Narrativas digitales para justificar la política

Por Germán Rodríguez Bustamante…

La desinformación es un instrumento clave en el catálogo de las amenazas híbridas: genera inestabilidad y desgaste en la democracia, crea polarización política y dinamita la coexistencia y los consensos. La capacidad de alterar la información o los datos, factores decisivos para la obtención del poder, se ha convertido en una amenaza para los procesos democráticos, pero también en una herramienta al servicio de una confrontación tecnológica y digital que determina una nueva realidad en el hacer de la política. Sin embargo, la verdadera capacidad ofensiva de la palabra como arma no reside tanto en el contenido del mensaje como en el poder de viralización y penetración que le han ofrecido las redes sociales. 

La desinformación es un arma en tiempos de guerra y una amenaza híbrida para la paz. Una herramienta no militar que puede emplearse para irrumpir en espacios civiles y desestabilizarlos, con implicaciones para la seguridad local, regional o nacional. Pero su verdadera capacidad ofensiva no reside tanto en el mensaje como en el poder de viralización y penetración que las redes sociales le han proporcionado. Por eso es imprescindible entender, primero, cómo la interconexión digital ha transformado las relaciones sociales, de la misma forma que los equilibrios de poder a escala global, ya sea entre potencias como entre los nuevos actores de las relaciones internacionales. No se puede separar la desinformación de los incentivos, drivers técnicos y factores socio-psicológicos que están presentes en estos tiempos hiperconectados.  

Hoy en la sociedad, en donde reina la emoción que se transmite a través de contenidos en redes sociales digitales, es más significativo el cómo se va a comunicar lo que reclama el ciudadano o demanda de los aspirantes, que el proyecto político que se presenta para convencer. Quizás por eso es que caemos en promesas vacías cómo túneles que conectan a la ciudades o trenes eléctricos que unirían poblaciones de un extremo a otro de la nación. En otras palabras, ofertas construidas en laboratorios mediáticos digitales, difundidos por robots, como una regadera perpetua de repetición, inundando la psiquis de los ciudadanos. Es la retórica o ese conjunto de herramientas que desde el lenguaje y sus figuras permite que la narrativa de la oferta política logre persuadir o manipular a los ciudadanos, recogiendo desde las emociones las propuestas que anhela escuchar, para solucionar los problemas que percibe. No obstante, en esta narrativa hay una que ha venido tomando auge en procesos de competencia política y corresponde a la de deslegitimar al adversario. El auge de esta práctica o estrategia de comunicación y acción en mercadeo político que se puede confundir fácilmente con contrastar las propuestas entre modelos políticos o actuaciones, ha hecho que el debate político se degrade y que la discusión de las ideas y el cómo, cuándo, dónde se podrán realizar pase muchas veces a un segundo plano.

También con los procesos de deslegitimación, los hacedores de estas prácticas entienden que se llega a la humanidad e intimidad del adversario político y por ella a los sentidos y emociones de la audiencia. A partir de contar situaciones y hechos que se alejan parcialmente de los ejes de propuesta o de temas exclusivamente políticos y que pueden entretejer aspectos emocionales, los contenidos deslegitimadores cautivan audiencias utilizando el rumor, el chisme y emociones categorizadas como negativas: el odio, la ira, el rencor y la rabia propias del melodrama.

La vieja propaganda, amplificada exponencialmente por la tecnología y la hiperconectividad, ha multiplicado su potencia y su sofisticación. Las posibilidades son enormes: redes sociales abiertas o encriptadas; bots o aplicaciones de software que ejecutan tareas automatizadas y técnicas de microfocalización, como los dark ads  publicidad dirigida psicométricamente para influir en la opinión pública y envenenar el clima del discurso; sistemas de inteligencia artificial que imitan a los humanos o reproducen la cognición humana a base de datos y entrenamiento; técnicas de manipulación de audio y video que alteran nuestra percepción y nos inducen a desconfiar incluso de nuestra capacidad de discernir sobre qué es y qué no es verdad. La infocracia, o régimen de la información en el mundo digital, que ha teorizado Byung-Chul Han (2.022), es una forma de dominio en el que la información y su procesamiento mediante algoritmos e inteligencia artificial determinan de modo decisivo los procesos sociales, económicos y políticos.

La capacidad de alterar la información o los datos, factores decisivos para la obtención del poder, trastoca los procesos democráticos.

La geopolítica, a través de las distintas aproximaciones a la tecnología, está moldeando la sociedad de la información. Este espacio de confrontación informativa, está en conflicto no solo por una lucha de poder, sino también por el choque de modelos para determinarlo. La palabra lleva implícita un marco mental y unos valores concretos, por eso se ha convertido en el arma híbrida de esta confrontación. La desinformación ofrece fértiles espacios de influencia a nuevos actores estatales o privados cada vez más determinantes en la confrontación de poderes de este nuevo orden global digital.

La Venezuela tropical no puede estar fuera de esa tendencia global, el régimen utiliza su estructura mediática controlada, los bots para ejecutar narrativas automatizadas y repetitivas, envenenar el discurso, IA para manipular audios y videos con la finalidad de construir una narrativa que justifique su actuación. En las propias redes sociales utilizan como soporte a personajes particulares tarifados en grupos sociales digitales, quienes refrendan y difunden de forma maliciosa, la narrativa construida para convencer a los demás de su proceder. Las primarias y el Esequibo, son eventos en los cuales la manipulación digital trabaja a tiempo completo sin descanso, para crear una verdad simulada con argumentos rumiados y repetidos incesantemente. Las primarias como engaño y acción criminal, y el Esequibo como acción patriótica y memorable. Hay suficiente información, como para que, cada ciudadano en ejercicio de sus derechos tome la decisión que corresponda en cada caso,        

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