor en la extensión de su tratado.
La deconstrucción exige al lector fijar las significaciones de las palabras, pues, eludiendo tal ejercicio es complicado resolver cuestiones como la planteada, ¿cómo trabaja realmente nuestra inteligencia cuando desenvuelve consciencia del texto?
En este sentido, la deconstrucción contribuye al descubrimiento de la calidad y el criterio del autor del libro, ya que éste además de suministrar información, de servir de útil instrumento de referencia, también guía y da forma a las opiniones.
06-10-24
Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.
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