La tecnocracia evite esta contrariedad: convertir a la tecnología en la antítesis misma de la inteligencia

I

Frente a este título, el cual recoge una primera parte sobre este tema, la pregunta ¿en qué somos capaces de transformarnos?, nos impele a empezar por definir lo que no somos.

De ningún modo somos una herramienta secundaria de la tecnología.

No somos asombrosamente exitosos porque pareciéramos gobernados por los aparatos surgidos desde nuestra inventiva, —cierto, no he producido alguno, pero me incluyo en eso en cuanto ser perteneciente al phylum humano (X. Zibiri)—, sino honestamente exitosos porque, aunque hablemos de tecnocracia, y muchos alardean de tan buen gobierno, incluso, ya aseguran autoconciencia en futuros robots, para la mayoría de hombres y mujeres, el mejor gobierno, —tal cual la tecnocracia pretende—, es el que no gobierna controlando con comparaciones desacertadas nuestra vida creativa, tampoco controla con un chip las decisiones importantes, la estructura de la economía, la institucionalidad social, nacional, regional, etc.

No somos partidarios de este inventado mejor gobierno, pues, no gobierna. El tecnólogo, un viviente humano de hueso, carne, piel, estómago y cerebro, ha tenido la información requerida, la preparación proporcionada, y, sin duda, en el cuidado de sus proyectos, especialmente del todo que le han dejado, nombrado Creación, consideraría tremendamente ingrato esta postura tecnócrata: existen demasiados objetos, recursos naturales, elementos, moléculas, etc., pero la razón no se siente confiada como para elegir uno.

En consecuencia, no seamos minimizadores de la riqueza en recursos naturales generosamente cedidos con uno u otro propósito.

El avance cultural, científico, técnico, no desprecie la creación, porque sin ella el mismo sería, si acaso, una organización humana paralizada, o, fracasada.

No somos humanidad irracional a la que todo tipo de problemas lo descargamos en una naturaleza poco racional, estructuras físicas de las instituciones, estructuras artificiales, industriales, etc.; en efecto, nuestra inteligencia de ningún modo es una especulación tanteada y tratada según una rutina empírica.

No es eso, puesto que con ella le han dado al hombre el talento de autogobernarse (cf. Pr 25, 28; 2 Tm 1, 7); le han proporcionado la capacidad de perfeccionamiento, impracticable conforme a códigos empresariales.

El perfeccionamiento es algo cabalmente realizable por el ser humano, y, de hecho, a él en absoluto le han exigido primeramente la articulación de un sofisticado artefacto mecánico.

En conclusión, un tecnólogo propagandista de la idea: los robots futuros tendrán la capacidad de generar autoconciencia, por su aptitud humana‑racional de expresar tal suposición, contemporáneamente le vendría bien argumentar este interrogante: ¿son dichos robots, o, están siendo tan eficaces, de conseguir por ellos solos, —en lo más mínimo en esto debe intervenir la mano humana—, la forma más efectiva de autoposeerse, de alcanzar autoconciencia?

20-03-25

Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.

horaraf1976@gmail.com