Mérida y la crisis del respeto ciudadano en las calles

Mérida, la ciudad de los caballeros, la tierra de gente cordial y paisajes imponentes, parece estar perdiendo algo esencial: el respeto en sus calles. Cada día, sus avenidas se convierten en un caos donde la ley del más fuerte —o del más imprudente— se impone. Conductores de vehículos públicos y privados aceleran como si el semáforo rojo fuera una sugerencia, el trasporte público incumple la norma de dejar o recibir a los pasajeros solo en las paradas, las motos zigzaguean entre los autos como si las aceras fueran pistas adicionales, y los peatones cruzan con el corazón en la mano, esperando que alguien les ceda el paso. ¿Dónde quedó aquella Mérida educada, consciente de su espacio compartido?

El problema no es solo de unos pocos; es un reflejo de una cultura de impunidad y desinterés por el otro. Los conductores de rutas urbanas —que deberían ser ejemplo de servicio— muchas veces manejan a exceso de velocidad, deteniéndose donde no deben o cerrando el paso sin señalizar. Los motorizados, en su afán por ganar segundos, ponen en riesgo su vida y la de los demás. Y los automovilistas particulares, en lugar de ser parte de la solución, repiten los mismos errores: estacionarse en lugares prohibidos, no respetar los pasos peatonales o usar el celular al volante.

Pero esto no es solo culpa de los conductores. El Estado ha fallado en su deber de control y educación vial. La presencia de organismos como la Policía Municipal o el INTT es esporádica y, cuando actúan, muchas veces lo hacen de forma reactiva, no preventiva. No hay campañas masivas de concienciación, no hay controles permanentes de velocidad, no hay sanciones ejemplarizantes que desalienten estas conductas.

Urge un cambio de actitud y de políticas. La solución no puede depender solo de la buena voluntad de algunos. Se necesita:

  1. Control real y sanciones efectivas: Multas que duelan, retención de licencias para reincidentes y puntos de control fijos en zonas críticas.

  2. Educación vial desde las escuelas: Que el respeto en las calles se enseñe como un valor cívico, igual que el respeto a la bandera.

  3. Campañas públicas constantes: Que recuerden a los conductores que manejar es un privilegio, no un derecho absoluto.

  4. Mejor infraestructura: Señalización clara, pasos peatonales bien demarcados y semáforos que funcionen.

Mérida no puede permitir que la anarquía vial siga cobrando vidas ni arruinando su esencia. El respeto en las calles es un termómetro de la salud social de una ciudad. Si queremos seguir llamándonos «la ciudad culta», debemos empezar por respetar las normas más básicas de convivencia. Exijamos a las autoridades que actúen, pero también seamos el cambio desde nuestros propios vehículos. Porque una ciudad mejor no se construye solo con palabras, sino con acciones responsables de todos.

Redacción C.C.

21-05-2025