María, José y Jesús: Sagrada Familia

En relación al encuentro de los magos con la familia de Nazaret, Lucas describe: «encontraron a María y a José, y al niño recostado en un pesebre» (2, 16). Esta escena nos recalca que, por encima de todo, procuremos el amor a la unidad. Cristo, a pesar de su condición divina, quiso ser hijo de una familia humana; es decir, tal condición no le llevó a alterar la concordia de su núcleo familiar; al contrario, siempre atento a las cosas del Padre, enseñó a buscar primero y con asiduidad su reino y su justicia. Él realmente nos ha hecho hijos de Dios.

María, José y Jesús, con sacrificio y preocupaciones, aclararon un saber estar ocupados en el logro de célebres virtudes hogareñas moldeadas al tenor de su vida y su amor recíproco. Ellos son fuente de luz, de fe, de esperanza, de caridad, y en ellos estas gracias, así como debe ser en nosotros, son amor aceptado, alegría de servir y Espíritu de vida.

Con ello, María, José y Jesús instruyen que, además de ser sagrada familia, las familias, según su ejemplo, han de construirse cual morada para el Dios Altísimo. Así, labrando tal construcción, cada familia humana abre su entendimiento y su corazón a esta gran verdad: la caridad aprendida y practicada en familia es guía, amparo, camino seguro.

Nuestra familia, al igual que la Sagrada Familia, ha de estar llena de Espíritu Santo y sabiduría, pues de este modo cuida el alimento espiritual donado en la lectura de la Palabra y la atención en el servicio a los más desfavorecidos. La familia es pregonera del divino Verbo, y, por ende, en su seno escribe la fe del evangelio. En la humildad, aun solo de los nonos, los padres, los niños, los hijos, los tíos y demás miembros, contemplan y tocan con mesura y respeto a quien para ellos es Palabra de vida.

Esto a menudo acontece en la comunión familiar; en ésta sabemos combatir las tinieblas que persiguen apagar la luz de Dios; y, más bien, realicemos en ella con esmero y perseverancia, las obras de la verdad: honrar al padre, respetar a la madre, no despreciarlos; obedecerles; y tampoco los padres exasperar a los hijos, con el fin de que la armonía crezca en oportunas correcciones, en la paz, en la sinceridad y en la paciencia.

Pbro. Horacio R. Carrero C.

horaraf1976@gmail.com

29-12-24