LA TERTULIA DE LOS MARTES presenta y somete, respetuosamente, estas inquietudes a la sociedad venezolana.

BUSCANDO CAMINOS

Desde Mérida, LA TERTULIA DE LOS MARTES presenta y somete, respetuosamente, estas inquietudes a la sociedad venezolana.

Aproximación crítica.

   Venezuela tiene ya varios años viviendo en la penumbra. Y ahora mismo padecemos profunda oscuridad que no ha acabado con la vida de los venezolanos pero que, como no podemos ver por donde andamos, caminamos a tientas, vivimos confundidos, tropezamos, caemos y nos cuesta mucho luego volver a levantarnos. La prolongada noche que  rodea y casi ciega a los venezolanos nos está llevando a buscar la luz intuitivamente, sin dirección precisa y de esta manera hemos ido perdiendo en el olvido, casi sin darnos cuenta, las referencias espirituales, geográficas, humanas, familiares, culturales, sociales, económicas y políticas que antes configuraron nuestra hoja de ruta como nación. Por cierto, hablando en términos políticos, esta es una situación que comprende y condiciona tanto a quienes gobiernan como a quienes se le oponen políticamente, y comienza a morder, seriamente, el dominio de esa franja creciente de compatriotas que no se identifica políticamente pero que por falta de guía ha perdido también el sentido de la orientación.

Treinta y cuatro millones de venezolanos nos movemos en esta suerte de limbo en el que no es posible que sobreviva la República si se prolonga el caos indefinidamente. Se impone, por lo tanto, reaccionar ante  esta desolación que enflaquece, de carnes y de ideas, a Venezuela. Nadie debe permanecer impasible ante el silencio ominoso que inunda al país porque en esas condiciones solo se fortalece la creencia de que apenas quedan resquicios para alimentar la desilusión y la desesperanza de la gente.

  1. El estado de la lucha social.

Las señales diversas y profusas del estado crítico de la lucha social con contenido político directo en la Venezuela actual son evidentes. No muestran un mero accidente coyuntural sino más bien una tendencia que exigirá un esfuerzo consistente para hacerlas cambiar.

   No cuesta mucho darse cuenta del enconchamiento individual de los ciudadanos como respuesta a sus penalidades o aspiraciones personales; del escepticismo creciente acerca de la posibilidad de un cambio político pacífico en el país a corto plazo y empieza a dudarse de un horizonte más lejano; de la desconfianza creciente de la sociedad en los partidos y en el liderazgo político nacional; de la renuencia de la población a participar en manifestaciones colectivas de protesta orientadas políticamente; del pesimismo que se ha instalado en el ánimo de muchos ciudadanos acerca de las perspectivas del país; de la disposición a renunciar o simplemente abandonar puestos de trabajo ejercidos de vieja data por lo poco remuneradores que se han vuelto; de la espontánea incorporación de núcleos importantes de población, sobre todo de jóvenes, a la diáspora que está exprimiendo a Venezuela de los mejor de su substancia humana. Y como corolario de este conjunto de circunstancias, las discrepancias y contradicciones que minan la cohesión de los partidos políticos, llenan de obstáculos las iniciativas unitarias de las fuerzas democráticas y enrarecen, incluso, el ambiente de las relaciones personales de dirigentes,  activistas y militantes.

   El cuadro general formado por el conjunto de reacciones individuales y colectivas que hemos enunciado ha configurado una situación  compleja que para ser cambiada va a requerir de un ambiente de creatividad  política que no parece razonable esperar  sea cubierto con los solos esfuerzos de un liderazgo político afectado por un autismo profundo y una superficialidad intelectual penosa.

