Mi casa es casa de oración (Lucas 19, 46)
La Iglesia recuerda hoy la memoria de Santa Cecilia, virgen y mártir de Roma, patrona de los músicos.
La locución de Jesús, esbozada de la Escritura, mi casa es casa de oración, encamina a determinar la relación entre oración y música. Y esta relación fue enérgicamente subrayada por Cecilia; inspirada en la intimidad de su corazón con el tañido de un órgano —resalta su Pasión posterior al 486— le comunica a quien iba a ser su esposo la firme decisión de seguir conservando su virginidad por amor a Cristo (Cfr. Sgarbossa, Mario – Giovannini, Luis, 1987, 449). En ella, Jesús no representaba una alternativa más de su vida; en Él estableció la validez de sus decisiones, y este empeño la música le ayudó a consolidarlo aún más, pues, de su Adorado escuchó, «“acumulen más bien tesoros en el cielo”» (Mt 6, 20).
Con la oración, la música y la caridad, —cuando iba a escuchar la Misa celebrada por el Papa Urbano en las catacumbas cerca de la Vía Apia, Roma, muchos pobres, enterados de su bondad, esperaban su llegada (Cfr. Id.)—, Cecilia insistió hablar un solo lenguaje, con el objeto de no confundir en lenguajes imprecisos, la melodía incambiable del Verbo hecho carne (Cfr. Jn 1, 14). Por ej., en lo templos, la oración, la música, el fin de tales oficios sagrados es irreducible a un vano deleite de intereses personales, y en ocasiones hasta de extrañas competencias; tal fin está enderezado a agradar y adorar a Dios, y así ayudar, incluso, a quienes les es fatigoso soslayar las distracciones; por eso, ante tal tentación conviene acercar el oído a esta cadencia, «“mi casa es casa de oración, pero ustedes la han convertido en un refugio de ladrones”», que, con sabor dulce como la miel en la boca y luego amargo en las entrañas (Cfr. Ap 10, 8-11), no obstante, su autor, el fiel Amado de Cecilia, quiere un culto robustecido al son de las plegarias y los instrumentos, para nada descuidado en la decadencia de las desatenciones; «cantaré –escribe Pablo– alabanzas con el espíritu, pero también con la mente» (1 Cor 14, 15).
Con oración, música, caridad, “buen humor”, como acentúa el Papa Francisco, sabemos distinguir Aquel que viene adorado en esas acciones hieráticas. En efecto, de Cecilia comentan, «su corazón y su vida se han hecho un canto para Dios» (Ordoñez, Valeriano, 1973, 394). Esta descripción, no pinta de ella un retrato idealizado; entre sus parientes estaba una tocaya suya, Cecilia Cornelia, notoria en música y poesía (Cfr. Id.); además, Valeriano, su esposo, luego de la entrevista con el papa Urbano, promovida por Cecilia, accede al bautismo; antes de la decapitación de Cecilia, él, su hermano Tiburcio y su amigo Máximo, militares ambos, negándose en nombre de Cristo a glorificar los dioses del imperio, fueron inmolados en tiempos de Alejandro Severo, ordenada la ejecución por el prefecto de Roma Almaquio alrededor del 230 (Cfr. Morell, Francisco de Paula, 1949, 340).
Todo ello, vinculado a la oración, la música, la generosidad, ya es un indicativo que el hombre y la mujer dedicados al progreso del arte, de la ciencia, purifican aún más su sentido de lo intangible, de la integridad de sus personas. Con la música el hombre no añade el Señor a su vida, pues, si la música logra algo formidable es la remoción de un sentimentalismo de complacencias que ahoga el positivo anhelo de lo divino. La música no esclaviza el hombre a tal sentimentalismo, al contrario, lo libera, para como enseñan del esposo celestial de Cecilia, Jesucristo, «después de cantar los salmos» (Mt 26, 30), aprehendamos la sentida percusión de estos verbos suyos, «“llega la hora, y ya están en ella, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad”» (Jn 4, 23).
Felicitamos a todas las personas que celebran hoy su onomástico; de igual modo, a todos los músicos, ya que, Santa Cecilia es «patrona celestial, del alma que en la tierra ansía a Dios cantar» (Ordoñez, Valeriano, 1973, 394).
Bibliografía:
Morell, Francisco de Paula, Flos Sanctorum de la familia cristiana, Santa Catalina, Buenos Aires, 1949, 403.
Ordoñez, Valeriano, Los santos. Noticia diaria, Bailén, Madrid, 1973, 450.
Sgarbossa, Mario – Giovannini, Luis, Un santo para cada día, ed. Justiniano Beltrán, PAULINAS, Bogotá, 1987, 503.
Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.
horaraf1976@gmail.com
22-11-24