1 de Junio de 2025
La Palabra de Dios en la Solemnidad de la Ascensión
El tema dominical
La ascensión al cielo del Señor Jesús pertenece al gran misterio de la fe, que conocemos como la exaltación de Aquel que fue rechazado y crucificado. Lucas presenta la ascensión al Padre como el momento culminante del camino de Jesús hacia Jerusalén: un camino de pasión y elevación que tiene su plenitud en el encuentro con el Padre. Así es: la Ascensión es un encuentro y una promesa: «Ahora están tristes, pero volveré a verlos, y su corazón se alegrará y nadie podrá quitarles se las alegría» (Jn 16,22). Por tanto, como creyentes, estamos llamados a reflexionar de nuevo sobre el misterio fundamental de nuestra salvación, a la luz de la Ascensión de Cristo a la derecha del Padre.
El Evangelio: Lc 24,46-53
El capítulo 24 de Lucas muestra a las mujeres…, el sepulcro vacío y la ausencia de Aquel a quien creían conocer; se encuentran ante una situación sin salida. La lectura de los acontecimientos según criterios mundanos deja a los creyentes en un callejón sin salida y Lucas lo muestra utilizando el término «aporía» (24,4) que, etimológicamente, significa precisamente «sin paso», «sin salida» (a-poros). Sin embargo, en esta dolorosa situación, Lucas señala el camino, mostrando a su comunidad cómo una calle sin salida puede transformarse en un camino de luz y plenitud. Y lo hace a través de un itinerario que va de la «ausencia» (24,3) a la «bendición» (24,51): de la ausencia del cuerpo de Jesús a una nueva percepción, que lo reconoce todavía presente, pero de otra manera.
Al principio tenemos el vacío, la muerte y el miedo, que nos paraliza y no nos permite ir más allá, sino volver a emprender el camino. El paso que los discípulos están llamados a dar consiste precisamente en vivir la experiencia de la separación no como una maldición, sino como una nueva posibilidad, una esperanza. Lucas conecta íntimamente separación y bendición – «y sucedió que, mientras los bendecía, se separaba de ellos…» – como para trazar las nuevas coordenadas de la vida del creyente: en la ausencia del Señor se aprende una nueva sabiduría y otra forma de leer la Promesa de Dios.
Lucas no permite que los discípulos miren atrás y no quiere que la Iglesia sea una nostálgica guardiana del pasado. En Jerusalén Lucas cierra la historia de Jesús, pero no cierra el círculo. La historia que comenzó en Jerusalén y en el Templo, en la hora del sacrificio (Lucas 1), se convierte en el quicio del mundo que está por nacer y no en su tumba, porque la historia de Jesús de Nazaret se abre al futuro de Dios y a la responsabilidad del hombre. No se puede prescindir del pasado, porque contiene la semilla fundadora. Y, sin embargo, el pasado no debe convertirse en la tumba de la esperanza. La bendición abre de nuevo la historia al futuro de Dios, convirtiéndose en viento impetuoso que sopla contra la casa con las puertas atrancadas por miedo a los enemigos (Hch 2), comunión que une a los diferentes en un solo corazón y una sola alma (Hch 4), poder curativo para los enfermos y atormentados (Hch 5), perdón para los perseguidores (Hch 7), misión a los samaritanos y a los gentiles (Hch 8).
Una Iglesia que tiene miedo del hombre y no ve los brotes que brotan del tronco seco es una Iglesia sin futuro. La Iglesia es siempre y en todas partes portadora de esa esperanza mesiánica, que es más fuerte que los hechos, porque se apoya en las certezas de Dios, más que en sus propias percepciones. La presencia del Otro da a los apóstoles la fuerza para afrontar los acontecimientos, sabiendo que en ellos descansa la fuerza vivificadora del Espíritu. Esta será la buena noticia del próximo domingo de Pentecostés.
Pbro. Dr. Ramón Paredes Rz
01-06-25