La crónica menor
LA PESADILLA
Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo
Una de las conquistas de los tiempos modernos es la democracia que tiene como fiel de la balanza la autonomía e independencia de los poderes públicos. Es la mejor manera descubierta hasta ahora para ponerle freno al ansia de convertirlo en un dios, a cuya sombra se puede cometer cualquier tropelía.
El cardenal Ravasi ofrece una original reflexión que hago mía y viene muy bien a quienes vivimos en estas latitudes en las que el abuso parece la norma ordinaria de quienes ejercen el poder. En una comedia italiana un joven tuvo una terrible pesadilla: “he soñado que trabajaba”. Para muchos, el trabajo es una verdadera pesadilla. Para unos porque no lo consiguen. El desempleo es una preocupación y una angustia. La biblia es lapidaria al definir la hominización: “tomó el Señor Dios al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivase y lo cuidase” (Gn. 2,15). Y San Pablo amonesta a los cristianos de Tesalónica: “el que no trabaje que no coma” (2Tes. 3,10). El populismo que reparte dinero fácil para tener clientes sumisos, atenta contra la dignidad humana, la manipula y la degrada. Otra vez la biblia observa que “ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra de donde fuiste sacado”.
Otra pesadilla se alza cuando el trabajo conquistado con esfuerzo se ejerce en condiciones precarias en las que ronda la incertidumbre y la muerte. Llamar puestos de trabajo a tanta gente que lo ejerce a la vera de un semáforo, o en tarantines que hay que armar y desarmar día a día, bajo las inclemencias del tiempo. La mejor aproximación concreta de la felicidad es amar el trabajo propio. ¿Pero cómo amar una suerte de esclavitud o de trabajo forzado o en condiciones que desdicen de la calidad de vida en el que se encuentran tantos hombres y mujeres?
Un último perfil de la pesadilla del trabajador es la de aquellos que perciben una remuneración que resulta un salario ofensivo. Una suma que algunos sin pudor y decencia gastan a veces en un segundo para contentar vicios y caprichos. Puede parecer moralismo, pero en compañía del apóstol Santiago, adquiere otro matiz: “El salario de los obreros, que no pagaron a los que trabajaron en sus campos, alza el grito; el clamor de los cosechadores ha llegado a los oídos del Señor Todopoderoso. Ustedes llevaron en la tierra una vida de lujo y placeres; han engordado y se acerca el día de la matanza. Han condenado y matado al inocente sin que él les opusiera resistencia” (Sant. 5,4-6). La justicia no se construye a costillas de los demás, sino en la solidaridad y la gratuidad.
18.- 3-4-13 (2830)