La palabra Mamá es como un mantra. Nos reconforta cuando nos encontramos mal, nos da fuerza cuando nos debilitamos, nos acompaña cuando nos sentimos solos, pues en sí misma su energía es de puro amor, de amparo, de luz radiante. Eso sucede en nuestras vidas cuando invocamos a ese ser especial al que llamamos mamá.
El mantra es una palabra sánscrita que se refiere a sonidos que, según algunas creencias, tienen un inmenso poder de transformación y de protección. Los mantras generan un impacto espiritual y psicológico en la persona que los canta o recita, porque su sonido vivifica. Igual que cuando decimos: mamá.
En la mayoría de los casos y en casi todas las culturas, las palabra, mamá, es una de las primeras que los niños expresan. Desde que el bebé comienza a balbucear y dentro de esa jerga incomprensible que sueltan, se repite constantemente ¡ma-ma-ma-ma¡, ese es su mantra, el que aprenden a invocar para sentirse seguros y atendidos, porque no hay lazo más íntimo y fecundo como el que une a una madre con su hijo.
Este mantra repleto de la letra “eme” se pronuncia con casi igual resonancia e intención en diferentes idiomas en el mundo: “Mamá, madre o mami en español, Mere en francés, Madre en italiano, Mother en inglés, Mutter en alemán, Mai en portugués, Mu en chino, entre muchos otros. Los resultados al emitirlo son los mismos: la mamá acude en auxilio de su hijo, lo acuna entre sus brazos dándole protección y calor. El mantra mamá logró su objetivo.
Muchos modelos pero un solo fin: amar incondicionalmente
Hay muchos modelos de madres, tantos como las diferencias individuales que caracterizan a las mujeres, herederas de los encantos de Eva, la de Adán, la que según las malas lenguas se comió la manzana. Las hay altas, bajitas, delgadas, negras, muy blancas, rubias, gorditas, pero todas son hermosas, dedicadas, valientes e inigualables, porque hay que ver la tremenda responsabilidad que asumen al llevar un hijo en el vientre y saber, que hasta su cuerpo, sufrirá las consecuencias inevitables de esos nueve meses de “dulce espera”. Y después, enfrentar la crianza, que en nuestras latitudes casi siempre les toca solas, porque los padres colocaron la semilla y abandonaron el jardín. Algunos por motivos valederos, otros por total y completa irresponsabilidad. Pero la recompensa de las madres es, justamente, que ese fruto, que ese nuevo ser las llame mamá, mami, madre y las amen con un amor profundo y verdadero que compense sus desvelos y su entrega total.
La terapia de terapia
Las mamás, por más cariñosas y entregadas que sean, a veces pierden la paciencia ante las tremenduras de sus hijos y si son más de uno, con sobrada razón. Las mamás de las décadas de los años 50, 60 y algo más, no se andaban con muchos remilgos, ni consideraciones para acomodar las malas conductas y las desobediencias infantiles. No. Siempre tenían una chancleta lista para ser usada cuando el caso así lo ameritaba. Su efecto era tan inmediato que bastaba con nombrarla para que el pequeño infractor, comenzara a recitar el mantra a pleno pulmón: “mami, mamí, mamita, mamá, no, no, yo me voy a portar bien… Que sepamos ninguno de estos niños que fueron bien reprendidos sufrieron ninguna consecuencia traumática, ni tuvieron que ir al psicólogo a tratar sus trastornos emocionales. Definitivamente las mamás sabían lo que hacían y hasta dónde podría volar la chancleta. Por lo general el impase terminaba compartiendo un postrecito en y un chocolatico caliente en la cocina, si había frío, y una recomendación: ”Ya sabes, mi amor, eso no lo vuelvas a hacer, no molestes a tu hermanita ni te metas con sus muñecas”, y el sancionado miraba a su a mamá con ojitos de cordero degollado y susurraba el mantra “mami, mami no lo vuelvo a hacer.
Así son las madres, generosas, pacientes, eternamente bellas, admirables. Y nosotros, los hijos, les debemos respeto, cuidados, amor y sobre todo que se sientan orgullosas de que formaron hombres y mujeres de bien. Como lo dijo el gran poeta venezolano Aquiles Nazoa, en una de las descripciones más hermosas que al respecto hemos leído: “Madre, pequeña fábrica de amor, mansa esposa del Tiempo, milagro de tu carne fue darles forma humana a las tinieblas y recoger la noche en tus entrañas para levantarla como una espiga hacia la aurora…”
El equipo de Comunicación Continua y de la Ciudad en la Radio se une a esta celebración y les desea a todas y cada una de las madres, muchos días felices y bendecidos en unión de su prole. Asimismo, elevamos una plegaria sentida y fervorosa, en recuerdo de las mamás que se fueron al cielo y que desde allá nos cuidan, eso es seguro.
Redacción. Arinda Engelke. C.C.
8-5-2022