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martes, noviembre 5, 2024

La Pesadilla

La crónica menor

LA PESADILLA

Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo

Una de las conquistas de los tiempos modernos es la democracia que tiene como fiel de la balanza la autonomía e independencia de los poderes públicos. Es la mejor manera descubierta hasta ahora para ponerle freno al ansia de convertirlo en un dios, a cuya sombra se puede cometer cualquier tropelía.

El cardenal Ravasi ofrece una original reflexión que hago mía y viene muy bien a quienes vivimos en estas latitudes en las que el abuso parece la norma ordinaria de quienes ejercen el poder. En una comedia italiana un joven tuvo una terrible pesadilla: “he soñado que trabajaba”. Para muchos, el trabajo es una verdadera pesadilla. Para unos porque no lo consiguen. El desempleo es una preocupación y una angustia. La biblia es lapidaria al definir la hominización: “tomó el Señor Dios al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivase y lo cuidase” (Gn. 2,15). Y San Pablo amonesta a los cristianos de Tesalónica: “el que no trabaje que no coma” (2Tes. 3,10). El populismo que reparte dinero fácil para tener clientes sumisos, atenta contra la dignidad humana, la manipula y la degrada. Otra vez la biblia observa que “ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra de donde fuiste sacado”.

Otra pesadilla se alza cuando el trabajo conquistado con esfuerzo se ejerce en condiciones precarias en las que ronda la incertidumbre y la muerte. Llamar puestos de trabajo a tanta gente que lo ejerce a la vera de un semáforo, o en tarantines que hay que armar y desarmar día a día, bajo las inclemencias del tiempo. La mejor aproximación concreta de la felicidad es amar el trabajo propio. ¿Pero cómo amar una suerte de esclavitud o de trabajo forzado o en condiciones que desdicen de la calidad de vida en el que se encuentran tantos hombres y mujeres?

Un último perfil de la pesadilla del trabajador es la de aquellos que perciben una remuneración que resulta un salario ofensivo. Una suma que algunos sin pudor y decencia gastan a veces en un segundo para contentar vicios y caprichos. Puede parecer moralismo, pero en compañía del apóstol Santiago, adquiere otro matiz: “El salario de los obreros, que no pagaron a los que trabajaron en sus campos, alza el grito; el clamor de los cosechadores ha llegado a los oídos del Señor Todopoderoso. Ustedes llevaron en la tierra una vida de lujo y placeres; han engordado y se acerca el día de la matanza. Han condenado y matado al inocente sin que él les opusiera resistencia” (Sant. 5,4-6). La justicia no se construye a costillas de los demás, sino en la solidaridad y la gratuidad.

18.- 3-4-13 (2830)