Por: Angélica Villamizar…
La verdadera participación de los jóvenes en el ámbito local va más allá de la simple inclusión simbólica; exige reconocer sus capacidades, intereses y habilidades, brindándoles oportunidades genuinas para incidir en las decisiones que los afectan. Esto implica un cambio de paradigma en el que instituciones y adultos no solo escuchen, sino que valoren sus perspectivas y propuestas, integrando su voz en los procesos de toma de decisiones.
Sin embargo, promover una participación efectiva, libre de adultocentrismo, enfrenta desafíos complejos. Las barreras no solo radican en las características propias de la juventud, como su desconfianza hacia las instituciones o su cultura participativa, sino también en la accesibilidad real a los espacios de decisión y en la capacidad de respuesta del Estado. Para superar estos obstáculos, es esencial no solo incentivar la participación juvenil, sino también fomentar su sentido de pertenencia al territorio, impulsando políticas públicas integrales que transformen las dinámicas tradicionales de interacción social y participación intergeneracional.
La teoría nos dice que la construcción de políticas dirigidas a la juventud debe sustentarse en tres pilares fundamentales: En primer lugar, el enfoque de derechos, el cual reconoce la dignidad y autonomía de los jóvenes, exigiendo al Estado garantizar el pleno ejercicio de sus derechos. Segundo, el enfoque de género, que busca eliminar desigualdades, asegurando equidad de oportunidades sin distinción de sexo o identidad. Y por último, el enfoque de curso de vida que destaca la importancia de intervenciones oportunas en etapas clave, cuyos impactos positivos se extienden a futuras generaciones.
Para materializar esta visión, es necesario articular acciones en cuatro dimensiones:
Agencia y participación: Fortalecer la capacidad de los jóvenes para decidir sobre sus proyectos de vida, garantizando su acceso a recursos y canales de incidencia pública.
Espacios y territorios: Recuperar y crear entornos físicos y digitales que fomenten su socialización, identidad y bienestar.
Reducción de desigualdades intergeneracionales: Implementar acciones afirmativas que acorten brechas y promuevan el diálogo entre generaciones.
Inclusión y diversidad: Combatir la discriminación y criminalización de las juventudes, diseñando políticas diferenciadas para grupos históricamente marginados.
La participación juvenil no es un gesto de concesión, sino un derecho y una necesidad para construir sociedades más justas y dinámicas. Las instituciones deben dejar atrás los enfoques paternalistas y avanzar hacia un modelo que reconozca a los jóvenes como actores estratégicos del desarrollo. Solo así lograremos territorios más inclusivos, donde las nuevas generaciones no solo sean escuchadas, sino protagonistas de su propio futuro.
Correo angelica.clases.ec@gmail.com
19-06-2025 (135-2025)
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