    La lucha política caracterizada por la presencia de multitudes fervorosas en las calles ha entrado en un ciclo recesivo marcado por el reflujo de las expectativas y de las acciones políticas de las fuerzas democráticas y de gran parte de la población del país. No obstante, como sucede con los grandes ríos de Guayana, por debajo de la engañosa quietud que muestra la superficie de las aguas, hay fuerzas que indican una potencialidad de cambio, capaz de alterar a favor de toda la sociedad el desenlace de esta larga lucha, si la inteligencia y la voluntad se combinan para derrotar la abulia, la dispersión y la superficialidad en el análisis de nuestra realidad. Por una parte,  las condiciones materiales sobre las que descansó la protesta política en el país en el pasado reciente (la crisis económica, la escasez de casi todo, la hiperinflación, la inseguridad junto con la impunidad, el mal estado de los servicios públicos, el empobrecimiento creciente de la población, la huida del país de los venezolanos, etc.) no solo no han desaparecido sino que se han agravado.  Por otra parte, la opinión mayoritaria de los venezolanos contra la gestión del gobierno se mantiene en cotas abismales, como lo reflejan la casi totalidad de los sondeos de opinión que se continúan  realizando periódicamente en el país. Se ha perdido la conexión, si es que en algún momento la hubo efectivamente, entre el mundo político de un lado y del otro el malestar económico-social y la opinión francamente antigubernamental de la mayoría de la población, circunstancias que se expresan hoy, todos los días, en centenares de reclamos y manifestaciones de protesta (por falta de agua, falta de medicinas, cortes de luz, sueldos insuficientes, escasez de gas, desaparición de los servicios de transporte, escasez de gasolina, la inundación de basura que se está tragando a las ciudades, etc.) .

   La situación que estamos intentando describir se corresponde con procesos de lucha prolongada en países donde la democracia ha desaparecido o está a punto de desaparecer por completo. En los regímenes dictatoriales, donde por su propia naturaleza política las alternativas políticas democráticas están descartadas por el poder y lo que se impone es el alargue de su duración tanto como sea posible, puede sobrevenir el cansancio por luchas adelantadas sin aliento, por el entumecimiento de las ideas, por el resquebrajamiento o desintegración de las organizaciones colectivas, generando entonces algo parecido a los procesos de hibernación en que la inactividad espera el milagro de que desaparezca la pereza que envuelve la voluntad de los que dirigen y que sobrevenga, como por obra de Dios, un tiempo para la siembra y la cosecha que nos permita salir del sopor que nos envuelve agravado por el pragmatismo, el clientelismo, la corrupción, los efectos secundarios del narcotráfico y la mediocrización de la burocracia. Estos recesos ya han ocurrido en el país desde la instauración del actual régimen autoritario y en el pasado pudieron superarse porque los demócratas venezolanos y los sectores sociales afectados por la gestión oficial guardaban una capacidad de resistencia que pudo ser reactivada no sin esfuerzos. Podemos lograr la recuperación si se evitan los errores en que se ha incurrido y si se logra imprimirle a la acción social y política la frescura que ha perdido.

  1. El régimen: de piel de baba a piel de caimán.

       Cuesta aceptar la hipótesis de que durante los últimos 19 años la dirigencia política de Venezuela haya actuado confundida con la naturaleza del régimen que se inició en nuestro país en febrero de 1999. Es posible que, al referirse a este proceso, el nivel de desarrollo alcanzado por la Ciencia Política haya sorprendido a nuestro decadente liderazgo nacional cuando, en lugar de hablar de dictadura, materia en la cual los venezolanos tenemos una prolongada experiencia histórica, empezó a teorizar sobre el autoritarismo, que es la denominación técnica que le han dado los politólogos a cierto tipo de dictaduras sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX. Es posible también que, más por estulticia que por ingenuidad, el liderazgo  venezolano haya aceptado  como la génesis del nuevo régimen al democrático acto electoral de 1998 que elevó a la Presidencia de la República al líder del movimiento bolivariano, en lugar del verdadero comienzo que fue el acto de fuerza ejecutado el 4 de febrero de 1992.

   En todo caso, a partir de 1999, las fuerzas democráticas nacionales entraron a participar en el juego político del “autoritarismo competitivo”, como la Politología denomina a un tipo o a una fase del autoritarismo. La competitividad se expresa, básicamente, en la simulación democrática de una competencia electoral sesgada desde su origen en favor del gobierno autoritario. Sin embargo, lo cierto es que el nuevo gobierno no ocultó nuncael carácter autoritario que le ha sido siempre propio y le ha servido como brújula de sus actuaciones.

