Los merideños, conocidos por su amabilidad y su apego a las tradiciones andinas, también cargan con una serie de molestias sociales que, aunque a veces se naturalizan, impactan profundamente en su día a día. Reflexionar sobre ellas es un ejercicio necesario para comprender mejor la dinámica social de esta hermosa ciudad.
Mérida es percibida como un remanso de paz, rodeada de montañas imponentes. Sin embargo, esa imagen choca con la realidad de ciertas incomodidades que se han vuelto crónicas. El tráfico vehicular colapsado por la anarquía, por ejemplo, es una fuente constante de estrés. Calles angostas y un parque automotor cargado de miles de motorizados sin control y abuso constante diluyen la paciencia y caballerosidad características tan arraigadas en el merideño. La falta de un sistema de transporte público eficiente y la deficiente cultura vial contribuyen a esta molestia que se siente a diario.
La crisis económica nacional ha dejado su huella en Mérida, manifestándose en la precariedad de los servicios públicos. Las fallas constantes en el suministro de agua y electricidad, así como la deficiente recolección de basura, son motivos recurrentes de queja. Esta situación no solo afecta la calidad de vida, sino que también genera un sentimiento de frustración y desesperanza colectiva. El merideño, acostumbrado a una ciudad organizada, se ve obligado a adaptarse a la improvisación y la falta de planificación, lo que desgasta el tejido social.
Otro aspecto que genera molestia es el deterioro de la cultura ciudadana. Si bien la amabilidad persiste en el trato personal, en el espacio público se percibe una laxitud en el cumplimiento de normas básicas. La falta de respeto por los espacios verdes, el ruido excesivo en zonas residenciales y el incumplimiento de las leyes de tránsito son ejemplos de comportamientos que erosionan la convivencia. Esto no solo genera conflictos entre vecinos, sino que también empaña la imagen de una ciudad que se enorgullece de su civismo.
A pesar de estas molestias, el merideño se caracteriza por su resiliencia. Ha aprendido a sortear las dificultades con una mezcla de ingenio y humor, buscando soluciones creativas a los problemas cotidianos. Sin embargo, esta resiliencia no debe ser una excusa para la inacción. Reconocer y discutir abiertamente estas molestias sociales es el primer paso para buscar soluciones colectivas. ¿Cómo podemos, como ciudadanos, contribuir a mitigar estas incomodidades y recuperar la Mérida que anhelamos, una ciudad donde la calma y el buen vivir sean la norma, y no la excepción?
Redacción CC 25-05-2025