Nos acecha el miedo

Por: Rosalba Castillo R.

Los músicos no se detienen cuando no tienen música por dentro. Sólo se paran por un rato.     Y con esta reflexión estaba bajo los verdes y altos árboles de un parque de mi ciudad.

En época de COVID-19 rompí el “Quédate en Casa” debido a una situación médica. Confieso que sentí temor. Ese miedo que día a día nos van trabajando a través de las redes sociales o desde las puntuales apariciones de las voces oficiales del país. Donde no solo se nos confunde sino se nos amedrenta, frente a la situación de este virus chino que está regado por el mundo entero.

El miedo se ha ido instalando allí afuera, en nuestra sociedad post saudita. Cada vez que el ciudadano enciende la radio, la televisión o a través de sus teléfonos celulares, allí están los gloriosos anuncios de los entes que mueven el planeta. Al concluir, solo el miedo y la ansiedad se van a dormir juntos. Miedo de atravesar esta pandemia. El miedo al contagio que crece en el mundo. Miedo al tocar al otro. Miedo al pulsar el botón del ascensor. Miedo de entrar al transporte público. Miedo al conversar con tu vecino. Miedo al abastecimiento en el supermercado. Miedo al ejercer el derecho a ser irreverente. Miedo a saber si seremos una sociedad de sobrevivientes a la peste en estos días de adversidad.

Pero hay más. Miedo  al tocar el dinero. Miedo al abrazar y besar. Miedo a pensar. Miedo ante la ausencia de los servicios básicos diariamente. Miedo a expresarnos en las plataformas digitales. Miedo a lo que podemos pensar, escribir y decir. Miedo a las oscuras y largas noches. Miedo al llegar o salir de casa. Miedo a la muerte. Miedo a la vida. Miedo a saber si sobreviviremos a esta enfermedad. La toxicidad de esta emoción oscura, nos invade, nos rodea, nos persigue cuando en estos momentos es lo menos aconsejable para mantenernos equilibrados para sobrellevar esta contingencia.

Al cruzar el parque descubrí mi zona de seguridad, mi zona de libertad. El ser humano necesita estar libre. Libre de pensamiento, de acción, de sueños y acá entre el cielo y millones de hojas he descubierto que el amor a la libertad sigue tan fresco como ayer. Así que, celebro con la mayor felicidad, el ser libre aunque sea solo en este espacio, aun y cuando ese virus me aceche y necesite estar alerta detrás de un muro de contención.

Emprendo mi caminar por la ciudad. La mayor parte de los negocios están cerrados, salvo los que ofrecen alimentos y medicamentos. Las calles no son las de siempre. Las personas caminan como autómatas, con prisa, con los rostros cubiertos con esas mascarillas. Estamos todos en esto, pero juntos en nuestra soledad. Los indigentes desconocen de sanidad. Allí, justo al frente un niño rompe una bolsa de basura buscando algo con qué saciar su hambre.

La sordidez de la ciudad me paralizó. Me pregunté cuándo podremos recuperar estos espacios y tiempos de convivencia real. Las agendas quedaron este año solo para hacer barquitos de papel. Mientras, ninguna certidumbre que no sea la de seguir esperando algo que no sabemos bien qué será.

Unas semanas después, y luego de mucho desgaste emocional y físico, por tantos altibajos por los cuales atravesamos en este país, en esta ciudad, hoy nuevamente estoy en las calles ya no tan solitarias. Más bien me atrevería a pensar que una enorme cantidad de habitantes están venciendo las barreras del temor, ante la necesidad de sobrevivir a diario “en este país, mi país, tu país” donde no hay dinero que alcance.

La gente decidió romper a cielo abierto la cuarentena. Los mensajes que dan   los organismos del gobierno aturden y abruman, tienen doble lectura. Los medios llaman a la reflexión y a cuidarse para cuidar a los demás, mientras afuera se hace caso omiso a ese estar en casa, a ese metro entre los dos. Ya no sabemos cómo manejar esto de la distancia física. Continuamos con miedo pero no podría ser de otro miedo. Lo único seguro es que abril fue un mes cruel y mayo amenaza con ser, no solo de lluvia. Nuestro virus es otro, es el que mata por la desinformación, la pobreza, la ignorancia, el dolor de las madres, la desnutrición, la deserción escolar, la diáspora, la violencia de género e infantil, el suicidio, las voces que se han ido con esperanza y muchos otros más.

Y este temor se quebrará y podremos salir a sabiendas de que caminaremos en paralelo con el enemigo, que se hace necesario cambiar las dinámicas. En países de América Latina la efusividad al relacionarnos, el consabido apretón de manos continuará haciéndose esperar. La sonrisa desde los ojos seguirá conectándonos. Estamos desgastados en nuestras emociones y fuerzas. Nos hemos ido desdibujando a través de los días. Viajaremos en camiones de verduras comentaban en una conversación. Continuaremos con las medidas sanitarias a fin de evitar el contagio.

Mas que con miedo con prevención, vigoricemos nuestro sistema inmunológico para que se convierta en una fortaleza hasta que encontremos la vacuna que será un bien común. Es tiempo de menos miedo. Exiliémoslo. No tengamos temor de morir pero mucho menos de vivir.

Seamos del compromiso de nuestros sueños y creemos nuestro futuro. Busquemos la información para no ser tan vulnerables.

Miré las verdes hojas de los árboles y decidí seguir mi camino por la ciudad…

rosaltillo@yahoo.com