6 DE ENERO 2025
LA PALABRA EN LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
El tema de la fiesta
Las tres lecturas de la manifestación del Señor Jesús nos animan a mirar hacia adelante, a levantar la cabeza, a escrutar nuevas auroras, que iluminan la historia de los hombres y de los pueblos, a pesar de resistencias y fuerzas contrarias. La visión de Jerusalén, envuelta en luz, ilumina el camino de los pueblos (primera lectura), los paganos llamados a formar parte de la herencia de los santos (segunda lectura) y la llegada a Jerusalén de extranjeros en busca del mesías (tercera lectura) son testimonios de brotes de vida que nacen entre las grietas de una humanidad aprisionada con demasiada frecuencia en el miedo, en la inmovilidad y en la mentira.
Primera lectura: Is 60,1-6
Varias veces en la Biblia -y especialmente en el libro de Isaías- Jerusalén está representada por una mujer. En el contexto de la lectura de hoy, se la invita a levantarse de la ignominia, a revestirse de vestidos suntuosos y a brillar con luz propia. El mandato de revestirse de luz no es nuevo y será retomado por Jesús mismo, como atestigua el Evangelio de Mateo, donde los discípulos son llamados a ser «luz del mundo», porque «una ciudad asentada sobre un monte» no puede permanecer oculta a los ojos de los pueblos.
La luz evoca la salvación y la vida; sin luz se camina en la oscuridad y «salir a la luz» representa el salto primordial a la escena de la vida. Jerusalén está llamada a esta tarea. A lo largo de los siglos ha sucedido con frecuencia -y vuelve a suceder hoy- que Jerusalén y toda Palestina en su conjunto se encuentran bajo el signo de la tragedia, con la urgente necesidad de redescubrir su pasado esplendor, su profunda dignidad y su estatura de ciudad de paz.
El texto de Isaías 60 tiene como probable trasfondo el período posterior al exilio en el que Jerusalén es reconstruida. A pesar del clima cerrado y fundamentalista que se fue instaurando, el autor muestra una perspectiva abierta y «ecuménica», que no teme abrir la puerta de par en par a las categorías de personas consideradas al margen por la comunidad orante. Unas páginas antes -por ejemplo- se habla de los extranjeros y eunucos, que también son invitados a entrar en el templo y en la santa alianza: «Y no diga el extranjero, que se ha unido al Señor: ‘Ciertamente el Señor me separará de su pueblo…. extranjero, que se ha unido al Señor: ‘Ciertamente el Señor me separará de su pueblo… Y no digáis al eunuco: ‘He aquí que yo soy un madero seco’. Porque así dice el Señor: «A los eunucos, que guarden mis sábados… les daré en mi casa y dentro de mis muros, un lugar y un nombre…'». (Is 56,3-5).
En el capítulo 60 se amplía el horizonte y se contempla la historia de todos los pueblos a la luz de Jerusalén, la ciudad que Dios ha elegido como morada. En la tradición bíblica, la elección de uno siempre se hace con vistas a una misión en beneficio de todos: Dios eligió a Israel, para hacer de él un pueblo testigo de YHWH entre las naciones; eligió a Jeremías para hacer de él un «profeta de las naciones». Lo mismo sucede con Jerusalén: está llamada a dar testimonio de la luz de YHWH ante todos los pueblos, sin encerrarse en sí misma, levantando muros de separación.
El Tritoisaias da testimonio de una luz que se extiende más allá de los muros de la ciudad santa, más allá de las fronteras de Israel. La alianza que Dios quiso se expande más allá de los estrechos horizontes ideados por el hombre, porque es una relación de vida, y siempre está viva, como la vida. La alianza es como el amor: nunca se fija de una vez por todas, nunca se agota en una institución cerrada a ciegas a la novedad que irrumpe. La promesa de Dios es siempre un nuevo asombro, una búsqueda y un impulso.