El primer acto formal de gobierno del Presidente electo en 1998, en el propio momento de su toma de posesión, fue convocar a una Asamblea Constituyente a ser electa y cumplir su misión en el transcurso de 1999. Con la generosa comprensión de la antigua Corte Suprema de Justicia que le aplicó fórceps a la interpretación de la Constitución de 1961, el nuevo Presidente dictó las bases comiciales de la Constituyente en abierto desconocimiento del principio democrático de representación proporcional en la elección de los cuerpos colegiados de la República y, por vía de consecuencia, en la redacción de la nueva Constitución solo se oiría la opinión de quienes controlaban el poder constituyente.

   A partir de 1999 se abrió en el país un período que llamamos de saturación electoral por el número y la sucesión de elecciones promovidas por el gobierno que, con base en los favorables  resultados obtenidos, se jactó de estar  llevando a cabo una “revolución pacífica”. La simulación democrática de las elecciones tranquilizó o confundió más a la oposición que por el “derecho de participar” en esos eventos cobraba cuotas de representación en los cuerpos colegiados y hasta la potestad, con “capitis diminutio”, de administrar gobernaciones y alcaldías, siempre y cuando no se transgredieran líneas rojas no escritas que el gobierno se encargaría de determinar, como por ejemplo, no disponer de policías estadales o municipales y tolerar en su jurisdicción a un “protector” designado por el Presidente, así como no ejercer verdaderas funciones de gobierno en la capital de la República o no controlar ninguno de los poderes nacionales.

   A partir del año 2015, o mejor dicho entre este año y el 2018, se produjo el cambio de piel del régimen. El gobierno dejó de ser un autoritarismo competitivo para convertirse en un autoritarismo hegemónico como lo han sostenido los politólogos John Magdaleno y Benigno Alarcón y la escritora Ana Teresa Torres. Pueden establecerse variadas diferencias entre estas variantes del autoritarismo pero hay una que queremos subrayar en términos crudos. El autoritarismo competitivo puede convivir con  elecciones que, incluso, dentro de ciertos límites, puede perder. En el autoritarismo hegemónico seguirán realizándose consultas electorales, pero no habrá ninguna posibilidad de que el gobierno las pierda. Esto es lo que ha quedado demostrado con la suerte reservada a la actual Asamblea Nacional de Venezuela, la negativa de realizar las elecciones de gobernadores en la fecha constitucional prevista, la negativa de realizar el referendo revocatorio presidencial, la negativa de consultar al electorado para convocar la ilegítima constituyente, la eliminación administrativa de tarjetas electorales y de partidos políticos antes de las elecciones y la votación anticipada celebrada el pasado 20 de mayo para prolongar el mandato del Presidente de la República, siete meses antes de que concluyera.

   La actuación política de las fuerzas democráticas nacionales en estas circunstancias deberá tomar en cuenta el peso de los cambios ocurridos a la hora de definir sus líneas de acción. No obstante, conviene acompañar esa advertencia con la siguiente prevención. El tránsito del autoritarismo competitivo al autoritarismo hegemónico de ninguna manera quiere decir que el gobierno ha salido de problemas y que han mejorado las condiciones sobre las que se mueve para salir adelante con sus planes. El cambio de piel del que hablamos estaba inscrito en el ADN dictatorial, pero  puede servir, como lo estamos viendo, para profundizar el carácter represivo del estado opresor, aun cuando los  terribles efectos de todo orden de la administración bolivariana se están sintiendo incluso dentro de las propias filas chavistas.

3.-Las tareas.

     En el dominio de los asuntos públicos hay tareas pequeñas y tareas grandes. Hay tareas inmediatas que deben ser pensadas ya para ser acometidas tan pronto como los aires de la democracia vuelvan a soplar fuerte en el país y la República tenga un nuevo gobierno. Y hay tareas de más largo aliento pero que se tienen que ir examinando desde ahora mismo, que deben ser anunciadas para que la gente adquiera la convicción de que se está pensando en serio en ella. Nos permitimos ahora tocar con timidez algunas teclas.

  1. Lo más apremiante: resolver el problema de la unidad. Digamos de una vez que, para nosotros, resolver el problema de la unidad no está referido a una labor de salvamento y puesta al día de la MUD. Es más bien buscar la concordancia entre el sentimiento absolutamente mayoritario de la opinión nacional en contra del gobierno y la necesidad de que ese sentimiento se exprese sin contradicciones en el discurso y en las acciones. No se trata de uniformar a todas las oposiciones sino más bien de volver a practicar los consensos entre las diferencias. Por esta razón, las actuales diferencias entre organizaciones democráticas, partidos políticos y personalidades no la valoramos como una tragedia irreparable.

