La semejanza del hombre a Aquel que le es totalmente desemejante
Este artículo es continuidad del tema, el cristiano: reproducción viva de Cristo, del 16 de marzo de 2025, y publicado en comunicacioncontinua.com.
La semejanza ha de predicarse necesariamente de Cristo.
“Necesariamente” significa: Él no le dona al hombre una imagen problemática. No le exige una imitación perfectísima. No quiere reducirle la brega del asemejársele a lo imposible. Cristo hace que en el hombre “venga a ser” lo que, en la fatiga, ya es prueba de que “en su venir a ser” consigue, no una pálida atribución, sino “la imagen calificada” en este beneplácito fidelísimo, «“Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”» (Gn 1, 26).
¿Evidencia este imperativo algo problemático?
En realidad, no. El que lo encuentra, lee y recapacita deduce una inferencia imprescindible: Quien expresó “Hagamos” lo ha entonado en un tiempo tan verdadero, que el pasaje permanece “el mismo” de una identidad definida, porque A no se predica de todos los B; a Dios no lo predican de todos los hombres y mujeres del mundo, pues, en todos y en cada uno, la dicción “Hagamos” y la sentencia real “a nuestra imagen y semejanza” forma la enunciación asertiva de este asunto: a la Mismidad, al totalmente desemejante, ni siquiera en noemas mentales le pueden convertir en la naturaleza de los términos a los que su naturaleza describe.
El hombre logra la imagen heredada del que es en esencia Dios y hombre verdadero: Cristo.
¿Cuándo y en qué circunstancias la consigue?
La consigue cuando con todo conocimiento descubre que la imagen no tiene en sí la inmutabilidad, sino que la implica. Esta circunstancia innegablemente impele una relación, no con las suposiciones, sino con el “totalmente desemejante”. Cuando hay esta relación alguno debe guardarla entre sí. Y el hombre “siempre” está enlazado a Alguien Otro. Este es fundamento y no más.
Ninguna suposición supletoria debe formular ninguno pensando que los términos, aún los más óptimos, logran imprimirle a la imagen otro principio que no sea el estricta y rigurosamente divino. La genuinidad de la imagen en el hombre es una consecuencia del ser omnipotente.
La imitación del Creador por la creatura, amparada en los conceptos, roza con ellos “una realización de la semejanza” tanto en el hombre individual como en todo hombre. De entre el todo de la humanidad sería ingrata una relación tan sólo de aquellos de idónea similitud. Esta niega que todo viviente humano es oriundo de Dios. No es un originado sin calificación originaria.
Esta “calificación originaria” alude a Dios que “la afirma actualmente”. La actúa en todos los hombres, no sólo en algunos. Si los parecidos a “A” vinieran designados categóricamente por “B”, la contradicción es evidente. ¿Cómo seres humanos, moldeados por las manos del supremo Hacedor, tienen la presunción de reducir a algunos de sus semejantes al grupo de los “de ningún parentesco” con ÉL, que, como a seres humanos, también los ha labrado?
Ninguno tiene el poder de decir: Todos los de este determinado grupo, —buenos y justos— proceden de la acción creadora divina, pero ningún participante de este grupo, —malos y pecadores—, conserva algún rasgo del artífice de tal acción creadora.
¿Dónde está más acentuado el “homo imago Dei”?
Unos la tienen, la conservan y la pulen; otros la tienen, la descuidan y la deslucen.
12-06-25
Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.
horaraf1976@gmail.com