Son las 5:30 de la mañana, Emilio Ortega ya está listo para comenzar su día como médico rural en ese pueblo hermoso enclavado en las montañas del sureste andino. Su trabajo, le gusta, se podría decir que le apasiona. Sus pacientes son gente amable, pero recia, acostumbrados a las duras tareas del campo.
El centro de salud, está bien cuidado, hasta pintadito, porque la misma comunidad se ha encargado de su mantenimiento. La señora Rosa, vecina, siembra flores, el señor Raúl Sánchez está pendiente de los arreglos generales. Así toda la comunidad participa en mantener su ambulatorio, la plaza y la iglesia.
El doctor Emilio, egresó recientemente de la Escuela de Medicina de la Universidad de Los Andes. Él siente vocación por su carrera y desearía poder servir con mayor eficacia a los pacientes que acuden a la consulta diariamente.
“Como médicos rurales nos toca hacer todas las intervenciones que se nos presenten-explica el galeno- desde atender partos hasta suturar heridas causadas por machetes o implementos de agricultura, pasando por fiebres, gripes, enfermedades cutáneas, parasitosis, es poner en práctica todos los conocimientos aprendidos durante los estudios.
Emilio manifiesta su preocupación por la escasez tanto de medicamentos como de insumos que está presentando el servicio.” Yo aquí no tengo ni siquiera un remedio para bajar la fiebre a un niño. Tengo acetaminofén para adultos, eso es todo. Tampoco cuento con medicinas contra la diarrea y mucho menos desparasitantes, tan necesario para la población. Entonces casi que trabajamos con “las manos atadas”. Cuando se presenta un caso, tengo que mandar al paciente o a sus familiares a buscar las medicinas en los centros poblados, léase el Vigía o Mérida, y ya sabemos el peregrinaje al que se somete, el que tiene que tratar de encontrar una medicina en Venezuela.
Añade el doctor Ortega que no le ha llegado dotación de guantes, inyectadoras, alcohol, agua oxigenada, gasas, en fin, de los más necesario para hacer una cura, por más simple que esta sea.” Esta situación no es justa, ni comprensible, en un país donde la salud debería ser tomada en cuenta como prioritaria. Yo, definitivamente, no puedo entender, cómo se derrocha en todo tipo de campañas para tal o cual cosa, cómo se despilfarra en viajes de funcionarios y en agasajos a embajadores, y aquí los niños se están muriendo de hambre, literalmente y por la gran escasez de insumos. Me permito hacer un llamado-dice el doctor- a los organismos prestadores de salud en nuestro Estado para que doten a los centros de salud, nosotros los médicos queremos trabajar, pero las condiciones son tan paupérrimas que nuestra labor se hace muy difícil.
LA SOLIDADRIDAD
Este joven médico, amable y conversador relata que lo más alentador de trabajar en zonas rurales es el cariño y la solidaridad que se siente y se demuestra entre los pobladores. La gente comparte, ayuda, SI hay un enfermo, sus vecinos se movilizan. A mí no me dejan pasar hambre. Siempre tengo una sopita de verduras o yuca o hasta una arepita para comer. Yo desearía hacer más por esta comunidad que me da tanto amor, pero a veces me gana la impotencia y el desánimo. Con mi sueldo de médico rural, no podría alimentarle como lo hago ahora, gracias a mis pacientes. En las mismas está mi maravillosa y noble enfermera que me acompaña en esta ardua tarea. En Venezuela todos estamos rayando en la pobreza. La clase media profesional, está desapareciendo, porque sencillamente lo que ganaban con su trabajo, antes le permitía vivir bien, al menos cubrir sus necesidades y hasta quedaba para los “chicles”-dice con una sonrisa el doctor-. Ahora, eso es imposible, por esa razón y muchas otras que atañen a la calidad de vida, hay este éxodo tan peligroso de gente que estudió y se preparó en las áreas de salud. En otros países nos están reconociendo y muy bien.
Yo no quisiera irme de mi país, yo no quiero dejar estas montañas ni a mi gente de ojos sinceros, pero si la situación empeora todavía más, tendré que tomar la decisión, aunque me duela en el alma.
Arinda Engelke. CC.
Nota: Los hechos y lugares son reales. Los nombres ficticios. Hasta hora, los entrevistados prefieren no dar sus nombres verdaderos.