   Tal vez el primer paso a dar sea adquirir la convicción de que la unidad de los demócratas venezolanos debe dejar de ser, en primera instancia, un acuerdo electoral para convertirse, básicamente, en un acuerdo político. Con este propósito, puede ser de utilidad evocar la experiencia del más trascendental acuerdo político suscrito en el país entre partidos políticos distintos: el “pacto de Punto Fijo”. Firmado el 31 de octubre de 1958 entre los representantes de los partidos URD, Copei  y AD,  no fue un acuerdo electoral pues cada partido concurrió a las elecciones de diciembre de 1958 con sus propios candidatos. Pero fue un acuerdo político para establecer la democracia, defender la constitucionalidad, defender al gobierno electo, darle representación a todos los sectores sociales, formar un gobierno de unidad nacional en el cual ningún partido tuviera hegemonía, y redactar, como documento anexo, un programa de gobierno mínimo común.

   En la Venezuela de hoy, la unidad de los venezolanos no puede ser el hecho exclusivo de los partidos políticos. El desarrollo de la sociedad civil venezolana, su peso cuantitativo y cualitativo en las acciones políticas y reivindicativas que se llevan a cabo en todo el territorio nacional, es un hecho que debe ser reconocido con justicia asegurándole en el acuerdo político  el espacio que ha conquistado, mediante la representación  de las organizaciones que reúnan a los más variados sectores de la sociedad (sindicatos, organizaciones económicas, gremios profesionales, sectores juveniles, iglesias, agrupaciones de mujeres, etc.). La forma del acuerdo debe ser la de una declaración pública solemne, con el sólido contenido que se enuncia adelante y suscrito por la representación más amplia del país.

  1. Los mínimos y los mayores: un programa mínimo de gobierno. No creemos que haya alguien en Venezuela a quien se le escape la gravedad de la situación del país y que no sea capaz de entender el enorme esfuerzo que tendremos que hacer todos para salir adelante con nuestro propio sacrificio y la ayuda solidaria del mundo. Pero debemos estar en capacidad de informar a la ciudadanía lo que se ha pensado hacer para que en cuestión de semanas pueda sentir un alivio en la satisfacción de sus necesidades más urgentes y luego, en el término de no más de un año, el rumbo que se seguirá para enderezar al país. Esta será la función del programa mínimo de gobierno que debe ofrecerse como anexo ala declaración política solemne de la unidad.

   Pero en el documento que se llegue a firmar deben quedar absolutamente claros los enunciados sobre la democracia superior que se merece Venezuela; el carácter de la economía productiva que tendrá el país; la organización territorial del Estado como una República Federal Descentralizada; la reinstitucionalización del país con una división efectiva de los poderes públicos y la cuidadosa implementación de un sistema de administración de justicia autónomo que permita hacer de la ley el verdadero arbitro de los conflictos de intereses y de derechos que ocurran en la nación sin que pueda ser interferido por conveniencias políticas, económicas o de otra índole; las bases que será necesario reedificar para que la Fuerza Armada Nacional vuelva al ejercicio de las funciones que le son propias y pueda reconquistar el afecto y el respeto de los venezolanos; el tamaño que debe tener el aparato del Estado; los fundamentos de la regeneración ética del ejercicio de la función pública, las bases del sistema integral y gratuito de salud para la población del país; los fundamentos del nuevo sistema educativo junto con las bases del sistema nacional de ciencia y tecnología garante de nuestra verdadera soberanía e independencia, así como el tratamiento que recibirán los compatriotas que sin haber cometido delitos contra la integridad de Venezuela dieron su apoyo para que se produjera la trágica equivocación histórica que ha llenado de dolor y angustia la vida de 34 millones de compatriotas.

   Con la consciencia de patria indispensable y el desprendimiento de todo interés parcial o individual, estamos todavía a tiempo de impedir que los venezolanos repitamos la condena impuesta al pícaro rey del antiguo Corinto, de tener que remontar una pesada piedra que cada vez que se acercaba a la cúspide volvía a caer al fondo del abismo.

Mérida, agosto de 2018.