LA PALABRA DE DIOS EN EL XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
El tema del domingo
Las lecturas de hoy nos hablan de cadenas y ataduras y de la importancia de desatarlas. Son esas ataduras que amenazan con asfixiar al hombre: desconcierto y enfermedad, sordera y ceguera de todo tipo, incapacidad para relacionarse y hablar. El tiempo mesiánico evocado por Isaías, y la obra de Jesús en medio de su pueblo, muestran cómo la liberación de Dios alcanza a la mujer y al hombre en sus limitaciones y en todas aquellas situaciones que constituyen un desafío mortal a la dignidad. La relación entre salvación y liberación es el tema apasionante que propone la palabra de Dios en este domingo, un tema que no concierne en primer lugar a la dimensión cerebral de la existencia, sino a las esferas afectiva y corporal, volitiva y espiritual.
El Evangelio: Mc 7,31-37
Marcos lee la curación de un sordomudo en la región de Tiro y Sidón a la luz del texto de Isaías, recién tratado, poniendo en boca de la multitud expresiones que evocan precisamente el texto profético: todo lo ha hecho bien, incluso hace oír a los sordos y hablar a los mudos. La salvación mesiánica profetizada por Isaías encuentra, pues, su cumplimiento en la obra de Jesús. Es notable que Marcos sitúe el milagro en una zona poblada por paganos, pero es especialmente importante que Jesús cure con la única palabra puesta en sus labios en un estilo directo y en la lengua aramea original: effatha / ¡abre! Gracias a esta única orden, los oídos del sordomudo se abrieron y su lengua se soltó.
Jesús libera a ese hombre de las cadenas que lo mantenían cautivo. Por supuesto, la salvación cristiana no puede reducirse simplemente a la liberación humana, y la salvación no puede definirse como aquello que no concierne a todo el ser, a la integridad humana en sus componentes espiritual y físico, personal y relacional. Y, sin embargo, allí donde la enfermedad postra al hombre, la salvación se desgarra, así como allí donde la falta de trabajo hace incierto el futuro y donde la injusticia amenaza la existencia. Es cierto que la salvación consiste en ser y, por ello, no puede limitarse a cambiar las estructuras y a reducirse a tener algo más y algo mejor de lo que se posee. Y, sin embargo, debemos testificar que la salvación de Dios se afirma y se realiza también en la liberación del hombre. No sólo puede y debe decirse que la salvación es liberación, sino que puede y debe decirse que la presencia salvífica de Dios en la historia no es ajena a los fragmentos de esperanza que brotan aquí y allá sobre la faz de la tierra. Durante demasiado tiempo se ha considerado lo espiritual superior a lo temporal, sin pensar que Cristo se hizo carne para que todo ser humano alcanzara su plenitud.
Effathà es un grito de liberación que cura y salva. La libertad de la que habla la Biblia está ligada a la plenitud, al ser, a la universalidad, a la eternidad y al amor. Y de esto sólo Dios es capaz. La Biblia no reconoce al ser humano el poder de ser el autor absoluto de la salvación universal y eterna, porque el hombre no alcanza la profundidad del ser y del amor, la totalidad y la universalidad de la experiencia. Sólo Dios es el autor de la salvación. Y, sin embargo, precisamente por eso, se nos encomienda una tarea: favorecer el nacimiento de esos fragmentos de liberación que dan testimonio de la redención que sólo Dios puede realizar. Las liberaciones humanas, por tanto, no son ajenas a la salvación. Así lo atestigua el mismo vocabulario bíblico que define tanto la liberación del pecado como la curación de la enfermedad, el restablecimiento de la integridad física y psíquica, la plenitud de la vida humana en todos sus componentes. Y lo atestigua, sobre todo, la conciencia mesiánica de Jesús, con el don de su existencia, para que los seres humanos tengan vida, y la tengan en plenitud.
La libertad de la que habla la Biblia está ligada a la plenitud, al ser, a la universalidad, a la eternidad y al amor (Mc 7,31-37).
Pbro. Dr. Ramón Paredes Rz.
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08-09-2024