19 DE ENERO DE 2025
El tema del domingo
Hoy reanudamos el tiempo conocido en la liturgia como «tiempo ordinario», porque la celebración es necesaria, pero necesita de la ordinariez para encontrar espacio y sentido. Y, en la cotidianidad de la vida, uno de los símbolos más fascinantes y sugerentes es el nupcial, propuesto por las lecturas de hoy. Es significativo que, después del tiempo de Navidad, partamos precisamente de aquí: de esa intensa relación de amor, que se expresa en la esponsalidad. Al fin y al cabo, el matrimonio pertenece a los acontecimientos cotidianos, «ordinarios», que se transmiten de generación en generación, y, sin embargo, el amor que en él se expresa contiene el encanto de un misterio que las fatigas y las crisis de la vida conyugal no pueden apagar. En el Primer Testamento y en el Nuevo, el matrimonio constituye una de las claves hermenéuticas fundamentales para comprender la economía de la revelación y la acción de Dios hacia su pueblo. Los textos de la liturgia de hoy dan testimonio de ello.
El Evangelio: Jn 2,1-11
Con la llegada de los tiempos mesiánicos, en efecto, esa alegría alcanza su plenitud, y el relato del signo de Caná lo subraya con riqueza de símbolos y referencias. Incluso en los sinópticos, Jesús presenta la novedad de los tiempos mesiánicos con símbolos nupciales. Como cuando, por ejemplo, habla de los discípulos que no pueden ayunar «mientras el esposo esté con ellos», o como cuando compara el reino con un rey que preparó «un banquete de bodas para su hijo». Sin embargo, el signo de Caná es único y no tiene paralelo en los evangelios sinópticos. Al ser el primero de los signos joánicos, constituye la puerta de entrada para comprender los demás: es verdaderamente la clave hermenéutica, que lee el tiempo del Mesías en términos de alegría nupcial. Y que el clima de este relato joánico es el de la alegría nupcial festiva lo revelan varios elementos.
El primero es una indicación de tiempo, el tercer día, con el que comienza la narración. Se podría ver aquí el final de los cuatro días mencionados en el capítulo anterior de Juan y considerar, por tanto, este tercer día como el séptimo (4+3), el día de fiesta en el que Dios llevó a término la creación. De hecho, en el Génesis, el séptimo día no tiene el sentido de descanso -como suele entenderse-, sino de cumplimiento, en el que Dios hace fructífero el trabajo cotidiano del hombre extendido a lo largo de seis días de la semana. El séptimo es el día de la vida que rompe el límite (el número 6 simboliza la incompletud humana), abriendo el espacio a Dios y a su obra de salvación. Pero, a la luz de la Pascua, el tercer día es sobre todo el día de la resurrección, de la victoria de la vida sobre la muerte.
El vino abundante (unos 400-700 litros) es otro signo de la plenitud mesiánica, con su carga de futuro y esperanza. El vino no sólo recuerda el ambiente festivo de un banquete, sino que se menciona a menudo en la Biblia como uno de los signos de la bendición que acompaña los días del Mesías. El profeta Amós presenta el tiempo mesiánico como una época en la que «los montes derramarán mosto». A la luz de todo esto, se comprende mejor el sentido que encierran las palabras de la madre de Jesús: «ya no tienen vino». No se trata sólo de una reflexión sobre el fracaso de los rituales judíos, como suele entenderse, sino que es sobre todo la constatación de la limitación humana, de una vida que obedece a sus propios ritmos y leyes, sin que ello sume. Hay que empezar aquí a saborear la transfiguración que provoca la esperanza: sólo quien sabe contar sus días puede esperar la plenitud de la existencia.
La madre de Jesús es la mujer capaz de abrir la situación de limitación al don de Dios. Nunca llamada por su nombre en el Evangelio de Juan, pero siempre vista en relación con su hijo, la madre de Jesús representa a los verdaderos creyentes, la iglesia de los discípulos, que saben abrir la fugacidad humana a la esperanza de Dios. Por eso, en el Evangelio de Juan, se la volverá a mencionar al pie de la cruz, cuando finalmente todo «se haya cumplido». En quien abre su vida a la dimensión de Dios, nada tiene fin, sólo plenitud.
Jesús «manifestó» en Caná «su gloria y sus discípulos creyeron en él» es la conclusión adecuada a una historia de bodas que abre la esperanza. En la difusión actual de la crisis que -más allá de las manifestaciones coyunturales- aparece siempre como crisis del ser humano en busca de sentido, queda la esperanza de la gestación del Mesías por la humanidad redimida: «cuando la mujer da a luz, se aflige porque ha llegado su hora, pero cuando ha dado a luz, ya no se acuerda de la aflicción, por la alegría de que un hombre ha venido al mundo» (Jn 16,21). ¿No es ésta la tarea de la Iglesia? ¿No estamos todos llamados a testimoniar que el sufrimiento y la crisis son la gestación de una mujer que da a luz y no el jadeo de una moribunda?
Pbro. Dr. Ramón Paredes Rz.
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