Las misiones de California

Cardenal Baltazar Porras

La crónica menor

Por: Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo

De siempre he sentido una extraña curiosidad por conocer más a fondo la obra misionera franciscana, a finales de la Colonia, en las inexploradas tierras de lo que hoy es la Baja California mexicana y la California alta estadounidense. La expulsión de los jesuitas de los imperios hispánicos, una de las peores decisiones del Rey Carlos III, generó numerosos retos a la Corona. Tomar el puesto de la Compañía en las obras que tenía en sus manos no fue tarea fácil. Con el fin de consolidar la conquista de territorios americanos todavía ignotos, había que confiar a otros la exploración de las inmensas extensiones del noroeste de la Nueva España.

La imaginación me retrotrae a las deliciosas aventuras de El Zorro, que llenaron buena parte de la adolescencia de mi generación. A ello se unió, años más tarde, la vinculación, por vía de la investigación histórica, de aquella aventura con los orígenes del obispado de Mérida de Maracaibo. Uno de los conventos más florecientes y prestigiosos del siglo XVIII mexicano, fue el de San Fernando en la capital virreinal a cargo de los frailes franciscanos. Desde allí salieron expediciones para incorporar al mundo novohispano, a etnias indígenas a las que no había podido penetrar la mano militar española.

A mediados del siglo XVIII varias expediciones misioneras franciscanas zarparon de la Península hacia el citado convento. Una de ellas trajo un contingente de frailes andaluces. Otro, estuvo formado por franciscanos catalanes y mallorquines. Convivieron ambos con los frailes criollos en el Convento de San Fernando. Sobresalieron en ambos grupos Fray Juan Ramos de Lora y Fray Junípero Serra. Las actas de votaciones para elegir los Custodios dan fe de la rivalidad en la que, después de varios escrutinios, uno de ellos quedaba al frente de la misión. Coincidieron ambos en la dura faena de fundar misiones en la Sierra Gorda, tierras montañosas cercanas a Querétaro que, inexplicablemente, habían permanecido al margen de la presencia hispana.

El Virrey Don José de Gálvez confió a los franciscanos de San Fernando la colonización de las californias, poco después de la expulsión de los jesuitas. Nadie mejor que Fray Junípero y Fray Juan Ramos para comandar la expedición. Pero las divergencias de opinión entre ambos se hicieron notorias apenas llegaron a Loreto en el sur de la península californiana. Por fortuna, rondaba por aquellos parajes el Virrey, quien tomó decisión salomónica: Fray Junípero al norte y Fray Juan Ramos al sur, de nuevo al convento de San Fernando. Poco después, estando Gálvez en la Península como poderoso ministro de Carlos III, le asomó al rey el nombre de Fray Juan Ramos para fundar el nuevo obispado de Mérida de Maracaibo.

“Yo el rey”, estampó su firma y al lado el nombre del fraile sevillano, quien no figuraba entre los cien nombres propuestos para ceñir la mitra en el occidente venezolano. Fray Junípero encontró la gloria porque uno de sus frailes escribió sus andanzas. Fray Juan Ramos tuvo que esperar casi dos siglos para que su nombre refulgiera en medio de la Sierra de las nieves perpetuas, en los Andes venezolanos, como hombre visionario, quien selló la vocación estudiantil de estas tierras.