Los veteranos del postexilio, demasiado preocupados por la reconstrucción de su identidad, se arriesgaron (ayer como hoy) a cerrar los ojos ante la novedad de un mundo nuevo que se abría paso. El profeta les invita a mirar más allá de las alambradas y a entenderse como hombres-en-relación: con la promesa de Dios, en primer lugar, y con los hechos de la historia, después, para abrirlos y hacerlos brotar. Los pueblos de Madián y de la Península Arábiga, los nabateos y los Kedaritas… representan la gran hueste de pueblos extranjeros llamada por Dios a formar parte de la única alianza eterna. Esta es la voluntad de YHWH de la que Jerusalén está llamada a ser testigo.
Hoy somos testigos, una vez más, de la negación de esta promesa. Incluso en 2025 Jerusalén es signo de contradicción y lucha y no de alianza con/para todos los pueblos de la tierra. La paz universal que simboliza en la Biblia está profundamente en crisis. Lo que se necesita para todos es una conversión profunda y auténtica al Proyecto original de Dios.
El Evangelio: Mt 2,1-12
Al leer la historia de los Magos, se corre el riesgo de detenerse en aspectos marginales que pertenecen al folklore y a la leyenda, más que en los elementos esenciales. En realidad, el texto de Mateo -a través de elementos en parte simbólicos y en parte legendarios- plantea al lector un problema extremadamente y teológicamente complejo, ya puesto de relieve por la primera lectura: el misterio del acceso de los «alejados» a la salvación, y el peligro de ceguera de los «cercanos».
El evangelista no pretende satisfacer la curiosidad de los lectores y, por ello, no se detiene sobre la identidad de los personajes, su número, el itinerario seguido… Varios elementos juegan a favor de la identificación de los Magos con paganos (la petición relativa al rey de los judíos, la designación rabínica de los gentiles como «adoradores de las estrellas», el hecho de que vinieran de Oriente…), pero lo que emerge sobre todo es el contraste entre la indiferencia y el odio de los representantes de Jerusalén y el de los paganos venidos de lejos para encontrarse con el Mesías.
Que toda la población de Jerusalén temiera, junto con Herodes, el advenimiento de un nuevo rey es históricamente inverosímil, dada la profunda desconfianza que los judíos tenían por el astuto y despiadado idumeo que era Herodes. Que Mateo deseara aquí plantear la categoría teológica del rechazo del Mesías por todo Israel y su sustitución por la iglesia de los gentiles es igualmente inviable en el plano teológico, dada la gran estima que el Primer Evangelio tiene por el rol permanente de la Promesa divina.
La intención del texto es otra: utilizando un lenguaje paradójico, Mateo prevé desde el principio de su Evangelio uno de los hilos conductores de su teología: mientras los lejanos se acercan, los hijos del Reino corren el riesgo de quedarse fuera (cf. 8,11-12). En realidad, esta paradoja se ha dado a menudo tanto en la historia del pueblo de Dios como en la de la Iglesia de Cristo, y el propio Mateo no duda en advertir a su comunidad contra el riesgo de desandar los caminos del formalismo religioso y el de ceguera típicos de algunos grupos ortodoxos de su tiempo (cf. Mt 7,15-23 y 23,1-12). Y sin embargo en la perspectiva del Evangelio, la visión positiva prevalece sobre la infidelidad humana: no sólo porque Jesús es verdaderamente el hijo de Israel, sino porque la novedad de la salvación que Jesús anuncia invade a todo hombre y a todo pueblo. Toda historia está bajo la mirada de Dios, porque todo hombre y todo pueblo está llamado a reconocer su estrella, la que Dios ha querido para él, y está llamado a seguirla para adorar al Señor. Bajo esta luz, el diferente y el extranjero que llegan a Jerusalén no son enemigos a los que temer, sino nuevas esperanzas que abrirán caminos de vida diferentes y fecundos. Pero el ser humano ¿todavía es capaz de abrir los ojos para vislumbrar y reconocer en toda diversidad la semilla de la Palabra de Dios?
Pbro. Dr. Ramón Paredes Rz.
06-01-2025